Dos años de la toma en La Movediza, dos historias de vida de familias ocupantes
El Eco de Tandil recorrió el lugar y dialogó con vecinos que contaron sus historias.
“Propiedad privada. No pasar”, dicen los carteles en algunas de las casas del lote tomado desde hace 2 años sobre Piccirilli al 1000 en La Movediza. Desde aquel 23 de febrero del 2023, el paisaje cambió en el lugar. Muchas de las viviendas dejaron de ser ranchos de madera y nylon y pasaron a ser de ladrillo. Se abrieron nuevas calles, algunas ya señalizadas. El Eco de Tandil recorrió el barrio y dialogó con vecinos, parte de las casi 200 familias que viven en la toma.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailAnastasio tiene 38 años y el viernes por la mañana está en su casa de calle Navarro -pala en mano- moviendo tierra del jardín del frente. Ya compró materiales, y proyecta empezar a edificar él mismo. Dos habitaciones, un baño y una cocina, algo bastante más armado que el colchón que junto a su esposa tiraron “en los yuyos” y una sábana que sirvió de techo cuando llegaron al lugar, al inicio de la ocupación.
“Como dicen, todos tenemos un terreno de 3 metros por 3 metros de profundidad”, dijo al ser consultado por lo que significó para él llegar a un lugar que no le pertenecía. Antes alquilaba en una vivienda de calle Lisandro de la Torre, pero se le hizo difícil seguir afrontando el gasto.
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Fue el padre de un compañero de trabajo quien le contó que había empezado una toma. Estuvo unos meses con el colchón y las sábanas, hasta que un patrón le dio unas maderas de descarte, y unas amigas de su pareja le regalaron unas chapas. Después puso una cerca, unas plantas, y un cartel que indica el nombre de la calle y el número de la casa.
Vivió 16 años en Capital Federal, en la zona de Retiro. Hace 8 años llegó a Tandil donde hace “carpintería y construcción, en su mayoría casas”, como contó. Aunque el desalojo parece ser una opción descartada, Anastasio todavía conserva temor por ser echado del lugar. “Nosotros los grandes no tenemos miedo de dormir en cualquier lado. ¿Pero una criatura dónde va a dormir? ¿En la calle?”, cerró.
“Necesitaba tener un lugar”
María llegó hace un año a la toma, donde se instaló con su marido y 3 de sus hijos. Antes vivía en lo de su hija mayor, de 19 años, quien también tiene familia. Pero la joven le dijo que se trasladaba al terreno ocupado, donde se armó una casita. Entonces María le pidió a su hija que le cuente a las referentes del lugar que tenía intención de instalarse en el lote.
“Le dije que le comentara la situación mía, que me iba a ir para allá y que también necesitaba”, contó. La historia de María es otra de las que suelen escucharse repetida de parte de los vecinos en los dos años que lleva la toma. La de vecinos que vivía “de prestado”, compartiendo hogar con familiares o allegados, muchas veces con complejidades habitacionales, en particular dificultades para hacer frente al alquiler.
Un año después de que su hija se instaló, llegó el turno de María y su familia. “Con la llegada no tuve problema, me ayudó mucho la gente de acá mismo. Las líderes me cedieron un terreno y en dos días me hice el rancho”, relató. Vivió en Isidro Casanova y recaló en Tandil durante dos años. Después se fue a Santa Fe, donde residió un tiempo hasta su retorno a la ciudad.
“Miedo, sinceramente no tuve. Y si nos tienen que sacar, bueno, creo que no va a ser fácil tampoco que vengan y nos saquen porque somos una banda de gente. Hay chicos discapacitados. No es que pueden venir y sacarnos”, consideró la vecina. Consultada por aquellos primeros días viviendo en la toma y el miedo que pudo haber sentido, María respondió que “necesitaba tener un lugar para ellos (para sus hijos). Cuando vos necesitas algo, la verdad que no lo pensás. No podía estar en la casa de mi hija porque ella tiene familia, y yo también necesitaba el espacio para los míos. En el momento ese no pensaba, es como que te dan la oportunidad”, sumó.
María sigue teniendo el mismo rancho de chapa y nylon desde hace un año. Son dos estructuras, en una está la cocina, y en otra la pieza. El parlante con música, un cuadro de Marilyn Monroe, un televisor viejo y una estampita de la Virgen forman parte del paisaje interior de su vivienda de piso de tierra.
A diferencia de otros vecinos, todavía no compró ladrillos. “Por ahora voy a esperar a ver qué pasa con todo esto. No me quiero arriesgar. Después edificarme una casa como corresponde”, adelantó.
“No está bien agarrar una cosa que no es nuestra, pero siento que acá nos apoyamos entre todos. Si alguien necesita algo, tenemos un grupo y ahí nos ayudamos”, compartió. En paralelo, continúan reuniéndose para definir acciones comunes para el barrio, desde la apertura de las calles hasta el mantenimiento del lugar.
Con el proyecto de edificar con material, la vecina planteó que planea quedarse “hasta ganar”. Es decir, hasta que el lugar en el que se instaló sea suyo. Sus hijos juegan, su marido arregla algo sentado afuera en una silla. María tiene la palabra “Familia” tatuada en el cuello. “Si hay que pagar, creo que sería lo ideal”, cerró.
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