COLEGA Y ADMIRADOR
"Carta": el emotivo recuerdo en forma de libro de Norberto Jansenson
Una de las figuras más reconocidas de la magia nacional, con renombre mundial, recordó en su libro parte de sus vivencias con Lavand.
XII - Carta
Buenos Aires, domingo 7 de febrero de 2016.
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Querido René:
Empiezo a escribir esta carta el día en que se cumple un año de su partida.
¿Adónde habrá ido, René, a encontrarse con quién, a cumplir con qué misión?
Estaba seguro de que iba a escribirle una carta de despedida, pero descubrí que no tengo por qué despedirme de usted, no tengo por qué aceptar el mandato -vulgar y corto de vista- que dice que debemos hacer de cuenta que las personas que se mueren dejan de formar parte de nuestra vida, sólo porque no podemos llamarlas por teléfono para contarles que aumentó una barbaridad el kilo de tomates, o convocarlas en el café de la esquina para discutir las pifiadas del servicio meteorológico.
No, René. Esta no es una carta de despedida. Yo, que recibí sus consejos con su mano invisible apoyada en mi mano y guiando mi pluma en el papel, yo que discutí con usted a todo volumen en mis sueños sobre un insignificante detalle de la puesta en escena de un show, yo que comprendí diez años después lo que usted me había dicho diez años antes, no necesito decirle adiós. Porque no se ha ido. Porque está -incluso más ahora que antes de irse- presente, en cada movimiento de una Sonata de Beethoven, en cada mezcla de una baraja, en cada paño verde sobre una mesa, en cada chispa de un fuego que arde en cualquier hogar encendido, en cada bastón en el que alguien se apoya, en cada silencio, en cada explosión repentina de creatividad, en cada abrazo zurdo, e incluso en algunos abrazos diestros. Se va a ir únicamente cuando lo olvide, René, y le garantizo que no tengo ninguna intención de olvidarlo, mientras me siga siendo fiel esa caprichosa cualidad a la que llamamos memoria.
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Y entonces, si no voy a despedirme, qué estamos haciendo acá, de qué vamos a hablar, se preguntará usted.
¿Justo usted pregunta eso?
¿Justo usted, que decía que más importante que "hacer" y "decir" es "estar"?
Le escribo para estar, con usted, acá. Le escribo para contarle que fui a visitar a Nora, que me recibió en su casa pero que no estaba viviendo allí porque su madre tuvo un accidente cerebro-vascular, y tuvo que permanecer un tiempo en la casa de ella para cuidarla, así que fue al Milagro Verde especialmente para encontrarse conmigo. Estaba triste, y estaba en paz. Y me mostró la ventana que usted le había dicho que deseaba y no llegó a ver terminada y ella hizo terminar igual, para usted. Y frente a la ventana que daba al jardín estaba su escritorio, y su paño verde y su baraja en la prensa de metal, apenas quieta y todavía tibia, vibrante, como si usted la hubiera apoyado allí unos minutos antes, para ir a dormir la siesta. Y le hizo hacer un mueblecito de madera, René, con cajones pequeños, al costado del escritorio, para que usted guarde en él sus cosas pequeñas. Me mostró la habitación para las nenas, a espaldas de la chimenea, y el jardín de invierno, ya terminado, una obra que Nora encargó y supervisó para usted, para el mundo, para que me crea cuando le digo que no nos olvidamos y que no se fue a ninguna parte y que no hace falta escribir ninguna carta de despedida.
Esta carta es un engaño, un engaño de ésos que usted y yo conocemos tan bien, una especie de invitación encubierta para que acepte sentarse un rato a la mesa, conmigo. Voy a abrir el vino ahora, ¿sabe? Y a servir dos copas, y a dejarlo hablar a usted, y a escucharlo largamente, como siempre, mientras disfruto del vino y me pregunto qué me habrá querido decir con lo que me dijo. Lo hice ya antes en un par de ocasiones, perdón que no lo invité aquellas veces. Quería dejarlo tranquilo, quería que pasara un tiempo prudente -un año, tal vez-, para que se hiciera el duelo en Tandil, para que su familia pudiera apropiarse de lo que cada uno estimara propio, para que la ciudad -el pueblo grande, como dicen ustedes- sí pudiera despedirse, porque para ellos un poco se ha ido y han querido decirle, aunque sea en silencio, "hasta siempre". Hoy ya podemos tomar vino juntos, aunque yo tome solo; ya pasó. Somos grandes, y somos niños, y somos locos... ¿o no, abuelo postizo, abuelo adoptado?
Acá tiene, es un muy buen Malbec, lo elegí especialmente para compartirlo con usted, como algunas veces la vida también nos permite guiñarle un ojo a la mujer que nos gusta de verdad. Como a veces podemos decir, como decía usted, "solamente una sopita", cuando nos ofrecen un banquete, porque es suficiente, porque a veces la vida nos guiña un ojo y nos dice "hoy te dejo elegir".
Estuve contando la historia de nuestro encuentro, al final de mi espectáculo. Hasta el 7 de febrero del año pasado ni siquiera había pensado en contarla, pero desde entonces no lo pude evitar. Fue como si la historia me hubiera agarrado del cuello, como si me hubieran infectado de golpe los detalles que creía haber olvidado, como si me hubiera atacado un virus de usted -perdón por la comparación-, como si usted hubiera vivido, latente, dentro de mi cuerpo, y un día se hubiese vuelto loco y me hubiera eructado desde adentro, cuando se tuvo que ir a hacer los mandados, de gira, de vuelta, adonde se lo haya llevado vaya a saber qué mezquino Dios que el 7 de febrero del año pasado nos dio vuelta la cara.
La gente me dice que valora que yo lo mencione, que le emociona que lo traiga de vuelta al escenario, conmigo, que le emociona recordarlo, como nos hace a todos emocionar cada vez que recordamos aquello que nos tocó el corazón y luego hemos abandonado sin querer y sin saber.
Como recuerdo ahora mismo estar sentado, hace exactamente un año, en la barra de Tierra de Azafranes, conversando con Ricardo, mientras él hacía todo junto como un loquito, usted lo vio, atender el teléfono, servir el champagne, tomar una reserva, darle una botella de vino a un camarero, fajinar copas, ir a la cocina a dar instrucciones, tomar el pedido de una mesa, acercarse a la puerta a recibir comensales, y contarme una historia sobre usted, mientras me sirve un poco más de un vino dulce nuevo riquísimo que le trajeron de la bodega para que pruebe.
No importa la historia que Ricardo me contó esa noche. Lo que importa es que una noche llena de usted, René. Justo la noche en que más se había ido, ahí estaba, inundándolo todo, irrumpiéndonos a los dos con sus anécdotas, despreciando el olvido y la ausencia con su carcajada estruendosa de final de botella de vino. En la barra, mientras Ricardo iba y venía como un loquito, yo le contaba y él me contaba, y se nos caía una lágrima, y nos reíamos de una ocurrencia suya que habíamos recordado, y brindábamos por usted, y por nosotros, que tuvimos el raro privilegio de disfrutar de su amistad, de admirarlo sentados en su mesa, de escucharlo, aunque estuviera en silencio.
Usted decía que es importante lo que se hace, pero más importante es cómo se hace, que es importante lo que se dice, pero más importante es cómo se dice. Y que mucho más importante es cómo se mira, mientras se hace y se dice, y cómo se está, mientras se mira, se hace y se dice.
Usted estaba, René. Especialmente cuando ni miraba, ni hacía ni decía. Usted estaba.
Usted está.
Miro alrededor, acá en mi casa, a las cinco de la tarde -la hora de nuestra lección del día- y veo nítida su colección de bastones ahí en la esquina, veo su imaginario paño verde sobre mi mesa, y su mueblecito de madera al costado del escritorio frente a mi ventana, y siento el fuego crujir a mi espalda y veo a Lola mover la cola y desperezarse a su lado y Nora nos grita desde la cocina que nos sentemos a la mesa porque la comida está lista. Y llevo el vino abierto, y llevo mi copa, y usted lleva la suya, y veo brillar su anillo de sello a la luz de la luna, que entra -atrevida- por la ventana, y veo su sweater verde oscuro trenzado de cuello alto, y escucho terminar el último movimiento de una sonata de Beethoven. Y me angustia descubrir que se ha terminado la música. Me aterra pensar que la música, su música, maestro, acaba de terminarse para siempre.
Pero resulta que es un recital, René. Es un recital en el que se van a interpretar, completas y en orden, las treinta y dos sonatas para piano de Beethoven.
Y esta que acaba de terminar es apenas una de las primeras.
Buen provecho, maestro.
Salud.
(El siguiente texto aportado por el autor para este homenaje de El Eco Multimedios forma parte de “La mano mágica: MI HISTORIA CON RENE LAVAND. Editorial Hibrida”.