Frases en la historia
“Recibí una ciudad de ladrillo, les he dejado una de mármol”
Por Daniel Xodo
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(Octaviano, César Augusto, primer emperador de Roma, 63 a.C./14 d.C.)
Cayo Julio Cesar Octaviano, luego llamado Augusto, es uno de los gobernantes más brillantes en la historia. Sobrino nieto de Julio César, que lo había adoptado como heredero, razón por la cual toma su nombre –el original era Cayo Octavio Turino– accede al poder como emperador de Roma a los 36 años, luego de feroces disputas, acuerdos y traiciones, alianzas y guerras civiles que se habían iniciado con el asesinato de su tío abuelo.
Como primer emperador –aunque nunca se hizo llamar así-, Augusto inicia la aplicación de la arquitectura como función política, exponiendo en las grandiosas obras la majestuosidad y potencia de Roma, de su cultura y de la valía de sus ciudadanos. Esta idea alcanzaría su mayor esplendor con Adriano en 118 d.C.
Los romanos diseñaban sus ciudades orientándolas ortogonalmente con dos ejes, Norte-Sur y Este-Oeste (Cardo y Decumanus) que eran las vías principales; se cruzaban en el centro de lo que sería la ciudad y en relación a ellas eran establecidas cuadrículas donde construían casas de varios pisos (insulae), casas familiares (domus), comedores, tabernas y edificios diversos. Esto hacían mientras avanzaban dominando distintos pueblos en todo el territorio de la península. Pero Roma creció sin ese ordenamiento.
La arquitectura romana es una combinación de elementos tradicionales griegos y etruscos. Los romanos utilizaron principalmente piedra, ladrillo y hormigón. Inventaron el opus caementicium o cemento, una mezcla de piedras pequeñas, grava, arena, cal y agua, con propiedades únicas para la construcción, derivados del uso de pozzolana -de origen volcánico-, que le confería notables propiedades y durabilidad. Y aunque siguieron utilizando el ladrillo, les dio notables ventajas para hacer grandes construcciones con mucha rapidez, vaciándolo en marcos de madera reutilizables y paredes capaces de soportar grandes pesos.
Providencialmente, Augusto tuvo durante su reinado la genial labor de Vitruvio, quien definiría tres principios básicos de la arquitectura: Firmitas (solidez, firmeza), Utilitas (utilidad social y de bienestar), Venustas (belleza) e influenciaría con sus teorías en la construcción.
Roma no tiene mármol en sus proximidades, solo travertino, similar pero con mucha porosidad, que sería profusamente usado desde los finales de la República. El mármol lo proveyeron las canteras de Carrara y Augusto lo utilizó para revestir las construcciones exterior e interiormente.
Una enumeración no exhaustiva de las obras incluirá el mejoramiento de accesos a Roma, la vía Flaminia, acueductos, termas, una biblioteca pública, el ensanchamiento del Tíber para evitar inundaciones, el Foro Augusto, el templo de Marte, el templo Apolo, el Ara Pacis (altar de la paz, exaltando la nueva era), el teatro de Marcelo y el Panteón, construido por Agripa, su yerno y estrecho colaborador, que hoy es una de las obras mejor conservadas del imperio.
La anécdota que relata y ejemplifica el orgullo de Augusto por sus obras, cuenta que escuchando las quejas por el precio del vino, les contestó que Agripa ya se había encargado, con sus acueductos, de que ningún romano tuviera sed. Indudablemente, esa preocupación se mantuvo en Roma a través de los siglos. Hoy existen alrededor de tres mil “nasoni” que vierten constantemente agua de calidad en calles, parques y plazas de la ciudad.
Considerando que por diversas razones hoy la llaman la “Ciudad Eterna”, la frase: “Recibí una ciudad de ladrillo, les he dejado una de mármol” que, orgullosamente, Augusto solía repetir, tenía un gran contenido de verdad.