FRASES EN LA HISTORIA
“Y, sin embargo, se mueve”
(“Eppur si muove”. Galileo Galilei, astrónomo y matemático, 1564-1642)
Recibí las noticias en tu email
Por Daniel Xodo
Frase usada frecuentemente para afirmar la veracidad de algo, aunque, circunstancialmente, sea negado. Atribuida a Galileo Galilei, es muy probable que nunca haya sido expresada y, casi con certeza, no lo fue en el lugar y momento que la tradición popular le otorga.
No solamente es muy dudosa la frase acuñada y atribuida a Galileo por un escritor italiano –Giuseppe Baretti–, quien le dio un corte novelesco a la reacción de Galilei ante el juicio que fue sometido, sino que fue contada ¡veinticuatro años después!
Los relatos de testigos contemporáneos y de historiadores que estudiaron la cuestión, desde distintas perspectivas ideológicas y religiosas, coinciden en que Galileo Galilei no fue quemado, ni cegado, ni torturado, ni estuvo jamás en una mazmorra. Más aún, gozaba, como científico, de la consideración y ayuda de la Iglesia Católica y de la amistad de varias autoridades eclesiásticas, y cardenales como Roberto Bellarmino y Maffeo Barberini, quien sería luego el Papa Urbano VIII. Tal era su vínculo con la Iglesia, que sus dos hijas -Livia y Virginia- tomaron los hábitos monacales, quizá por una fuerte inducción paterna.
No obstante sus buenas relaciones eclesiásticas, se vería enfrentado juicios y prohibiciones por adherir a una teoría distinta a la aceptada respecto del sistema solar.
La teoría geocéntrica -la tierra como centro del universo alrededor de la cual giran el resto de los cuerpos celestes- era universalmente aceptada.
Aristarco de Samos en el siglo III a.C., había propuesto el heliocentrismo -el Sol como centro-, pero no había logrado demostrarlo y desde Aristóteles (384-322 a.C.) y Claudio Ptolomeo (100-170), la tierra era el centro del sistema y alrededor de ella giraban los planetas y el sol.
Esta idea era confirmada por varios pasajes de las Sagradas Escrituras (Josué, 10.12 -en el cual Josué detiene el Sol y la Luna durante un día entero para favorecer a los hebreos en la batalla-; Eclesiastés 1.5, Salmos 93.1 y otros).
En 1543, un sacerdote llamado Nicolás Copérnico publica una obra en la cual afirmaba -igual que Aristarco dieciocho siglos antes- que eran los planetas quienes giraban alrededor del Sol. El arzobispo de Capua (Italia) le escribe pidiéndole que dé a conocer sus estudios y proponiéndole financiar la publicación de los mismos.
Comienza entonces el debate, durante las décadas siguientes, alrededor del geocentrismo o el heliocentrismo.
En tanto, Galileo publica los descubrimientos realizados con el telescopio que había construido -las lunas de Júpiter y otros hallazgos- y gana prestigio y consideración en el ámbito científico. Adhiere a la tesis copernicana y lo afirma tratando de demostrarlo, basándose en el movimiento de las mareas sin darle formalidad física o matemática, pero sería comprobado como erróneo al ser conocida la influencia lunar en ellas.
El Cardenal Bellarmino le pide, como hiciera antes con Paolo Foscarini, otro sacerdote heliocentrista, que no lo afirme como certeza sino como hipótesis hasta haberlo demostrado. Esa afirmación sería el nudo gordiano del problema.
Galileo hace caso omiso del pedido, logra con un ardid la publicación de sus teorías, incluso se burla sutilmente de las recomendaciones, y como consecuencia es llamado a Roma para ser juzgado.
Las denuncias contra Galilei de sus adversarios se han multiplicado.
Los procesos judiciales duran 20 años. Durante su permanencia en Roma es alojado en una casa en el Vaticano con personal a su servicio.
La teoría heliocéntrica es considerada errónea y herética. Galileo se retracta y es condenado, primero, a recitar salmos penitenciales una vez por semana durante tres años. Lo cual haría una de sus hijas que era monja, autorizado por los jueces.
Segundo, a abjurar de sus errores explicando que era una hipótesis y no una tesis probada, lo cual haría en forma reservada ante los jueces y no ante la comunidad científica.
Tercero, a reclusión en una cárcel a elegir por el Santo Oficio. Nunca estuvo en una cárcel. Fue huésped del arzobispo de Siena y luego se fue a su villa en Arcetri (Florencia).
Cuarto, a que su libro sobre el tema sea incluido en la lista de libros prohibidos. Cien años después sería retirado del Index al ser demostrado el movimiento de la tierra.
Luego de agradecer a los jueces por su benevolencia, se retira a su villa y prosigue con sus investigaciones y publica “Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias”, que será una de sus mejores obras. Le es retirada la prohibición de salir de su domicilio. Recibe a sus amigos, muchos de ellos clérigos y muere allí, a los 78 años.
Años después, fue sepultado en la Basílica de la Santa Croce, en Florencia, donde permanece en un sitial de honor al igual que Miguel Ángel, Dante Alighieri, Nicolas Machiavelo, Enrico Fermi y otras glorias de Italia.
Lamentablemente, la Leyenda Negra del asunto, creada entre otros por Voltaire y el mismo Baretti, entre otros iluministas, permanece en el imaginario popular.