Toma en La Movediza
“La luz se corta y yo me muero”, alertaron vecinos con problemas de salud que viven en la toma en La Movediza
Historias de vida de vecinos de la toma en La Movediza, a un año y medio de la ocupación.
“Yo no le puedo decir al médico que vivo acá, porque tengo que cuidarme”, compartió Sara. Tiene 38 años y con insuficiencia renal y siendo diabética, está instalada en una casilla en la toma en La Movediza. Tras el corte del suministro eléctrico, para no dejar vencer su medicación la puso en una conservadora con hielo.
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La toma en La Movediza está a punto de cumplir un año y medio. Más allá de que existe un reclamo del propietario a la Justicia, el predio sigue siendo parte del Renabap, tal como se determinó en diciembre pasado. Algunos vecinos ya tienen domicilio en calles internas del lugar, y mantienen su postura de pagar por la tierra si se les da la oportunidad.
El de Sara es un caso parecido al de Armando, albañil de 41 años. También diabético, como no tiene heladera, otros vecinos le prestan para que guarde la insulina. También al de Agustín, oficial carpintero de 44 años al que una operación en el intestino –mostró la cicatriz de 28 puntos-, dejó sin poder trabajar. Todos contaron su historia a El Eco de Tandil.
“La luz se corta y yo me muero”
Sara vivió primero en el centro, pero cuando el alquiler pasó a costarle el doble se mudó a La Movediza. Después de un tiempo en el barrio le avisaron de una actualización a la que se le hizo imposible de afrontar con su pensión. Tiene insuficiencia renal y un trasplante de riñón. Sin lugar adonde ir se enteró de la toma y se mudó a una casilla en el lugar.
“Estaba pagando 80 y el alquiler se me fue a 170. ¿De dónde pago eso yo? No voy a negar que cobro una pensión, pero ¿Qué cómo? Tengo diabetes, no puedo comer cualquier cosa”, compartió.
Con algunos ahorros empezó a comprar materiales para edificar, pero mientras tanto sigue en una casilla de madera con un pequeño baño. Adentro tiene una heladera, un lavarropas, la cocina, la cama y sus cosas. Contó que no puede decirle a su médico dónde vive, porque no es un lugar adecuado para sus cuidados.
Recibe insulina pero si no la conserva al frío las dosis se vencen y debe comprarlas por su cuenta. “La luz se corta y yo me muero”, dijo tras el corte del suministro que días atrás ordenó la Justicia y llevaron a cabo desde la Usina.
La casilla de Armando es un poco más grande porque la comparte con su mujer y su hija. Debe inyectarse a la mañana y a la noche. Mostró una bolsa con “todas las agujas que compro yo mismo” y con los instrumentos para controlarse. No tiene heladera, por lo que guarda la medicación en casas de vecinos, aunque recientemente se le vencieron unas dosis.
“La otra vez no me inyecté como por tres meses y me noqueó. Se me fue a 375, estuve ahí nomás. Es jodido”, compartió. En la casilla con piso de tierra, hay unas ollas en las que se calienta agua para el almuerzo del sábado. Pese a su situación, Armando agradeció que “no falta trabajo”, y destacó que desde que llegó a la toma, como tantos otros vecinos colabora en el comedor y en todo lo que haya que hacer para el lugar.
“Estamos dispuestos a pagar”
Agustín se levantó el buzo y después la faja del torso. Su cicatriz –“28 puntos de acá a acá”- es la marca de la reciente operación que lo privó de continuar su trabajo como oficial carpintero en la construcción. Orgulloso de la casa que levantó en la toma y de cómo él y el resto de los vecinos cuidan el lugar, también mostró el documento, donde ya tiene dirección en una de las calles internas del predio.
“Esto se levantó con los vecinos y con mi hijo, porque yo sólo no puedo”, contó. Hasta hace un año y medio vivía en Villa Aguirre, pero el alquiler pasó de costarle 65 mil pesos a 75 mil, y al poco tiempo 90 mil. “Alquilaba una casa, pero no se conseguía nada. Más si tenés chiquitos, no te alquilan. Escuché que estaban hablando compañeros míos y ahí me vine. Era pagar el alquiler o quedarte sin comida, era la opción.”, compartió.
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Además de su casa, Agustín también mostró los alrededores. Los jardines y el pasto cortado de sus vecinos, y cómo abrieron la calle Navarro limpiando el predio y colocando los postes de luz a lo largo de las dos cuadras.
“Los postes los compramos todos de nuestro bolsillo”, dijo remarcando el trabajo organizado de los vecinos. “Hicimos torneos, nos ayudamos entre todos. Si alguien necesita frazadas, un colchón o ropa. Esto acá es así, todos somos familia”, agregó.
También planteó que antes de la toma, el terreno era un lugar abandonado, con pastos altos y que funcionaba como un “aguantadero”. Por eso quiso que se vea que las viviendas fueron hechas de material, porque lo consideró parte de los trabajos que realizaron de limpieza y mejoramiento del predio.
Además, dijo que realizaron el pedido para que les bajen la luz y por eso compraron “cables de trifásica”, pero la Usina les negó el suministro. Entonces, indicó, arreglaron con propietarios del barrio para conectarse directamente a los pilares y pagar el servicio entre todos. “Todos pagamos un porcentaje, con el consentimiento del dueño. Acá somos cuatro o cinco familias que estamos pagando”, precisó.
Consultado por lo que hará si se ordena una fecha para el desalojo, Agustín respondió mediante otros interrogantes. “¿Qué vamos a hacer? ¿Adónde piensan que vamos a ir todos? Vamos a tener que vivir en la calle. ¿Está bien eso? ¿Con los chicos en la calle? ¿Vamos a agarrar una plaza?”, se preguntó.
Antes de despedirse repitió algo que muchos otros vecinos han dicho desde el comienzo de la ocupación. “Estamos dispuestos a pagar”, planteó sobre la posibilidad de contar con una escritura si se les da la oportunidad.