La historia de la pérdida de la mano de René Lavand, cuando era casi un niño, ya es muy conocida.&nbsp;Su fama germinó y creció potenciada por su habilidad de hacer su arte con solo una mano, la izquierda, claro.&nbsp;Pero una vez, más allá de contar el mismo muchas veces el accidente que lo dejó con solo una, le agradeció a su “zurdo abrazo” .&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Y le puso nombre: Vicente Mazzone.&nbsp;Lo hizo en los agradecimientos de su libro Barajando recuerdos, la publicación que justamente su amigo Vicente, por entonces dueño de Roma Deportes y el Plaza Hotel, lo ayudó a editar.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/lavand_libro.webp" alt="lavand libro"></figure>Así se refirió a él: “Expreso mi sincero y profundo agradecimiento a mi amigo Nicodemo Vicente Mazzone, quien enterado de mi inquietud, evitó la intervención de editoriales comerciales y por propia decisión y en un impulso de su sincera amistad, posibilitó la puesta en escena de Barajando recuerdos. Gracias a él recibo este homenaje al cumplir mis setentas primaveras. Para Vicente, mi zurdo abrazo”.<section class="noteSuggested" data-id="133440,133164,133271" data-title="Puede interesarte"></section>&nbsp;Hoy, todavía, en el mostrador del Hotel, sobre la calle Pinto, y en sus pasillos, el recuerdo de Lavand permanece con forma de retratos, fotografías históricas y notas firmadas.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/lavand_primero.jpeg" alt="lavand primero"></figure>

Lavand y su amigo Vicente Mazzone, al que le dedicó su "zurdo abrazo"

Nora Gómez se acuerda muy bien el día que conoció a René Lavand -el 30 de septiembre de 1982- porque a partir de ese momento, para ella comenzó “una montaña rusa”. El 10 de abril del año siguiente viajó con él a España –era la primera vez de ambos en Europa-, y a su regrese se instalaron en Milagro Verde. “Fueron un poquito más de 32 años juntos, la mitad de mi vida”, contó sentada en uno de los bancos de su cabaña, la mañana del 7 de enero del 2025, al cumplirse una década del fallecimiento del ilusionista.En diálogo con El Eco de Tandil, la última mujer de René Lavand compartió el recuerdo de su tiempo juntos, sus viajes por el mundo, el reconocimiento internacional, su vida en la ciudad, y los años de un amor que nació una noche, cuando éste la invitó por primera vez a cenar a su casa. Entonces, hizo para ella el “Juego de las Navajas”. Consistía en desplegar pequeñas navajas que cambiaban de color a medida que se movían, tornándose negras, rojas y hasta con lunares. Lavand no repitió ese truco en público nunca más.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/lavand_nora_07_02_25_3.jpeg" alt="Lavand Nora 07-02-25 - 4"></figure>Nora –nacida y criada en Tandil- trabajó como docente durante toda su vida, hasta que se jubiló en el año 2014. Viajó mucho junto a René, pero siempre que lo hizo pidió licencia sin goce de sueldo. Así recorrieron Estados Unidos, Inglaterra, Colombia, España, Francia y hasta Japón.A diez años de la partida del ilusionista, sus allegados realizaron el último acto conmemorativo de la muerte de Lavand, para celebrar a partir del próximo septiembre, el nacimiento del mítico René."Este aniversario es especial, porque René quería mucho a Milagro Verde, y yo aprendí a amarlo con él. Y después que René partió, la parte de la quinta, que era de sus hijos, había quedado medio en la deriva, que no se sabía qué iba a pasar con ella. Era medio doloroso. Pero bueno, estoy feliz, porque Lauro, su hijo, le compró la parte a sus hermanas y entonces quedó en la familia. Y hoy es un día que se llama Renacer. Porque Renacer es un milagro”, señaló Nora sobre el evento desde el cual los allegados al ilusionista comenzarán a recordar y celebrar su vida.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Una montaña rusa“Mi vida con él fue medio como una montaña rusa, pero valiosa. Porque cuando vos estás acostumbrada a vivir sola y a hacer tu vida, pronto empezás a compartir con alguien que ya tiene la suya. Y después sus viajes, querer acompañarlo y compaginar eso con que yo trabajaba. Hay que adaptarse a compartir. Con un artista tiene lo suyo, y con René Lavand, lo propio”, resumió Nora sobre sus años con el ilusionista.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/lavand_nora_07_02_25_4.jpeg" alt="Lavand Nora 07-02-25 - 5"></figure>Cuando se conocieron –primera cena, un juego único para ella-, Nora “no tenía demasiada idea de su valía ni de su trayectoria”. Lavand había empezado a viajar con su arte casi 20 años antes, pero entonces comenzó a hacerlo a nuevos destinos. Se fueron dos meses a España, y sus aventuras continuaron por los más diversos países y destinos.<section class="noteSuggested" data-id="133278" data-title="Puede interesarte"></section>“El reconocimiento en el mundo era increíble. En un momento me acuerdo que salíamos en Madrid -en uno de los últimos viajes- y nos habían puesto una limusina. Y René decía que ya parecía el Papa. Era tanta la devoción de la gente, todos apiñados”, transmitió.Desde ese viaje, Nora acompañó a René siempre que pudo. Nunca se cansó de verlo presentarse. “Me sentaba como espectadora. Ahí estaba el gusto. Sentarte y sentir la vibración del público era inigualable”, aseguró.A sus regresos –siempre Milagro Verde-, el ilusionista retornaba a sus prácticas, a su música clásica, y a trabajar en el jardín, un refugio natural en la zona cercana al Club Uncas. En el lugar –había un paño en cada ambiente-, se sentaba, jugaba y ponía un disco. “Ese era su trabajo, y siempre estaba listo, siempre estaba preparado”, sumó Nora.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/lavand_nora_07_02_25_6.jpeg" alt="Lavand Nora 07-02-25 - 7"></figure>Con el tiempo, la pareja fue incorporando nuevas plantas, senderos y “buscando distintos espacios para contemplar, para estar, para disfrutar, y así lo hicimos. René dio las indicaciones que había que dar, y yo metí mano siempre. Así se fue construyendo. El barrio cambió, pero esta es una de las pocas manzanas que conserva bastante su estructura.”.Hacia fines de los 90’ y comienzos de los 2000’ –con el inicio del auge de las cabañas-, Nora y René empezaron a pensar en construir otro espacio en Milagro Verde. Primero fue el vagón “Pata de fierro”, y después una cabaña de 5 x 6. Iba a ser para alquilar y recibir amigos, pero terminaron enamorándose de ese lugar, y se mudaron, al lado de la antigua casona. Hasta allí viajaban, de más cerca o más lejos, discípulos, otros ilusionistas y familiares para visitarlos.Así como Nora descubrió a René Lavand aquella noche que compartió con ella el juego de las navajas, desde el fallecimiento del ilusionista, ratificó que “sigue presente en el mundo. Siempre hay algo, una frase. No se puede hacer más lento, la escuchás en cualquier lugar y momento”.A una década de la muerte de Lavan, sostuvo Nora, “La idea es que en lugar de recordar y homenajearlo en el día de su partida, a partir de ahora lo vamos a homenajear en la fecha de su nacimiento. La idea es hacer algún homenaje especial haciendo Tandil Ilusiona por dos o tres días en septiembre. Creo que es bueno eso de que con el tiempo uno va recordando más con sonrisas que con lágrimas. Y él merece eso”.

Nora Gómez de Lavand: su vida con René, y el juego de amor que el ilusionista hizo para ella y nunca más repitió

Nora Gómez de Lavand: su vida con René, y el juego de amor que el ilusionista hizo solo para ella

<h2>XII - Carta</h2>&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp; &nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Buenos Aires, domingo 7 de febrero de 2016.Querido René:&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Empiezo a escribir esta carta el día en que se cumple un año de su partida.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; ¿Adónde habrá ido, René, a encontrarse con quién, a cumplir con qué misión?&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Estaba seguro de que iba a escribirle una carta de despedida, pero descubrí que no tengo por qué despedirme de usted, no tengo por qué aceptar el mandato -vulgar y corto de vista- que dice que debemos hacer de cuenta que las personas que se mueren dejan de formar parte de nuestra vida, sólo porque no podemos llamarlas por teléfono para contarles que aumentó una barbaridad el kilo de tomates, o convocarlas en el café de la esquina para discutir las pifiadas del servicio meteorológico.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/jansenson_rene_lavand_1.jpeg" alt="jansenson rene lavand - 2"><figcaption>Jansenson y Lavand posan junto a escultura de René en el jardín municipal.</figcaption></figure>&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; No, René. Esta no es una carta de despedida. Yo, que recibí sus consejos con su mano invisible apoyada en mi mano y guiando mi pluma en el papel, yo que discutí con usted a todo volumen en mis sueños sobre un insignificante detalle de la puesta en escena de un show, yo que comprendí diez años después lo que usted me había dicho diez años antes, no necesito decirle adiós. Porque no se ha ido. Porque está -incluso más ahora que antes de irse- presente, en cada movimiento de una Sonata de Beethoven, en cada mezcla de una baraja, en cada paño verde sobre una mesa, en cada chispa de un fuego que arde en cualquier hogar encendido, en cada bastón en el que alguien se apoya, en cada silencio, en cada explosión repentina de creatividad, en cada abrazo zurdo, e incluso en algunos abrazos diestros. Se va a ir únicamente cuando lo olvide, René, y le garantizo que no tengo ninguna intención de olvidarlo, mientras me siga siendo fiel esa caprichosa cualidad a la que llamamos memoria.&nbsp;<section class="noteSuggested" data-id="91508" data-title="Puede interesarte"></section>&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Y entonces, si no voy a despedirme, qué estamos haciendo acá, de qué vamos a hablar, se preguntará usted.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; ¿Justo usted pregunta eso?&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; ¿Justo usted, que decía que más importante que "hacer" y "decir" es "estar"?&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/jansen.jpeg" alt="JANSEN - 1"><figcaption>Jansenson escribió “La mano mágica: MI HISTORIA CON RENE LAVAND. Editorial Hibrida”.</figcaption></figure>&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Le escribo para estar, con usted, acá. Le escribo para contarle que fui a visitar a Nora, que me recibió en su casa pero que no estaba viviendo allí porque su madre tuvo un accidente cerebro-vascular, y tuvo que permanecer un tiempo en la casa de ella para cuidarla, así que fue al Milagro Verde especialmente para encontrarse conmigo. Estaba triste, y estaba en paz. Y me mostró la ventana que usted le había dicho que deseaba y no llegó a ver terminada y ella hizo terminar igual, para usted. Y frente a la ventana que daba al jardín estaba su escritorio, y su paño verde y su baraja en la prensa de metal, apenas quieta y todavía tibia, vibrante, como si usted la hubiera apoyado allí unos minutos antes, para ir a dormir la siesta. Y le hizo hacer un mueblecito de madera, René, con cajones pequeños, al costado del escritorio, para que usted guarde en él sus cosas pequeñas. Me mostró la habitación para las nenas, a espaldas de la chimenea, y el jardín de invierno, ya terminado, una obra que Nora encargó y supervisó para usted, para el mundo, para que me crea cuando le digo que no nos olvidamos y que no se fue a ninguna parte y que no hace falta escribir ninguna carta de despedida.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Esta carta es un engaño, un engaño de ésos que usted y yo conocemos tan bien, una especie de invitación encubierta para que acepte sentarse un rato a la mesa, conmigo. Voy a abrir el vino ahora, ¿sabe? Y a servir dos copas, y a dejarlo hablar a usted, y a escucharlo largamente, como siempre, mientras disfruto del vino y me pregunto qué me habrá querido decir con lo que me dijo. Lo hice ya antes en un par de ocasiones, perdón que no lo invité aquellas veces. Quería dejarlo tranquilo, quería que pasara un tiempo prudente -un año, tal vez-, para que se hiciera el duelo en Tandil, para que su familia pudiera apropiarse de lo que cada uno estimara propio, para que la ciudad -el pueblo grande, como dicen ustedes- sí pudiera despedirse, porque para ellos un poco se ha ido y han querido decirle, aunque sea en silencio, "hasta siempre". Hoy ya podemos tomar vino juntos, aunque yo tome solo; ya pasó. Somos grandes, y somos niños, y somos locos... ¿o no, abuelo postizo, abuelo adoptado?&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Acá tiene, es un muy buen Malbec, lo elegí especialmente para compartirlo con usted, como algunas veces la vida también nos permite guiñarle un ojo a la mujer que nos gusta de verdad. Como a veces podemos decir, como decía usted, "solamente una sopita", cuando nos ofrecen un banquete, porque es suficiente, porque a veces la vida nos guiña un ojo y nos dice "hoy te dejo elegir".&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Estuve contando la historia de nuestro encuentro, al final de mi espectáculo. Hasta el 7 de febrero del año pasado ni siquiera había pensado en contarla, pero desde entonces no lo pude evitar. Fue como si la historia me hubiera agarrado del cuello, como si me hubieran infectado de golpe los detalles que creía haber olvidado, como si me hubiera atacado un virus de usted -perdón por la comparación-, como si usted hubiera vivido, latente, dentro de mi cuerpo, y un día se hubiese vuelto loco y me hubiera eructado desde adentro, cuando se tuvo que ir a hacer los mandados, de gira, de vuelta, adonde se lo haya llevado vaya a saber qué mezquino Dios que el 7 de febrero del año pasado nos dio vuelta la cara.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; La gente me dice que valora que yo lo mencione, que le emociona que lo traiga de vuelta al escenario, conmigo, que le emociona recordarlo, como nos hace a todos emocionar cada vez que recordamos aquello que nos tocó el corazón y luego hemos abandonado sin querer y sin saber.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Como recuerdo ahora mismo estar sentado, hace exactamente un año, en la barra de Tierra de Azafranes, conversando con Ricardo, mientras él hacía todo junto como un loquito, usted lo vio, atender el teléfono, servir el champagne, tomar una reserva, darle una botella de vino a un camarero, fajinar copas, ir a la cocina a dar instrucciones, tomar el pedido de una mesa, acercarse a la puerta a recibir comensales, y contarme una historia sobre usted, mientras me sirve un poco más de un vino dulce nuevo riquísimo que le trajeron de la bodega para que pruebe.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; No importa la historia que Ricardo me contó esa noche. Lo que importa es que una noche llena de usted, René. Justo la noche en que más se había ido, ahí estaba, inundándolo todo, irrumpiéndonos a los dos con sus anécdotas, despreciando el olvido y la ausencia con su carcajada estruendosa de final de botella de vino. En la barra, mientras Ricardo iba y venía como un loquito, yo le contaba y él me contaba, y se nos caía una lágrima, y nos reíamos de una ocurrencia suya que habíamos recordado, y brindábamos por usted, y por nosotros, que tuvimos el raro privilegio de disfrutar de su amistad, de admirarlo sentados en su mesa, de escucharlo, aunque estuviera en silencio.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Usted decía que es importante lo que se hace, pero más importante es cómo se hace, que es importante lo que se dice, pero más importante es cómo se dice. Y que mucho más importante es cómo se mira, mientras se hace y se dice, y cómo se está, mientras se mira, se hace y se dice.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Usted estaba, René. Especialmente cuando ni miraba, ni hacía ni decía. Usted estaba.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Usted está.&nbsp; &nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Miro alrededor, acá en mi casa, a las cinco de la tarde -la hora de nuestra lección del día- y veo nítida su colección de bastones ahí en la esquina, veo su imaginario paño verde sobre mi mesa, y su mueblecito de madera al costado del escritorio frente a mi ventana, y siento el fuego crujir a mi espalda y veo a Lola mover la cola y desperezarse a su lado y Nora nos grita desde la cocina que nos sentemos a la mesa porque la comida está lista. Y llevo el vino abierto, y llevo mi copa, y usted lleva la suya, y veo brillar su anillo de sello a la luz de la luna, que entra -atrevida- por la ventana, y veo su sweater verde oscuro trenzado de cuello alto, y escucho terminar el último movimiento de una sonata de Beethoven. Y me angustia descubrir que se ha terminado la música. Me aterra pensar que la música, su música, maestro, acaba de terminarse para siempre.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Pero resulta que es un recital, René. Es un recital en el que se van a interpretar, completas y en orden, las treinta y dos sonatas para piano de Beethoven.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Y esta que acaba de terminar es apenas una de las primeras.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Buen provecho, maestro.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp; Salud.<figure class="media"><div data-oembed-url="https://www.youtube.com/watch?v=eIV5BcfIMmU"><div style="position: relative; padding-bottom: 100%; height: 0; padding-bottom: 56.2493%;"><iframe src="https://www.youtube.com/embed/eIV5BcfIMmU" style="position: absolute; width: 100%; height: 100%; top: 0; left: 0;" frameborder="0" allow="autoplay; encrypted-media" allowfullscreen=""></iframe></div></div></figure>(El siguiente texto aportado por el autor para este homenaje de El Eco Multimedios forma parte de “La mano mágica: MI HISTORIA CON RENE LAVAND. Editorial Hibrida”.

"Carta": el emotivo recuerdo en forma de libro de Norberto Jansenson

A lo largo de su trayectoria, parte del espíritu de lo que hizo a René Lavand tan grande y admirado fue su cadencia, su forma de narrar, su ritmo, con pausas y palabras enfáticas. Pero también con sus silencios.De esa forma de relatar, de contar, hizo otro arte, que hizo un maridaje perfecto con su mano izquierda.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/lavand_soldado.png" alt="lavand soldado"></figure>Entre las muchas anécdotas o historias que fue contando con el paño verde adelante, hubo una que trascendió tópicos, y fue tomada en innumerables oportunidades como un ejemplo. Un emotivo ejemplo.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Este es el relato que se llamó “Sabía que ibas a venir”:&nbsp;<figure class="media"><div data-oembed-url="https://www.youtube.com/watch?v=L9XJVgpUUzg&amp;t=95s"><div style="position: relative; padding-bottom: 100%; height: 0; padding-bottom: 56.2493%;"><iframe src="https://www.youtube.com/embed/L9XJVgpUUzg" style="position: absolute; width: 100%; height: 100%; top: 0; left: 0;" frameborder="0" allow="autoplay; encrypted-media" allowfullscreen=""></iframe></div></div></figure>La batalla había terminado...&nbsp; Las tropas se retiraban dejando atrás los cuerpos de quienes habían caído en el campo de batalla. Cansados, cubiertos de barro y de miedo, una patrulla se batía en retirada, Uno de los soldados dirigiéndose a su capitán, le solicitó permiso para volver atrás, al campo de batalla, a por un amigo caído. El capitán le niega el permiso.&nbsp; "Es inútil que vayas" - le dijo al soldado - "están todos muertos". Pero el soldado, desobedeciendo la orden de su capitán, vuelve atrás a por su amigo. A la noche, regresó al campamento con su amigo en brazos... pero muerto. El capitan, enojado, exclamó: "¡Te lo dije! ¡Era inútil que fueras!" El soldado, depositando con delicadeza el cadaver de su amigo en el suelo, respondió: "No, mi capitán, no fue inutil... Cuando llegué junto a él aún estaba con vida y con su último aliento me dijo... ¡SABÍA QUE IBAS A VENIR!"

"Sabía que ibas a venir", uno de sus relatos más admirados

Por Pablo Dal Dosso&nbsp;Había terminado la guerra, la patrulla emprende la retirada. Un soldado se acerca al Capitán a pedirle permiso para regresar al campo de batalla a recoger a un amigo caído. El capitán le niega el permiso:-No, es inútil que vaya. Ya debe estar muerto-, le dice.&nbsp;El soldado desobedeciendo la orden marchó en busca de su amigo. Pasado un rato volvió con él en brazos… ya muerto.El Capitán al verlo le dijo:-Se lo dije… era inútil que fuera.Y el soldado contestó:-No mi Capitán, no fue inútil. Cuando llegué aún estaba con vida... Al verme solo dijo… "Sabía que ibas a venir".<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Esa era una de las muchas historias que contaba René Lavand antes de realizar algunas de sus prestidigitaciones. "El drama también es belleza", sentenciaba luego. E ilustraba: "¿Y si no por qué Shakespeare? ¿Por qué Beethoven en su Quinta Sinfonía? ¿Por qué Picasso en Guernica?... El drama también es belleza"&nbsp;Por cierto, si esos relatos podían conmover a quién los escuchaba, era porque René lograba calar hondo. Como ese amigo del que solía hablar, su veterano colega Dai Varnon, que según René también tenía una tercera dimensión. "Los hombres somos altos y anchos, pero algunos también son profundos, tienen esa tercera dimensión tan especial, como Dai Varnon", decía él, casi dejándose caer sobre la superficie,en el nivel de los mortales, sin incluirse entre los profundos.&nbsp;Quizás por eso, aunque no lo conocí personalmente, este maestro del ilusionismo se encargó de que me enterara de que le gustaban las notas que escribía sobre él.&nbsp;La primera fue en los años 90 y surgió de su visita al living&nbsp; de Susana Giménez. Yo estaba en casa mirando ese programa, y en cuanto lo vi allí, no dudé en acercarme al televisor para ponerme a grabar el programa con la vieja videocassetera. De aquel operativo hogareño nació esa página del diario que, en realidad, escribió el propio René con ese estilo tan particular que desplegaba para contar las historias mientras jugaba con los naipes o las miguitas de pan. Y Susana alucinaba, mucho más que con Mickey Rourke, que la había visitado la semana anterior, cuando aún mantenía aquellos rasgos que enamoraban a tantas mujeres después de la erótica Nueve semanas y media. Y fue ese embrujo que René provocó en Susana con su ilusionismo el que destaqué, aquella vez, en la nota.Por eso, cuando alguna vez le escuché hablar sobre su niñez, su figura tan familiar caminando por las calles de la ciudad, se hizo aún más grande: "Mi padre se sentía sufrido porque creía que yo no iba a poder llegar a nada y no podía imaginar otra cosa que no fuera un hijo único frustrado en su futuro. Sólo veía en mí un hijo castrado, pero por suerte se equivocó", comentó alguna vez. Hacía referencia, entonces, al accidente y la pérdida de su mano derecha cuando aún era niño y el dramático impacto que eso provocó en su vida.<section class="noteSuggested" data-id="132963,133088" data-title="Puede interesarte"></section>Sin embargo, su padre también lo alentó a superarse a sí mismo: "Un brazo vale cien brazos si lo dirige un cerebro ilustrado, y un cerebro vale cien cerebros, si lo sostiene un&nbsp; brazo firme... usted será un hombre útil a sí mismo y a la sociedad", le decía a ese chico que, alguna vez, cuando tenía siete años, había quedado deslumbrado con el arte del mago Chang.Y de aquellos recuerdos que él exponía, surgió ese hombre vestido de frac, en los inicios de los años 60, que aparece en fotos y videos que hoy anidan en internet. Ahí está él, desplegando las alas de su fantástico ilusionismo, y ahí está el famoso Ed Sullivan, sin sacarle los ojos de encima a esos naipes que en ese preciso momento eran parte de una demostración de arte superior.&nbsp;Por cierto, quien observe las fotos que rescatan ese momento se dará cuenta de que tienen un encanto particular: esos nítidos tonos grises y negros que solían abundar en las tapas de las revistas de la época, estilo Life; muy de los años cincuenta y comienzos de los sesenta; y lejos, muy lejos, de esta era digital que hoy vivimos.Y algo más. En el caso de René, esas imágenes aún simbolizaban, de muchas maneras, el contenido de una época plagada de viajes. "Pero, siempre lo mejor, es la vuelta", solía decir él desde su casa, enclavada al pie del cerro, en esta naturaleza serrana que nos envuelve a todos.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand.jpg" alt="rene lavand - 1"><figcaption>SUEÑOS. Como el mismo René Lavand decía: “Cumplí ese sueño que tenía: recorrer el mundo con una baraja”. En la imagen, en 1962, durante su presentación en El Show de Ed Sullivan, el programa que recibía a las estrellas en crecimiento, desde los Beatles hasta Elvis Presley.</figcaption></figure>Por otro lado, en esas imágenes él no está solo y, de hecho, resulta difícil no detenerse en esa figura casi rústica que portaba Ed Sullivan, casi treinta años mayor que René cuando lo recibió en su show.Para ese entonces, Edward Vincent Sullivan -tal su nombre completo- ya era uno de los presentadores más populares de la televisión norteamericana. Pero antes había sido, entre otras cosas ya dichas, presentador de radio y actor durante los años 30 y 40.Fue&nbsp; recién en 1948 que Ed Sullivan se convirtió en uno de los hombres más famosos de EE.UU.&nbsp; Ese año fue contratado por la cadena CBS para conducir el primer show de variedades al que se llamó, 'La Toast of the Town', más tarde rebautizado como el "Show de Ed Sullivan".Y como ocurrió con René, este conductor también desafió sus propias limitaciones hasta convertirlas en una fuerza a favor.&nbsp;Con su rigidez, el pobre Ed tenía, realmente, muy poca presencia en el escenario. Y muchas veces parecía deambular por él, casi sin rumbo. Sin embargo, gracias a su carisma y a su ojo profesional para detectar talentos, al público no parecía importarle esos detalles.Ed Sullivan se convirtió así en ese hombre común que era capaz de poner al alcance de la gente a las grandes estrellas del presente y del futuro.&nbsp; Allí, en ese estudio que se hizo famoso, se mezclaron las indestructibles leyendas, con esos rostros desconocidos y frescos que recién aparecían. Sullivan tenía un radar especial para las nuevas tendencias y sonidos, y&nbsp;generaciones de fans del pop lo recuerdan introduciendo entre los estadounidenses a la más grande banda de todos los tiempos, con esa breve y torpe frase con que los presentó: "¡Aquí están, Los Beatles!".Ese programa rompió récords históricos en audiencia, pero por allí también pasaron otras estrellas de la época: desde María Callas hasta The Jackson Five, The Rolling Stones, The Doors, Elvis Presley, The Who, Creedence Clearwater Revival, The Temptations, The Supremes e, incluso, Sandro.Además, en todos los años que duró su show, Ed Sullivan mostró cómo fue evolucionando la propia televisión y el formato "magazine" o "talk show", que casi inventó. "Todavía recuerdo la cara de Ed Sullivan y el asombro de quienes nos rodeaban. Imaginate lo que era para un norteamericano llevar a la tele a un prestidigitador manco. Era como presentar a un bailarín rengo.", comentó muchos años después René Lavand sobre aquella experiencia. Y fue aún más allá: "Esa vez tuve miedo. El actor se puede equivocar, se confunde la letra y se corrige enseguida. Yo no puedo sacar el dos de oro en lugar del cuatro de espada. Me di cuenta de los riesgos que corro. Ya me creen capaz del milagro y la verdad es que si el público considera que lo que hago son milagros, mejor para mí. Siempre y cuando no me equivoque. Y esas cosas que parecen hechas con tanta naturalidad... no sabés, para lograr ese temple, esa aparente seguridad en mí mismo, todo lo que tengo que transpirar, practicando todos los días de mi vida.", comentaba Lavand.Ciertamente, las rutinas de René en su laboratorio muy poco tenían que ver con las nuestras. De hecho, he intentado, más de una vez, hacer eso que el escritor y psicólogo&nbsp;Spencer Johnson aconseja y pregona en todos los sitios donde lo invitan a conferenciar: "A veces me salto el almuerzo y cambio la rutina. Salgo a dar un paseo. O me compro un pequeño regalo para mí... Algo que me haga sentir que estoy cuidando de mí mismo. O salgo en auto, en busca de un paisaje hermoso, o saco una entrada para un concierto. A veces negocio una cita conmigo mismo a media mañana, un compromiso estrictamente personal. Una vez salí a las once de la mañana para visitar una galería de arte. Luego regresé y seguí trabajando como de costumbre hasta la hora del almuerzo", dice él, intentando convencer a los mortales a variar un poco esas cosas que repiten, mecánicamente, todos los días de la vida.Sin embargo, en mi caso, y por lo que veo en casi todas las personas con las que me cruzo cada día, a la misma hora, en el mismo lugar; el intento de cambiar la rutina ha concluido en un estrepitoso fracaso, si es que hubo realmente un intento.Pero mientras todas las sugerencias que los especialistas nos lanzan aún descansan ahí, sobre la mesa, para ser puestas en práctica algún día, yo continúo fiel a ese monstruo de conductas redundantes que alimento, sin demasiado entusiasmo, todos los días.Así que fue casi en un descuido, y por ese hábito que ya forma parte de mis rutinas laborales, que un sábado, a la media tarde, hace diez años, volví a escuchar esa voz algo cascada, diciéndome de manera tan inesperada: "¡Hola, Pablo!"...&nbsp;Sucedió el mismo día en que aquella reflexión que alguna vez Arthur Miller desgajó en pocas palabras se hizo realidad. "Una era se puede decir que se termina cuando las ilusiones se han agotado", resumió el autor de "Muerte de un viajante". Y hoy, una década después de la culminación de una era plagada de ilusiones, todos parecen tener una buena historia que contar sobre René Lavand, ese hombre que era capaz de romper la rutina del más apático de los seres humanos, con sólo estar ahí."Gracias a la amistad que él tenía con mi padre, viví tardes de niñez privilegiada junto a mi hermana, mirando sus juegos y su no se puede hacer mas lento para delicias de todos", comentaba Pepe Angelillo, ese talentoso músico, amante del jazz, que hace tantos años vive en La Plata.&nbsp;Y acá en Tandil, Germán, mi mozo en ese café que formaba parte de otra de mis rutinas, describió en pocas palabras esa postal tan distinta en lo cotidiano de su oficio: "Siempre recordaré a René con su píccolo capuchino en Liverpool, leyendo el diario por la tarde".Desde Barcelona, nuestro ahora lejano vecino Carlos Merlo Dimenna, un filósofo del humor devenido ingeniero en sistemas, pudo describir ese efecto anti-rutina que el arte de Lavand provocaba ante su mirada adolescente: "Practicaba sus lentidigitaciones en casa de los Llorens, con nosotros de audiencia, sentados a su lado en la mesa de la cocina; y alucinando yo le decía en cada final: "que h... de p...!", y René sonreía de satisfacción".Esos son apenas un puñado de los recuerdos que, con el fin de toda una era -la que nos obsequió Lavand-, empezaron a emerger de la memoria de los niños de ayer. Como los del productor, autor y guionista de cine, Julio Fernández Baraibar, que hace ya tantos años se fue de Tandil: "Yo tendría unos diez años. Una noche, como de costumbre, mi padre volvió del trabajo a eso de las ocho. Pero, como no era costumbre, me dijo:&nbsp;-Vestite bien que vamos a salir.Quienes conocen mi placer trasnochador se pueden imaginar mi alegría. Me preparé y mi papá, sin decirme qué íbamos a hacer, me llevó al Club Hípico de Tandil, sobre la calle Pinto, enfrente de la peluquería de Passo, nuestro peluquero y de las tres cuartas partes de los hombres de Tandil.En el piso superior del Club estaban dispuestas las mesas, las arañas prendidas, como si fuera una noche de alguna gala fuera de lo común. De pronto se apagaron las arañas del salón, se encendieron las luces del escenario donde habitualmente se instalaba la orquesta de Don Vito para amenizar las fiestas y apareció un hombre joven, alto, delgado, vestido en negro frac y rematada su cabeza con una chistera, galera le llamábamos entonces, también negra. Un fino y cuidado bigote adornaba su labio superior. Y la mano derecha metida elegantemente en el bolsillo del impecable pantalón. Parecía la encarnación de Mandrake, el Mago, que salía en la página de las historietas del Eco de Tandil, y que con sus gestos hipnóticos realizaba proezas sin par.Pero también noté que debajo del rutilante uniforme de mago estaba ese mismo señor que dos por tres pasaba por casa a conversar con mi padre.-Andá a abrir, que debe ser Lavandera.Siempre quedaba en mí la duda sobre si mi padre se había salteado el artículo al querer decir la lavandera, o si realmente me decía la bandera. Porque ese muchacho, un poco menor que mi padre, no era ni lo uno lo otro. Y mi padre me explicaba entonces que el apellido era Lavandera, que trabajaba en el Banco Nación como cajero y que en un accidente había perdido su mano derecha.&nbsp;-Tenés que ver cómo cuenta los billetes con una sola mano, me decía mi papá.Y ahí lo tenía a Lavandera vestido de Mandrake, el Mago.Esa noche descubrí que el héroe inventado por Lee Falk existía, vivía en Tandil y con una sola mano creaba un mundo fantástico donde los naipes volaban del mazo a un bolsillo y las monedas se multiplicaban con solo girar en sus dedos. Y que Narda y Lothar no existían, eran mentira.Pero Mandrake sí, y se presentaba bajo el seudónimo de René Lavand y, al igual que Clark Kent, disimulaba su personalidad detrás de los barrotes de la caja del Banco Nación.Ese hombre fue la magia de mi niñez tandileña. Ese mago, ese brujo manco, ese genio escondido en lo profundo de su chistera, ese convocador de sueños y fantasías se ha ido. Al llegar, sacó una moneda de la boca de San Pedro. Y se sentó tranquilamente con los ángeles, que lo estaban esperando para ser fascinados por su mano omnipotente".Con ese relato recordaba Fernández Baraibar a René, y a lo largo de los últimos diez años, casi como una necesidad de no soltarle la mano al hombre que con sus ilusiones nos apartó de nuestra colección de rutinas, las historias se han ido acumulando.&nbsp;Por eso tengo guardada, como esa baraja firmada que René sacaba de la billetera al final de su presentación, mi pequeña y llamativa historia para poner sobre el tapete.&nbsp;Ella anida en un teléfono blanco de los de antes, el que estaba sobre mi escritorio en la Redacción, para nada glamoroso, y en esa rutina irromplible que el sábado 7 de febrero, hace diez años, cerca de la mediatarde, recién llegado de mis quince días de vacaciones, me llevó a escuchar, casi de manera mecánica,&nbsp; la casilla de mensajes.&nbsp;Allí estaba, aún guardado, desde hacía más de dos semanas, ese aviso del 18 de enero, dejado a las siete menos cuarto de la tarde, con esa voz algo cascada diciendo: "¡Hola Pablo, te habla René Lavand. Te quiero dejar un mensaje para agradecerte la nota que publicaste hoy en el diario y que me llenó de emoción.&nbsp;Sabés que estoy enclenque y viejo, como el gallo bataraz, pero si un día me ves por el centro, por favor decime: ¡Eh, soy yo!, y nos vamos a tomar un café, aunque sea".Por cierto, no pudo ser. Pero en ese mágico momento, con esa manera de decir tan propia, René logró un fabuloso acto de ilusionismo: el de hacerme escuchar su voz el mismo día que había partido.&nbsp;Casi&nbsp; como diciéndome: "Sabía que ibas a venir…"

Sabía que ibas a venir

POR NÉSTOR DIPAOLA&nbsp;Tuve la dicha de disfrutar varios de sus espectáculos, incluso en un salón del Multimedios El Eco, treinta años atrás, un 30 de julio, en una cena cumpleañera. Nuestro diario era quien cumplía un año más y tuvo la deferencia de aceptar la invitación. Tras el menú, desplegó su arte para nosotros, para la gente de El Eco. Imborrable e irrepetible.Tuve la dicha también, de compartir unos cuantos cafés con René, sobre todo en las mesas del Golden y del Plaza Hotel. Pero para la historia, perdurarán las entrevistas. La primera de ellas se la realicé en su casa en febrero de 1994, cuando el ya legendario suplemento dominical La Vidriera, daba sus primeros pasos. La sección se denominaba “Tandilenses con historia” y desfilaron centenares de personajes destacados en todas las esferas. Eran auténticas historias de vida y obviamente René no podía faltar. Estuve esa tarde, más de tres horas en su mítica residencia del barrio Uncas y por supuesto se generaron decenas de preguntas y respuestas.&nbsp;Gracias a la amable invitación de los compañeros del diario para adherirme a este homenaje, hoy puedo, exactamente treinta y un años después, evocar aquellos diálogos y compartirlos con los lectores. Vamos, pues, con la selección que he confeccionado para estas páginas tan especiales.-¿Desde qué edad es tandilense?-Yo soy más tandilense que ustedes, que nacieron aquí, porque yo elegí Tandil para estar y aquí me habré de morir, ojalá dentro de muchos años. Pero atendiendo a su pregunta, le diré que estoy viviendo acá desde los 14 años. Vine con mis padres, pero no desde la Capital, donde nací como Héctor René Lavandera el 24 de septiembre de 1928, sino desde Coronel Suárez, adonde nos habíamos trasladado cuando yo tenía nueve años. Mi padre Antonio Lavandera, era viajante de comercio. Mi madre, Sara Fernández, fue maestra durante muchos años de la escuela número uno de Tandil. Sus exalumnos guardan gratísimo recuerdo y me emocionan cuando hablan tan bien de ella.&nbsp;-¿Qué se siente cuando se vive en un lugar paradisíaco?-Hay colegas míos que no entienden cómo me dejé atrapar, siendo artista, en una ciudad del interior de la provincia. Pero, claro… ellos no llegaron a quererla, a sentirla como yo, que quiero a Tandil de verdad. Hay muchos lugares lindos en Tandil, en los que uno se encuentra con la sorpresa de la naturaleza cuando sale a dar una vuelta, como hacemos, por ejemplo, todos los días con mi mujer, que salimos a caminar por estos caminos de Dios, acá entre los cerros, el lago, todo este verde que no se riega nunca porque no hace falta. Ahí tengo docenas de picaflores, tengo mis peceras, los perros… Convivo con la naturaleza, en contraposición con esa vida alienada de las grandes ciudades. Ahí están solos, por más que vivan en medio de 13 ó 14 millones de seres humanos. Están solos. Es tremendo, yo no aguantaría una cosa de esas.&nbsp;-¿Cómo recuerda a Buenos Aires y Coronel Suárez?-Sí, tengo recuerdos. Tristes y gratos también. La vida, como sabemos, es una de cal y una de arena. Me acuerdo de una excepcional maestra, la señora de Jovel, que vivía hasta no hace mucho, con sus 97 años, en Coronel Suárez. Recuerdo a los amigos de entonces.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand_2.jpeg" alt="rene lavand - 18"></figure>-¿Cómo y en qué circunstancia ocurrió el accidente?-Fue para los Carnavales. Yo tenía nueve años y ocurrió cuando estaba jugando con agua, con otros chicos. Me atropelló un auto y me seccionó la mano derecha. No pude ir a la escuela ese año. Retomé al año siguiente, cuando me rehabilité.-¿Esa rehabilitación fue con ayuda de profesionales?-No. Solo, a fuerza de voluntad. Hay quienes se rehacen de cosas peores. Son estímulos de la vida. Posiblemente de no haber mediado ese accidente, no hubiera conseguido lo que he logrado. Es natural que así sea. Hay una reacción del ser humano. Cuando no se da esa reacción, nos quedamos sin la mano y sin la baraja.-¿Qué recuerda de los comienzos de la “vida tandilense”?-A los 14 años ingresé en el Bachillerato de la Escuela Normal. De ella, recuerdo compañeros, profesores. Había docentes de muy alto nivel, como el caso de Zacarías Cabrera, de quien nadie puede olvidarse jamás. Había sido uno de los docentes fundadores de la escuela, de esos Maestros, con mayúscula.-¿Le gustaba ir a bailar por esos años?-No, muy poco.-¿Y este arte, cómo surge?-Esto ya había surgido, desde los siete años, con las dos manos. Fue el primer juego, debido al interés que yo tenía por hacer algo que hacía un amigo de mi padre. Él me lo enseñó. Pero la verdadera motivación llegó después del accidente. Fue un desafío. En reuniones de la escuela ya me mostraba. Y entre la familia también. Siempre había motivo para hacer algo.&nbsp;-¿Cuándo fue la primera presentación en público?-Tenía unos 25 años y fue en la sala del Hotel Continental, de Moroder, en Belgrano entre 9 de Julio y Rodríguez.&nbsp; Me fue bien. Poco después, dejé el trabajo que tenía en el Banco Nación, al cual había ingresado después del bachillerato. Estuve diez años como empleado bancario. Después me dediqué por entero a esta profesión, este arte que se hace profesión a través de los contratos que se firman. Los primeros, por aquella época, fueron en El Show de Pinocho (Canal 13), y los teatros Nacional y Tabarís.&nbsp;-¿Qué más puede decirnos de este arte que se hace profesión a través de los contratos?-Se hace profesión, pero a su vez, seré aficionado hasta que me muera, porque estoy en la creación permanente. Amo lo que hago, por eso soy aficionado, o amateur, que quiere decir amador.&nbsp;-¿Cómo define al ilusionismo?-Es el primer arte que nació con el hombre. Crear una ilusión. Engaño sutil. El arte de engañar sin engañar. Los brasileños le llaman la reina de las artes y tienen razón porque fue lo primero que utilizó el hombre para el logro de la comunicación. Es un arte maravilloso que me permite la comunicación con el mundo, no obstante las diferentes idiosincrasias, los diferentes paralelos, latitudes, idiomas…-¿Alguna diferencia que haya notado en los públicos?-Pude comprobar que cuanto más nivel cultural hay, es mayor el lucimiento de uno, se trabaja más suelto. Está la gente que goza del sutil engaño y la gente que se rebela, que no quiere sentirse engañada. De pronto otros creen que lo que yo hago es para los chicos, porque no tienen la menor idea de qué se trata. Aunque ahora se incentiva mucho este arte en los niños, y está muy bien, porque estando en esto, hay menos posibilidades de que estén en la droga, en la bebida, ya que por el contrario, están en la creación. Se crece permanentemente con la creación. Y por eso no se envejece, se crece, que es distinto. Pero para ello hay que tener al niño, al ángel adentro, hay que ser artista.-Aquí en Tandil, maestro, ¿también siente el afecto de la gente o se da aquello de que nadie es profeta?-No, no. He trabajado varias veces aquí y siempre a sala llena, con aplausos, con afecto. Soy un hombre que sé ganar amigos. Pero también enemigos. ¡Cuidado con el que no los tenga! Quiere decir que jamás gritó una injusticia.-¿Una ciudad o país que lo haya impactado por su gente o por su belleza natural?-Si querés que te nombre una ciudad, te diría Nueva York. Pero no viviría ahí ni loco. ¿Un país que recuerde por sus bellezas? Sí, podría nombrar a Suiza. Basilea… bueno, todas. También las ciudades de Italia. San Francisco es una de las ciudades más bellas ediliciamente hablando, pero eso no quiere decir que no haya sido más feliz en Los Ángeles, donde he actuado varias veces. ¡París! ¡Roma! En fin, daría para un libro…<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand_nota_5.JPG" alt="rené lavand nota - 9"></figure>-¿La gente?-Ese es el mejor paisaje, el humano. Yo puedo estar con un amigo en Salavina, allá por Santiago del Estero, donde no voy a encontrar nada paisajístico; donde no hay siquiera un verde como el que estamos contemplando acá. Pero puedo ser feliz en Salavina si estoy a gusto con quien me acompaña. En todas partes se encuentra calidez. Es maravilloso lo de Japón. Fue una grata experiencia, que hice en 1993.-Usted es modesto, pero… ¿se considera un embajador de la ciudad?-No soy tan modesto, ¿eh? Y odio a los modestos, porque son los peores. La modestia es un refinamiento de la vanidad. Yo soy un hombre de orgullo, pero no soy un pedante tonto. Con respecto a la pregunta, sí, soy embajador ya no de Tandil sino del país. Bueno o malo, eso lo dirá la gente, pero lo soy.-Pero los tandilenses lo sentimos fundamentalmente embajador de la ciudad…-Claro… Cuánta gente se enteró que existe una ciudad como Tandil, cerca del faro del fin del mundo, como les digo a los yanquis y a los japoneses. He recibido siempre varias cartas semanales en las que escribían René Lavand, Tandil 7000, simplemente.&nbsp;-¿Cuáles son los países en que el ilusionismo se cultiva más y mejor?-España, Estados Unidos y Japón, que se enseña ilusionismo hasta en las universidades. No sé si como carrera, como hobby o como una inquietud más, pero se está enseñando. En España funciona la Sociedad Española de Ilusionismo, donde hay grandes maestros, gente que piensa, que sabe pensar, además…-¿Qué hay de innato y qué de adquirido en este arte del ilusionismo?-Alguien dijo: Si el genio se debe a la transpiración… habrá que ponerse a trabajar. Pero alguna condición innata habrá que tener también.-¿Tuvo maestros?-La vida… y el amor a estas cosas.-¿Qué diferencia existe, desde el punto de vista técnico, entre magia e ilusionismo?-No hay diferencias. Es una cuestión conceptual. A mí cuando me dicen “mago”, me molesta. Porque mago es un término enigmático, como “brujo”, o “hechicero”, “gnomo”. Yo soy experto en cartas, para entendernos claramente. Ni más ni menos.-Disculpe la insistencia, pero el concepto de magia, o de “hacer magia”, es empleado hasta por los educadores para hacer referencia a los elementos positivos en la relación con los educandos…-¡Ah! ¡Eso es otra cosa! Si vos me decís que yo hago magia en el espectáculo porque tengo magia como actor, entonces sí, me encanta la palabra. Magia es la fascinación del actor que logra la comunicación con su público. Yo hago juegos de ilusionismo. Si les pongo a esos juegos mi magia porque la tengo realmente, eso es otra cosa. Pero que lo digan los críticos. Pero se ha arraigado el término “mago” y a mí me revienta que me digan “mago”… porque no hay tal cosa. Vos hablabas recién de la docencia. Y así como te nombré a un grande como el profesor Zacarías Cabrera, también puedo decirte que tuve otros que infundían miedo al alumno. ¿Qué podría aprender uno con ellos? A lo mejor sabían mucho de su materia, pero como maestros les faltaba la magia.&nbsp;-¿Música?-Permanentemente. Es como mi comida. Estoy lleno de discos, casets, compactos. Clásica, sobre todo. ¿Tango? Sí, me gusta Goyeneche, sobre todo.-¿Algún equipo de fútbol?-No, no me dedico al fútbol. No me interesa.-Si tuviera que hacer un balance hoy, ¿considera que lo ha favorecido?-¡Sí…! ¡Tengo un saldo tan positivo! Estoy tremendamente agradecido. Lo único que lamento es que la vida sea tan corta, o que se le haga corta a uno, viendo cómo se van los años… (sonrisas). Pero tampoco eso es para ponerse a llorar, hay que aceptarlo como una realidad. Lo único que digo es que el día que me toque marcharme me voy a poner de mal humor… Es muy hermoso esto de vivir, es muy hermoso… Sobre todo viviendo como yo opté vivir, rodeado de naturaleza, acompañado por una mujer como la que tengo, de cuatro hijos sanos y de un mundo maravilloso de creación, que es Arte con letras mayúsculas y que se llama Ilusionismo, para el cual vivo y del cual vivo.

Veinticinco respuestas a otras tantas preguntas exclusivas para El Eco

“Con el aroma de los jazmines, el blanco de la pata de vaca, el rosa de las azucenas y el dorado del fresno, renace Milagro Verde”. Lo que más le gustaba de los viajes a René Lavand, era volver a su casa. Volver allí, a su “Milagro Verde”. Reencontrarse con su familia, con su boscoso entorno natural, lleno de árboles, plantas y aves.&nbsp;Entonces arribaba y recorría el jardín, con los mismos ojos poéticos que magnetizaban a sus espectadores en cualquier parte del mundo.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Observaba el bosque embelesado, como si fuera la primera vez, como si eso lo pusiera frente a frente con él mismo. Lo hacía con esa gratitud y serenidad que da llegar al hogar y encontrar todo como esperaba. Es que ya todos sabían que el mantenimiento del pasto y los alrededores era esencial.&nbsp;<section class="noteSuggested" data-id="133219,133088,133278" data-title="Puede interesarte"></section>Sus hijos Lorena y Lauro Lavandera, y su mujer Nora, contaron por qué todavía se siente tanto su ausencia: “Es que ocupaba todos los espacios”.&nbsp;René no tenía un solo lugar favorito, sino que llenaba cada sitio con su presencia. Repartía paños y cartas en distintos lugares de la casa donde practicaba, creaba y diagramaba; así también transitaba los senderos vegetales repasando rutinas en voz alta. “Estaba en todos lados”, coincidieron.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand_7.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 8"><figcaption>Generó su propio circuito entre el boscoso jardín para tratar su artrosis.</figcaption></figure><h3 style="text-align:justify;">Estilo británico</h3>Según recordaron Lorena y Lauro, su padre compró esa quinta en 1968. El nombre “Milagro Verde” lo unió enseguida al lugar.&nbsp;Por aquel entonces contaba con una casa, en la que vivió alrededor de 40 años.&nbsp;Más adelante adquirió el terreno contiguo y ya avizoraba construir allí una cabaña. Por supuesto que lo hizo, como todo lo que se ponía en mente, y es donde vivió sus últimos 15 años junto a Nora. Él decía que tener proyectos activos le daban sentido y ganas a la vida. Siempre estaba pensando y haciendo.&nbsp;En total son unos cuatro mil metros cuadrados de vegetación con algunas edificaciones que casi no interrumpen la armonía del entorno. Desde el primer momento buscó diferenciarse de la tendencia francesa, donde los jardines contaban con amplios parques de césped, o árboles y arbustos perfectamente podados. Su estilo siempre fue el británico, más salvaje y natural.&nbsp;Dicho por expertos de la jardinería y la botánica local, que han visitado la quinta en varias oportunidades, han llegado a existir hasta 200 especies vegetales. Muchas se han ido perdiendo, pero a otras las fue incorporando él mismo. Era un apasionado.“Cada vez que se caía un árbol, era un duelo para él”, recordó Lorena, quien también trajo a la memoria las caminatas que hacían juntos. René posaba su brazo sobre los hombros de ella mientras le contaba el nombre de cada variedad de planta.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand_6.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 7"><figcaption>"Cada vez que un árbol se caía, era un duelo para él", recordaron sus hijos.</figcaption></figure><h3 style="text-align:justify;">Un circuito sanador</h3>Cuando a René Lavand le diagnosticaron artrosis le recomendaron caminar y moverse. Si bien diariamente circulaba por el predio, así como religiosamente asistía a sus cafés matinales y de atardecer en el centro, se propuso algo más organizado.&nbsp;En ese entonces tenía aproximadamente 65 años y se diseñó un circuito dentro de esa casi media hectárea para sanar su afección.&nbsp;Pareciera que mientras recuerdan esta parte de la historia Lorena y Lauro todavía lo ven, hay un brillo especial en sus ojos. Contaron cómo su padre salía cada día por el mismo lugar y transitando los mismos pasos. “Se tomaba el tiempo”, comentaron con complicidad.&nbsp;Lavand daba dos vueltas con ritmo continuo a ese camino de senda natural y boscosa. Además, también se lo podía escuchar repasando sus rutinas, dejando en evidencia su entusiasmo y disciplina. Un perfeccionista de las barajas.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand_5.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 6"><figcaption>"Milagro Verde", aquel pedazo de naturaleza que regó, embelleció y disfrutó hasta sus últimos días.</figcaption></figure><h3 style="text-align:justify;">Ideas de Japón</h3>Su pasión por embellecer el entorno y atraer vida silvestre no terminaba en las plantas. En uno de sus viajes a Japón se dejó enamorar por los jardines acuáticos hechos con piedra, entonces volvió a Tandil a poner en práctica esa idea en su propio espacio.&nbsp;Los Nihon teien son tradición tanto en las casas privadas como en los parques públicos de ese país y Lavand quedó encantado con su estética y el significado de evocar a la simpleza rural.&nbsp;Al primero lo instaló en la parte trasera de la casa que compartía con sus hijos. Piedras, plantas y hasta peces habitaban en aquel estanque. Sin embargo, cuando dejaron de vivir allí y él se mudó con Nora a la cabaña, alquilaron el lugar por muchos años y se perdió. Por fortuna, lo están recuperando.&nbsp;Otro de estos jardines fue evocado en la vertiente que baja de las sierras y bordea la quinta marcando el límite con el terreno vecino. Éste ya no tiene peces, pero el hilo de agua se hace lugar entre las piedras y los verdes.Siguiendo a la vera de ese canal y cruzando un puente, es posible llegar hasta la cabaña. Un bellísimo Nihon teien con diversidad de flora y fauna vierte agua desde dos puntos. Según contó Nora, el estanque era más chico y tenía una bella Acacia a su lado, hasta que un día ese árbol se cayó. Entonces, decidieron agrandar el jardín acuático y dejar el tronco cortado al medio.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand_4.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 5"><figcaption>Los estanques de estilo japonés que construyó, eran sus fascinación.</figcaption></figure>Pero esta no fue la única idea que René importó de Japón. Un día instaló una pajarera, grande y amplia en el medio de su vergel, en la cual puso varias especies de aves, algunas de ellas exóticas. Lo que más le gustaba de eso era la visita de otros pájaros, que revoloteaban el espacio y para ellos colgaba bebederos y comederos de los árboles. Los admiraba.&nbsp;<h3 style="text-align:justify;">Un estratega del jardín</h3>El ejemplar más viejo hoy en día es un Abeto que, calculan, tendrá unos 114 años. Está justo frente a la puerta lateral de la casa donde crecieron Lauro y su hermana. Tal les han contado, fue traído desde Europa en avión, cuando aún podían transportarse plantas y semillas, en un plantín de apenas centímetros.&nbsp;Hoy varias de sus ramas parecen más cansadas que otras, resecas, sin hojas. Sin embargo, a pesar de eso, su porte es imponente. Alto como ninguno, se adelanta a todos los demás que lo escoltan con la admiración que se le tiene a un viejo maestro.&nbsp;Así como era de estratega con sus cartas, René también lo era con su jardín. Le gustaba desayunar y almorzar a la intemperie incluso en invierno. Desde una mesa y sillas de piedra ubicadas –en aquel entonces- al frente de la casa, tenía una vista panorámica de todo. Regaba con meticulosidad cada sector, observaba y planificaba.Hacia la derecha, pasando la zona del quincho, había un espacio con una palmera, un pino y un incipiente y flaco ombú. “Ese ombú me va a dar sombra en el camarote a la hora de la siesta”, le había proyectado a su hijo.&nbsp;Aunque todavía no tenía el vagón, él sabía muy bien lo que quería. Con sus troncos altos y ramificados, aquella visión de René se hizo realidad. Lejos de ser una ilusión, el aficionado de las siestas pudo dormir muchos años bajo esa sombra soñada.<h3 style="text-align:justify;">Es la historia de un vagón, como no hay otro igual</h3>“Sucede que a mí siempre me interesó el tema ferroviario, la historia del ferrocarril y por eso yo tenía unos planos”, comenzó contando Marcelo Arcas, quien un día del año 2001 pasó por la puerta de “Milagro Verde” y entre las plantas notó con sorpresa la presencia de un vagón que tenía en su recuerdo.&nbsp;Él vivía en Adrogué y esa pasión por los trenes desde&nbsp;chico lo había hecho meterse “en todos lados” y conseguir cosas en los archivos que el ferrocarril tiraba.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand_1.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 2"><figcaption>El vagón, todavía en la estación, antes de pertenecer al ilusionista.</figcaption></figure>“A todas esas cosas, que eran de la época de los ingleses, las fueron tirando a la basura. Y yo lo fui juntando y así conocí otra gente que hacía lo mismo que yo”, dijo. Y entre todos fundaron lo que hoy se llama la Fundación Museo Ferroviario, que es un archivo histórico sobre los ferrocarriles en la Argentina.<blockquote>“Tenía unos croquis de cierto material rodante, un día pasé por lo de Lavand y vi ese tal vagoncito, entonces me fijé el número y descubrí que entre mis fotos lo tenía”, recordó.</blockquote>A Arcas le llamó la atención, no sabía por qué estaba ahí, pero alguien le comentó que el ilusionista lo había comprado. Se alegró por eso, ya que de lo contrario hubiese sido quemado o destruido como sucedía con los que quedaban en desuso por largo tiempo.&nbsp;Se empeñó en buscar en sus archivos hasta dar con el croquis, el plano del tren donde funcionaba ese vagoncito, que correspondía originariamente a la vivienda de quien recorría las líneas quemando el pasto para que no invadiera las vías.&nbsp;<blockquote>“Las locomotoras de vapor patinaban, entonces había que tirar un producto químico al pastizal. Así es que estaba compuesto por un dosificador del producto químico, un tanque que llevaba el veneno y el vagoncito que era la vivienda del encargado de hacer el trabajo. Además, le acoplaban una locomotora y recorría un ramal desmalezando”, detalló.&nbsp;</blockquote>Con ese plano ya en mano, decidió volver a “Milagro Verde”. Directamente tocó el timbre y fue recibido por la anterior esposa de Lavand. Le mostró los papeles históricos, considerando que era él quien debía tenerlos.&nbsp;“Enseguida salió René”, dijo, y le contó esta historia. Luego de escucharlo atento y mostrarse fascinado por lo que estaba conociendo, lo invitó a pasar y mostrarle la recuperación del vagón.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand_3.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 4"><figcaption>El plano del mítico vagón, entregado a a Lavand por Marcelo Arcas.</figcaption></figure><h4 style="text-align:justify;">Un refugio acogedor</h4>Rodeado de plantas y protegido del sol por un ombú, una palmera y otros árboles, el icónico vagón de René Lavand está intacto. Recuperado y puesto a punto nuevamente por sus hijos Lauro y Lorena.&nbsp;Es un verdadero andén, con su clásico cartel de destino: “Milagro Verde”, la estación preferida del artista de los naipes.&nbsp;Subir esos escalones y ver cómo Lauro abre la puerta aumenta las expectativas y la ilusión. Objetos antiguos, donados a la causa que él mismo promovió entre sus más conocidos, en un espacio diminuto se despliega un mundo. Su mundo.&nbsp;Una barra de madera a la derecha, estanterías con fotos y reliquias, una mesa ratona y dos sofás individuales de estilo al medio y hacia la izquierda el camarote con una cama individual. Allí pasaba sus siestas y utilizaba un teléfono antiguo a manivela para comunicarse con la casa.Entre varios tesoros más, se encuentra colgado en una de las paredes el plano del que habla Marcelo Arcas.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/parque_rene_lavand.jpeg" alt="PARQUE RENE LAVAND - 1"><figcaption>Lauro Lavandera, hijo de René.</figcaption></figure>

Su pasión por la naturaleza: un vergel de árboles, jardines acuáticos, aves y un vagón icónico

<blockquote>“Este&nbsp;juego encarna toda una&nbsp;filosofía: me acompañan tres migas&nbsp;y todavía siguen creciendo. Es la filosofía de lo&nbsp;simple, la belleza de lo simple no de la&nbsp;simpleza, eso es otra cosa, hay una&nbsp;diferencia abismal entre lo simple y la simpleza. Son tres migas y un pocillo, eso es todo. Les pido que miren este juego con&nbsp;los ojos del alma, van a gozar más y&nbsp;mejor de la &nbsp;ilusión”.</blockquote>De este modo, René Lavand empezaba a jugar sobre un rectángulo de felpa verde a esconder o tirar hacia afuera una de las migas, que sin embargo volvía siempre a aparecer en el interior de la taza blanca.&nbsp;<section class="noteSuggested" data-id="133219,133088" data-title="Puede interesarte"></section>“Siempre somos&nbsp;tres contando a mi sombra y a mi amiga&nbsp;la&nbsp;luna, cuando&nbsp;canto la luna me escucha, cuando bailo mi&nbsp;sombra también baila. Terminada la fiesta&nbsp;los invitados deben partir, yo desconozco&nbsp;esa&nbsp;tristeza cuando marcho hacia mi casa,&nbsp;siempre somos tres: me acompaña la luna y me sigue mi sombra”, remataba el ilusionista. &nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Vivió más de cincuenta años haciendo trucos simples con belleza. Ahí está la ilusión. La elegancia y exquisitez con las que se manejaba realzaban la lentitud de sus movimientos. “Yo desconozco esa tristeza cuando marcho hacia mi casa”. Su casa fue Tandil, la ciudad que eligió para vivir y donde pasó la mayor parte de su vida. Una huella indeleble persiste en los espacios que supo habitar y recorrer como uno más, entre la gente, junto a sus amigos de siempre.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand_en_la_ciudad.jpeg" alt="rene lavand en la ciudad"><figcaption>René Lavand en una entrevista en ECO TV.</figcaption></figure><h3>El comienzo</h3>Su biografía indica que nació el 24 de septiembre de 1928 en Buenos Aires. Hijo único de Antonio Lavandera y de Sara Fernández, viajante de comercio él, maestra ella. En 1935 su familia se mudó a Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires. En febrero de 1937 tenía 9 años y hacía calor cuando lo atropelló un auto al cruzar la calle. Le amputaron la mano derecha. Quizás ese fue el comienzo de todo.&nbsp;En 1942 su madre consiguió un puesto de maestra en Tandil y la familia se mudó. Aunque recorrió el mundo, nunca se fue de Tandil. “Yo podría vivir en cualquier lugar del mundo, pero todo hombre debe tener un lugar al que volver. Y Tandil es mi vértice”, le dijo a la periodista argentina Leila Guerriero, quien escribió un perfil sobre él.&nbsp;Villa Hilda es una casona pintada de rojo ubicada en Constitución 527 que se encuentra en muy buen estado de conservación. &nbsp;Allí pasó parte de su juventud. Después vinieron La Strega y Milagro Verde, en el barrio Uncas, donde montó su casa y en un vagón decidió armar su propio laboratorio de magia. Nora fue la tercera mujer en la vida del “lentidigitador”, con quien vivió en Milagro Verde hasta su fallecimiento el 7 de febrero de 2015. Antes estuvo casado con Sara, con la que tuvo dos hijas: Graciela y Julia; y luego formó pareja con Norma, de la que nacieron sus otros dos hijos: Lauro y Lorena.Hizo el bachillerato en la tradicional Escuela Normal y tenía apenas 18 años cuando falleció su padre y al poco tiempo ingresó a trabajar en el Banco Nación.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/banco_nacion.jpeg" alt="banco nacion"><figcaption>En el Banco Nación, Pinto y Rodríguez, trabajó diez años hasta que renunció para dedicarse a la magia.</figcaption></figure>En el libro “René Lavand, barajando recuerdos. Memorias de un ilusionista”, el mismo René recordó: “De cualquier manera, por una razón mucho más poderosa que la de complacer a mi madre (la de sobrevivir), pero dándole una tranquilidad al respecto, ingresé como empleado en el Banco de la Nación Argentina, con poco más de veinte años. Mis diez años en aquella institución, arrancaron dos opiniones controvertidas sobre mi eficiencia en el trabajo: la del público, que viéndome manejar los papeles y escribir a máquina me admiró profundamente y la del gerente, mi amigo Carlos Altube: en la historia del banco desde su fundador Don Carlos Pellegrini a la fecha, ¡nunca debió existir un empleado peor que yo! En un rincón de mi escritorio, escondía una baraja y, en un rincón de mi alma... ¡muchos sueños!”.Según contó en varias ocasiones, sus compañeros del Banco Nación, entre ellos su jefe, Juan Carlos Osa, le festejaban sus habilidades y lo empujaban al profesionalismo; pero recién renunció al banco cuando las puertas del varieté porteño se abrieron para él.<h3>Debut tandilense</h3>El debut en público tuvo lugar en el extinto Hotel Continental de Tandil, en Belgrano entre 9 de Julio y Rodríguez, a fines de la década de 1950. Fue ante 50 personas; conocidos del trabajo y del club de esgrima, deporte que practicaba. La imagen que inmortalizó ese evento se encuentra exhibida en el mostrador del Hotel Plaza, que era propiedad de su íntimo amigo Vicente Mazzone, ya fallecido.&nbsp;Desde ese momento, la insistencia de sus amigos para que se presentara en Buenos Aires se hizo constante. La primera puerta porteña se le abrió con El Show de Pinocho, el programa de Juan Carlos Mareco. Un productor vio el show y lo contrató para que hiciera un número en el teatro Tabarís. Y de allí, sin escalas, pasó al Teatro El Nacional, con espectáculo propio.En el perfil que Leila Guerriero publicó en el diario La Nación en 2009, el mismo Lavand decía:&nbsp;-La belleza de lo simple. Tic, tac. Y si podemos hacer tic, mejor. Hay quien dijo que cuanto más suave la caricia, más penetra. Debe haber sido un sabio. Yo digo que cuanto más lento el movimiento, más impacta. En este maletín está toda la composición de “No se puede hacer más lento”. El talco, la glicerina para cuando se seca la mano. Y la baraja española. Eso es todo. Las barajas me duran mucho porque me gusta dominar, domar el instrumento. Cuando el instrumento está domado, está afinado. Y cuando tengo una baraja nueva tengo que domarla.&nbsp;<h3>Esas gambas al ajillo</h3>En la década del 60 comenzó a dedicarse profesionalmente al ilusionismo y a viajar a diferentes destinos: México, Estados Unidos, Europa, Japón. Y así siguió por décadas. Desarrolló su carrera tanto en la Argentina como en todo el mundo. Pero siempre su base fue Tandil.A lo largo de su vida era común cruzárselo en distintos cafés de la ciudad. La cofradía y la amistad se afincaban en las mesas de La Vereda, Liverpool, Golden, Tierra de Azafranes.En el restaurante Tierra de Azafranes hay cuadros en su memoria y una mesa que lo recuerda: “Esta mesa ocupaba siempre el mejor ilusionista del mundo, René Lavand”.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/tierra_de_azafranes_rene_lavand.jpeg" alt="tierra de azafranes rene lavand"><figcaption>Era habitué del restaurante Tierra de Azafranes, donde una mesa lo recuerda.</figcaption></figure>El local gastronómico inició sus actividades en 2009 en la esquina de Constitución y Fuerte Independencia, a metros de Villa Hilda, la casa que supo cobijarlo en su juventud.En 2011 se trasladó a su actual ubicación de Santamarina y San Martín y así lo recordó Ricardo Camgros, dueño de Tierra de Azafranes, para El Eco de Tandil: “El primer día que fue a comer René, nosotros estábamos ubicados en Fuerte Independencia y Constitución y cayó por la cercanía que tenía con la casa en la que él vivió cuando vino a Tandil, y entró medio sorprendido porque no era una zona capaz en la que había lugares gastronómicos. Entró medio sorprendido a ver de qué se trataba y bueno, él vio que había gambas al ajillo en la carta, plato que le gustaba mucho de su paso por España. Me pidió unas gambas al ajillo y que se las hiciera bien como las hacía yo cuando estaba allá. Hacía dos meses que había llegado de España y se las hice bien, bien picantes, bien sabrosas. Me acuerdo que las disfrutó tanto que le pasaba el pancito al aceite de oliva, pero claro, se le fue la presión alta y terminó ese día yendo a una consulta al Sanatorio. Se le subió la presión porque lo disfrutó tanto que lo comió todo, con todo el aceite, pero no le habían caído tan bien para su salud. Desde ahí vino siempre. Aparte compartíamos también muchas comidas fuera del restaurante. Una semana antes de la triste noticia de que falleciera, René estuvo comiendo justo en esta mesita, que es la mesa en la que nosotros lo homenajeamos porque es en la que siempre se sentaba cuando venía con Nora o también venía mucho con Norberto Jansenson, que también es un ilusionista. Es el día de hoy que Norberto sigue viniendo acá porque nos unió también la amistad con René, quien una semana antes de morir vino a comer con Nora, me acuerdo de que fue un viernes a la noche y fue la última vez que lo vi".<h3>El valor de la amistad</h3>José Ignacio Fosco fue muy amigo de René Lavand. Era habitual verlos compartir una charla y un café en la esquina de San Martín y 9 de julio.&nbsp;“Nacho” lo evocó de esta manera para esta nota: “Con René nos llevábamos más de 50 años de diferencia, pero no se notaban, teníamos un vínculo de igual a igual. Yo hacía una revista y en el año 97 (aún iba a la escuela) le hice una nota. Tiempo después yo tenía 20 años y comenzamos a frecuentarnos en el café Liverpool con otros amigos como Aníbal Tuculet. Eran momentos de mucha creatividad, en esas mesas de café donde - en parte - se gestaban composiciones. Tal es así que nosotros trabajamos muchas cosas juntos, después, en "laboratorio", y que luego él ofrecía en los escenarios del mundo y en sus libros; como por ejemplo "La Belleza del Asombro" editado en España. Las posibilidades que da una ciudad como Tandil nos daban también la posibilidad de la frecuencia, entonces ir a Milagro Verde y compartir con René y Nora la vida formaba parte de mi vida cotidiana. Tanto en el café, compartiendo la amistad; como en su casa compartiendo horas de trabajo y agenciamiento en las composiciones. René es parte de la identidad de esta ciudad, por tanto, es parte de cada uno de nosotros. No hubo lugar al que fuera en que no hablara de Tandil. Ha sido siempre muy agradecido con esta ciudad. Es el lugar que eligió para vivir. Se cumplen 10 años de su partida. Nora ha decidido abrir las puertas de La Strega (la cabaña) y Lauro, su hijo, ha decidido abrir las puertas de Milagro Verde. Es como la apertura de un portal anacrónico, un viaje en el tiempo, para poder ingresar al microuniverso donde vivía René y desde donde él observaba al mundo, pero donde también se observaba a sí mismo, lo que le permitía experimentar el 'acto creativo' y convertirlo en arte sin igual. Milagro verde es el punto cero de René, como decía él, su vértice en el mundo”.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/presentacion_rene_lavand.jpeg" alt="presentacion rene lavand"><figcaption>Juan Pablo Cozzani, Gisela Busaniche, René Lavand, Ignacio Fosco y Sergio Moldavsky en la presentación de "Las guitarras del gaucho" en 2014 (fotografía Sol Bianchini).</figcaption></figure>Sus palabras dejan traslucir el enorme afecto que se prodigaron hasta el final y cómo la memoria de su amigo permanece tan pertinaz como una mariposa de obsidiana. Fosco también subrayó que el 7 de junio de 2014, exactamente ocho meses antes de morir, René cumplió uno de sus sueños. Ese día presentaron el Auditorio del Centro Cultural Universitario la edición de La Guitarra de los Gauchos, de Lauro Viana - interpretado por René Lavand - y Abel Fleury - interpretado por Sergio Moldavsky. Un sueño artístico de René en el que, una vez más, demostró que era artista, incluso sin sacar la baraja del bolsillo.<h3>Una estatua ya pronto serás</h3>En diciembre de 2012 el Municipio de Tandil&nbsp;encargó un homenaje al artista y descubrieron una estatua en homenaje a René Lavand, que fue realizada en el término de dos meses por los docentes municipales Susana Novoa, Mónica Porras, Nancy Salar y Norma Villabona.&nbsp;​En 2021 se reemplazó el material original por una igual realizada en hierro fundido.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand_escultura.JPG" alt="rene lavand escultura"></figure>La estatua muestra a un René con sombrero, sentado de piernas cruzadas en un banco, en un espacio denominado Paseo de las Personalidades, ubicado en los jardines internos de la Municipalidad, en el corazón de la denominada “manzana 50”. Turistas y locales se sacan fotos con la escultura de hierro y es una de las figuras más reconocibles del lugar.&nbsp;<h3>Pájaros en el aire</h3>Así como es imposible pensar a René Lavand sin el accidente que cambió su vida, es imposible pensarlo fuera de Tandil. La ciudad le imprimió también su identidad, forjada en el interior de la provincia de Buenos Aires. En su biografía “Barajando recuerdos”, escribió que alguien le dio un consejo justo: “Que recorra el mundo me parece muy bien, paisano, pero conserve el vértice, su Tandil, su hogar, eso debe ser el fundamento de todo lo otro”. Las palabras pertenecen a aquel que se estableció en Francia, pero estuvo siempre mirando hacia Cerro Colorado, Córdoba. Atahualpa Yupanqui sabía de raíces y exilios.<blockquote>En su libro dejó escrito: "Cada día me convenzo más que lo mejor de los viajes es la vuelta. ¡De qué otra manera podía ser, al menos para mí! Amo la naturaleza y vivo rodeado de un milagro verde. Amo la música y me acompaña la mejor música del mundo. Y a eso, se suma una baraja en cada ambiente, que me motiva, me impulsa a la mínima inspiración. El contacto con la naturaleza ofrece a uno muchas cosas que la gran ciudad le niega. El otoño es garantía en mi Tandil; nostálgicamente bello, nos regala generosamente un abril y un mayo sin desperdicios; es cierto que el invierno es largo y crudo, pero gracias a él, el placentero embrujo de los leños en el hogar y la salamandra nos copa con su magia (a eso, llamo yo magia). Otro privilegio de ésta, mi ciudad de adopción, son los pájaros. Los que más me gustan son los oriundos que veo libres desde cualquiera de las ventanas de la casa o caminan junto a mí. Por eso, cada vez que regreso a este mundo mío, lo quiero más. Es como dejar la loma que marea, haciéndonos peligrar que nos trague el remanso, para llegar al valle. En la loma están los halagos, los aplausos, los autógrafos... aquí... en mi vértice, está mi realidad total, el fundamento de todo lo otro: mi común diario vivir con mi familia, mis amigos originales y todo aquello que me redondea una idea aproximada de mi propia estatura”.&nbsp;</blockquote>La belleza de lo simple. Siempre.&nbsp;

La belleza de lo simple: la marca de René Lavand en Tandil, la ciudad que amaba y de la que nunca se quiso ir

La marca de René Lavand en Tandil, la ciudad que amaba y de la que nunca se quiso ir

Su habilidad con la baraja, sus implacables trucos y su carisma para presentar cada uno de sus actos le permitieron a René Lavand conquistar los mejores escenarios del mundo, recorrer decenas de países y sorprender hasta a los más reconocidos magos del planeta.No obstante, en su carrera no todo fue color de rosas. Desde el inicio estuvo marcada por aquella tragedia que sufrió cuando apenas era un niño, en la que perdió parte de su brazo derecho. Y si bien a partir de allí logró sobresalir entre sus pares por realizar los más extraordinarios shows con una sola mano, tuvo que soportar severos eventos.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Uno de ellos ocurrió en marzo de 1992 y el propio René lo contó en su libro “Barajando recuerdos: memorias de un ilusionista”.&nbsp;Una noche como cualquier otra, mientras practicaba con su baraja, sonó el teléfono. El llamado era de un representante artístico al que el desconocía pero que le ofrecía un importante show en Cali, Colombia, donde debía hacer un par de actuaciones para unas 50 personas cada una.La oferta económica era tan grande que no lo dudó ni un segundo. De hecho, pensó que, al ser para cien personas, debía tratarse de un público con un nivel adquisitivo elevado.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand_6.jpeg" alt="rene lavand - 2"><figcaption>Una ilustración que compartió en su libro.</figcaption></figure>Al día siguiente subió al avión que lo llevaría hasta el país cafetero. Compartió el viaje con el intermediario en el negocio, un cómico y una vedette, también contratados para el par de fiestas en las que iban a tener que entretener, divertir y asombrar a dos grupos millonarios.&nbsp;Tras diez horas de vuelo, finalmente aterrizó en Cali, donde se hospedó junto a sus nuevos compañeros en el mejor hotel internacional de la ciudad. Tuvieron tiempo de disfrutar de una jornada de descanso y, la noche siguiente, fueron recogidos.<blockquote>“Gozamos plenamente de las regalías y el confort del principesco hotel hasta el día y hora indicados, que nos reunió a representante y artistas en el lobby. Pude observar que había artistas locales contratados y también un grupo de cantantes románticos de México, acompañados por su representante. Todo me corroboraba, más y más, que se trataba de públicos muy ricos, y no comúnmente ricos, a tal nivel. Ése era el tema de conversación del grupo y no cabíamos en nuestro asombro ya que nadie sabía dónde nos llevaban, quién organizaba, qué festejaba”, narraba Lavand.</blockquote><h3>La cruda sorpresa</h3>A las 21 llegaron los autos que trasladarían a los artistas y, tras una hora de recorrido, finalmente arribaron al lugar de la fiesta.Lo primero que vieron fue una gran tranquera y detrás, a unos cien metros, una lujosa mansión. El silencio se apoderó de la escena y la alegría rápidamente se desvaneció y se transformó en temor cuando se acercaron 15 personas con armas largas.Los llevaron hasta la estancia y les dieron las llaves de las habitaciones que le correspondían a cada uno. Al entrar, notaron lo que estaba pasando: en tan solo unos minutos estarían trabajando para ¡el Cartel de Cali!Los convocaron a todos y los condujeron, a través de vistosos jardines, al lugar donde debían hacer muestra de sus habilidades. El público los esperaba en un espacio abierto junto a una gran e iluminada pileta.Preocupado por la distribución de las personas, René llamó al organizador y le hizo saber su intranquilidad. “No se preocupe. Usted debe actuar sólo para esta gente, los demás no importan”, le respondió, señalándole una mesa de unas dieciocho personas detrás del palco en el que se turnaban dos orquestas.Tras pocos minutos que parecieron una eternidad, llegó su turno. Con paso firme y gran presencia, caminó los cuarenta metros que lo separaban de aquella mesa y sacó su mazo.<blockquote>“Me presenté y me dirigí a una persona ubicada en la cabecera, que no fue necesario que me lo presentaran como “Padrino”. Era él todo un “Padrino”: una cicatriz en el rostro lo hacía más terrorífico aún, hasta que me sonrió am­pliamente. &nbsp;A él le hice el primer juego, que lo elegí fuerte, deliberadamente, para ganarme el duro ambiente de gritos y carcajadas. Logré respeto; hasta tal punto que uno de los más excitados, gritó a los otros: — ¡Tiene clase! ¡Tiene clase!... A lo que acoté: — Si cree que es así... aprovéchela y observe esto otro... Y continué con el segundo efecto”, contó Lavand.&nbsp;</blockquote>Realizó apenas un puñado de trucos y dio por concluida su presentación. Al regresar con sus compañeros, que no habían tenido sus mejores performances, rezaron por que la noche culminara en ese instante. Sin embargo, el retorno al hotel se hizo esperar.El organizador del show se acercó y le dijo al oído: “Quieren tenerlo con ellos y seguir viéndolo. Venga”. Lo tomó del brazo y lo condujo nuevamente hasta la mansión.<blockquote>“Confieso que ese momento fue el peor de la noche y me sorprendí yo mismo cruzando aquellos jardines hacia la intimidad del grupo, con una presencia de ánimo que no me abandonó en ningún momento. No me quedaba otra...”, señaló.</blockquote>A metros de la suite principal, su acompañante lo abandonó porque “no podía avanzar más” pero le indicó qué puerta debía abrir. Y así lo hizo, con gran seguridad, no por valiente, sino porque, como mencionó, no le quedaba alternativa.Al primero que divisó en la habitación, con escasa iluminación, fue al “Padrino”, quien lo invitó a sentarse junto a él. René sabía que, sin importar la cantidad de gente que había allí dentro, tenía que impresionar solo a una persona.Se focalizó en su tarea, pero su concentración prácticamente se desvaneció cuando levantó la vista para observar el resto del ambiente y se sorprendió al ver delante de él una cama grande con dos parejas teniendo sexo desenfrenadamente: “Esbocé una sonrisa comediante, como para esconder mi impresión imborrable y dejando traslucir con ella que hechos como ese eran para mi cosas de todos los días”.Inmediatamente después, comenzó con su trabajo. Realizó algunos pases de cartas y logró conquistar al “Padrino”, quien con euforia, entre truco y truco, le rogaba por uno más.En agradecimiento por lo que estaba haciendo le ofreció, claro, la más pura droga, la cual se negó a aspirar. El segundo en orden jerárquico, sorprendido, le marcó: “Hombre, a tu edad hay que probar de todo. No sabes lo que te pierdes”.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/rene_lavand_6.JPG" alt="rene lavand - 7"><figcaption>René contó uno de los momentos más difíciles de su carrera, cuando tuvo que brindar un show para el Cartel de Cali.</figcaption></figure>Una vez finalizada la presentación, regresó al encuentro con sus compañeros, quienes al verlo llegar sano y salvo se atropellaron para preguntarle qué había pasado.Por fin la noche había llegado a su fin. Era tiempo de partir y los mismos autos que los habían llevado los esperaban para regresarlos al hotel. Pero aún faltaba más. Mientras caminaban al estacionamiento, escucharon un disparo seguido de un “aquí no pasó nada”.<blockquote>“El organizador del show sintió calor y se quitó la chaqueta, pudiendo observarse que iba armado con revólver. Dos hombres armados sacaban, hacia no sé dónde, un hombre, y detrás de ellos otros dos, también armados, soliviaban el andar de una mujer herida”, rememoró Lavand.&nbsp;</blockquote>El vehículo finalmente partió y, al tomar la carretera, cruzó a un móvil policial que se dirigía en sentido contrario: “El patrullero pasó de largo la ‘fiesta’ a una velocidad mucho mayor que la nuestra”.“Así llegamos al hotel, sin el menor deseo de descansar, pues la tensión de todo lo vivido nos impulsó a seguir juntos hasta el amanecer, comentándolo. Cuando al fin el sueño nos venció en nuestras hermosas suites, sólo nos acompañaba un pensamiento: ¡¡¡a los dos días habría una fiesta similar!!!", concluyó.&nbsp;<h3>Un narcotraficante y sus amigos en Tandil&nbsp;</h3>Cuando ingresó a la suite del “Padrino”, convencido de que nada podría inquietarlo, se sorprendió a ver a dos parejas teniendo sexo en una cama, delante de todos y a plena vista de los presentes.Cuando los enamorados terminaron el juego, y en vísperas de que la “fiesta” concluyera, ocurrió un particular episodio tragicómico.<blockquote>“Consumados los hechos carnales en la amplia cama, uno de los participantes, de pie sobre la misma y con una toalla en la mano, me miró y me dijo ‘¡Así que sos de Tandil ¿eh?!’. &nbsp;Sí, ¿cómo lo sabes?, le contesté. A lo que me respondió ‘tengo amigos por allí…”.</blockquote>

Un show para el Cartel de Cali y un encuentro con un narcotraficante con vínculos en Tandil

Por Martín GladeEl sol y el calor pegan en Tandil mucho antes de lo que manda el calendario, la región y la tradición. Aún en la zona de Uncas. En una de esas calles, en un camino por el que muchos circulan sin ver, vive René Lavand.A las cinco de la tarde, ahí, entre calles con declives y baches sobre la tierra dejados por el devenir de las aguas de lluvia, todo es más bien bucólico y placentero. Salvo el ruido de la cortadora de césped que se empecina en emparejar el pasto en el parque de la casa del ilusionista.Es la hora de la siesta, y medio temprano para charlar con René y con cualquiera. Y con el ruido de ese motor, para dormir hay que ser mago.En la entrada no hay truco que haga al visitante ser visto sin anunciarse. Hay que tocar timbre nomás. Un timbrazo, dos, tres, y nada. René duerme.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/casa_lavand_2.png" alt="Casa lavand - 3"></figure>El ojo detecta una notita plastificada y con letra de computadora, gastada por el sol: “Déjeme gozar de un segundo amanecer. Estoy durmiendo la siesta. René”. Después dirá que se trata de una simpática intimidación para curiosos, ocasionales y algún alumno apresurado. Al lado, cuelga un llamador con mano de bronce, sólo una obvio, que, con tamaña invitación, uno no se anima ni a soplar.La culpa por alterar la conducta de un personaje como él provoca que uno deje de intentar tener la cita a la hora pautada y esperar.Será una idea genial. Porque, ahí donde antes había apuro por ser puntual, ahora hay tiempo. En el parque, donde está la mesita y la silla que parece plantada justo para esperar, hay plantas altas y bajas. Muchas plantas.<img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand">De esa casa, bautizada “La Strega”, surge música. La tocan los pájaros que eligieron hace tiempo los malvones y el naranjo en flor para hacer de las suyas. Tienen también, desperdigadas seis o siete casitas entre las plantas. Y evidentemente, se sienten bien tratados por la zona.Sobre una pared, se lee en relación a la casa: “Soñada, concebida y diseñada por Nora y René”. En otro cartelito, como grafitti autorreferencial del alma de los dueños, dice, citando a un tal Hamlet: “Oh Dios, podría encerrarme en una cáscara de nuez y considerarme rey del espacio infinito”.En el jardín aparece una soga también dormida, casi inerte. Parece esperar su turno en las manos de algún mago. Aunque de otro tipo de mago.<img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/casa_lavand_1.png" alt="Casa lavand - 2">Los horneros parecen avisar que algo pasará, como las hormigas cuando adivinan la lluvia. Un escalón, margaritas. Otro escalón, lavandas. Y aparece Lavand.Un Lavand impecable. Producido podría decirse. Pero no para una nota, sino como cuando distribuye sus andares por el centro de la ciudad, como uno más. Sin importarle ser un mojón, una referencia, un norte para muchos.Saluda con una palmada y se deshace en disculpas por haber llegado tarde a la cita comprometida, desconociendo que hay baches que provocan placer.Su casa es de ensueño. Tal vez porque uno la asocia con su morador, y eso suma porotos. Cualquier objeto de decoración parece justo para la casa de Lavand. En otro lugar, tal vez otra sería la impresión. Su colección de sombreros, de reconocimientos, de plaquetas, las plantas y los muebles de madera decoran. Como los libros.<img class="image_resized" style="width:87.37%;" src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/casa_lavand.png" alt="Casa lavand - 1">De una de sus mesas se esfuerza por ser visto un libro de Macedonio Fernández. Lo único que definitivamente desentona es un aparatito tipo mp3. Y el humo de la quema de pastizales de un vecino, que lo preocupa por si se expande a su terruño de cerca de media hectárea. Invita a sentarse en una silla de jardín en el fondo, todo verde, mientras su perro, “Pardo”, se liga un par de patadones del ilusionista por no dejarse de molestar. La tentación de pedirle que lo haga desaparecer es grande, pero no.Y Héctor René Lavandera, nacido el 24 de septiembre de 1928, como en su libro autobiográfico, empieza a barajar recuerdos. Recuerdos como el de una actuación perfecta: “Cuando más cómodo me siento en escena es cuando me siento uno más de la platea”.Lavand dice sentirse, “muy halagado” por el reconocimiento de la gente, que recibe en todos lados. Después de admitir que “el rioplatense” siempre ha sido uno de sus públicos favoritos, por España, siente “un atractivo especial”.Su tono de voz, que colabora tanto como su mano y su imagen en su arte, no hace más que reflejar la verdad de uno de los speach con los que suele empezar alguno de sus trucos: “Cuando más suave es la caricia, más penetra. Cuanto más lento es el movimiento, más profundamente llega”.Pero ese componente actoral de sus presentaciones, con las que suple la imponencia de las presentaciones de ciertos magos extranjeros, hay que formarlo. Y cuenta orgulloso el tiempo dedicado a las letras y la lectura que tuvo y tiene, como para hablar bien y decir cosas interesantes: “mi profesión exige una buena presentación, y mis composiciones busco que tengan equilibrio armónico el cómo se hace con el qué se dice”.<section class="noteSuggested" data-id="133278,133088" data-title="Puede interesarte"></section>“Aprendiendo a vivir, se va la vida. Y cuando uno tiene la inquietud creativa, siempre se va aprendiendo más. En ese caso, el show y la creatividad también”.&nbsp;Porque Lavand, sigue buscando perfeccionarse, aún cuando sospecha que un retiro puede estar cerca. (Cerca en ese 2008)Se sufre al escucharlo, pero es claro: “está muy latente la idea de un retiro a los 80 años”.Ante el contexto económico que tal vez le acorte sus presentaciones pautadas, explica: “a lo mejor no seré yo sino las circunstancias las que me retiren. Pero sería muy doloroso que me lo dijera el público. Que el que me retirara fuese el público”. Sabe que no va a pasar, pero lo dice, humilde.También acepta mirar hacia los costados y ver a sus colegas, aunque, caballero, no dirá nombres: “Tengo muchos amigos. A veces, me cuesta tolerar a los malos. Y lo peor de todo, es que son muchos. Y por eso, siento que el ilusionismo está rancio”.Esta frase, que sería título en cualquier “Intrusos del ilusionismo”, debería en cambio sonar a enseñanza. Como las que reciben sus alumnos que llegan de todo el país o el mundo para mejorar y conocerlo.Lavand parece tener una piedra molesta en su zapato, el mismo con el que patea al perro: una gran actuación en el país. “En España, por ejemplo, lleno teatros, pero en mi país nunca lo logré. Tal vez, por situaciones sociales”.Sus shows no son baratos y por eso se cuentan con palotes.&nbsp;Y no menciona que, en su Tandil, hizo explotar un centro cultural, lleno en su homenaje. En una ciudad, en la que se siente “maravillosamente” y a la que define “de privilegio”. En donde está su casa “rodeada por la naturaleza, entre perros y el canto del zorzal”. Y coqueto, añade engalanador: y en la dulce espera de la llegada de mi mujer”.(Nota publicada originalmente en la revista Serranías)&nbsp;

El sol y el calor pegan en Tandil mucho antes de lo que manda el calendario, la región y la tradición. Aún en la zona de Uncas. En una de esas calles, en un camino por el que muchos circulan sin ver, vive René Lavand.A las cinco de la tarde, ahí, entre calles con declives y baches sobre la tierra dejados por el devenir de las aguas de lluvia, todo es más bien bucólico y placentero. Salvo el ruido de la cortadora de césped que se empecina en emparejar el pasto en el parque de la casa del ilusionista.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Es la hora de la siesta, y medio temprano para charlar con René y con cualquiera. Y con el ruido de ese motor, para dormir hay que ser mago.En la entrada no hay truco que haga al visitante ser visto sin anunciarse. Hay que tocar timbre nomás. Un timbrazo, dos, tres, y nada. René duerme.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/casa_lavand_2.png" alt="Casa lavand - 3"></figure>El ojo detecta una notita plastificada y con letra de computadora, gastada por el sol: “Déjeme gozar de un segundo amanecer. Estoy durmiendo la siesta. René”. Después dirá que se trata de una simpática intimidación para curiosos, ocasionales y algún alumno apresurado. Al lado, cuelga un llamador con mano de bronce, sólo una obvio, que, con tamaña invitación, uno no se anima ni a soplar.La culpa por alterar la conducta de un personaje como él provoca que uno deje de intentar tener la cita a la hora pautada y esperar.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/casa_lavand_1.png" alt="Casa lavand - 2"></figure>Será una idea genial. Porque, ahí donde antes había apuro por ser puntual, ahora hay tiempo. En el parque, donde está la mesita y la silla que parece plantada justo para esperar, hay plantas altas y bajas. Muchas plantas.De esa casa, bautizada “La Strega”, surge música. La tocan los pájaros que eligieron hace tiempo los malvones y el naranjo en flor para hacer de las suyas. Tienen también, desperdigadas seis o siete casitas entre las plantas. Y evidentemente, se sienten bien tratados por la zona.Sobre una pared, se lee en relación a la casa: “Soñada, concebida y diseñada por Nora y René”. En otro cartelito, como grafitti autorreferencial del alma de los dueños, dice, citando a un tal Hamlet: “Oh Dios, podría encerrarme en una cáscara de nuez y considerarme rey del espacio infinito”.<figure class="image image_resized" style="width:87.37%;"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/casa_lavand.png" alt="Casa lavand - 1"></figure>En el jardín aparece una soga también dormida, casi inerte. Parece esperar su turno en las manos de algún mago. Aunque de otro tipo de mago.Los horneros parecen avisar que algo pasará, como las hormigas cuando adivinan la lluvia. Un escalón, margaritas. Otro escalón, lavandas. Y aparece Lavand.Un Lavand impecable. Producido podría decirse. Pero no para una nota, sino como cuando distribuye sus andares por el centro de la ciudad, como uno más. Sin importarle ser un mojón, una referencia, un norte para muchos.Saluda con una palmada y se deshace en disculpas por haber llegado tarde a la cita comprometida, desconociendo que hay baches que provocan placer.Su casa es de ensueño. Tal vez porque uno la asocia con su morador, y eso suma porotos. Cualquier objeto de decoración parece justo para la casa de Lavand. En otro lugar, tal vez otra sería la impresión. Su colección de sombreros, de reconocimientos, de plaquetas, las plantas y los muebles de madera decoran. Como los libros.De una de sus mesas se esfuerza por ser visto un libro de Macedonio Fernández. Lo único que definitivamente desentona es un aparatito tipo mp3. Y el humo de la quema de pastizales de un vecino, que lo preocupa por si se expande a su terruño de cerca de media hectárea. Invita a sentarse en una silla de jardín en el fondo, todo verde, mientras su perro, “Pardo”, se liga un par de patadones del ilusionista por no dejarse de molestar. La tentación de pedirle que lo haga desaparecer es grande, pero no.Y Héctor René Lavandera, nacido el 24 de septiembre de 1928, como en su libro autobiográfico, empieza a barajar recuerdos. Recuerdos como el de una actuación perfecta: “Cuando más cómodo me siento en escena es cuando me siento uno más de la platea”.Lavand dice sentirse, “muy halagado” por el reconocimiento de la gente, que recibe en todos lados. Después de admitir que “el rioplatense” siempre ha sido uno de sus públicos favoritos, por España, siente “un atractivo especial”.Su tono de voz, que colabora tanto como su mano y su imagen en su arte, no hace más que reflejar la verdad de uno de los speach con los que suele empezar alguno de sus trucos: “Cuando más suave es la caricia, más penetra. Cuanto más lento es el movimiento, más profundamente llega”.Pero ese componente actoral de sus presentaciones, con las que suple la imponencia de las presentaciones de ciertos magos extranjeros, hay que formarlo. Y cuenta orgulloso el tiempo dedicado a las letras y la lectura que tuvo y tiene, como para hablar bien y decir cosas interesantes: “mi profesión exige una buena presentación, y mis composiciones busco que tengan equilibrio armónico el cómo se hace con el qué se dice”.“Aprendiendo a vivir, se va la vida. Y cuando uno tiene la inquietud creativa, siempre se va aprendiendo más. En ese caso, el show y la creatividad también”.&nbsp;Porque Lavand, sigue buscando perfeccionarse, aún cuando sospecha que un retiro puede estar cerca. (Cerca en ese 2008)Se sufre al escucharlo, pero es claro: “está muy latente la idea de un retiro a los 80 años”.Ante el contexto económico que tal vez le acorte sus presentaciones pautadas, explica: “a lo mejor no seré yo sino las circunstancias las que me retiren. Pero sería muy doloroso que me lo dijera el público. Que el que me retirara fuese el público”. Sabe que no va a pasar, pero lo dice, humilde.También acepta mirar hacia los costados y ver a sus colegas, aunque, caballero, no dirá nombres: “Tengo muchos amigos. A veces, me cuesta tolerar a los malos. Y lo peor de todo, es que son muchos. Y por eso, siento que el ilusionismo está rancio”.Esta frase, que sería título en cualquier “Intrusos del ilusionismo”, debería en cambio sonar a enseñanza. Como las que reciben sus alumnos que llegan de todo el país o el mundo para mejorar y conocerlo.Lavand parece tener una piedra molesta en su zapato, el mismo con el que patea al perro: una gran actuación en el país. “En España, por ejemplo, lleno teatros, pero en mi país nunca lo logré. Tal vez, por situaciones sociales”.Sus shows no son baratos y por eso se cuentan con palotes.&nbsp;Y no menciona que, en su Tandil, hizo explotar un centro cultural, lleno en su homenaje. En una ciudad, en la que se siente “maravillosamente” y a la que define “de privilegio”. En donde está su casa “rodeada por la naturaleza, entre perros y el canto del zorzal”. Y coqueto, añade engalanador: y en la dulce espera de la llegada de mi mujer”.(Nota publicada originalmente en la revista Serranías)&nbsp;

René, Nora y el día que se abrió la casa de Uncas

A 10 años de su muerte, El Eco homenajeará a René Lavand con una edición extraordinaria del suplemento La Vidriera, dedicada enteramente al ilusionista.Se trata de un ejemplar para el recuerdo que ya se puede reservar en El Eco Multimedios.En el suplemento se recordará su obra, su trayectoria, una entrevista memorable, se repasará el Tandil de Lavand con imágenes inéditas y mucho más.<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/02/aviso_lavand.jpeg" alt="aviso lavand"></figure>Además, contenidos exclusivos con entrevistas en la web de El Eco, en las redes sociales y en Eco TV.Una edición para el recuerdo que se verá reflejada en todas las plataformas de El Eco Multimedios.

René Lavand