Turismo alternativo
Felipe Lechuga, el tandilense que busca dar la vuelta al mundo en su bicicleta
Tiene 28 años, estudió turismo en Tandil, y si bien siempre fue un viajero frecuente, desde hace casi un año y medio recorre Latinoamérica acompañado de Bruno, su gato, con la esperanza de cruzar hacia el viejo continente. Se mueve sin apuro, disfrutando del camino, y con la certeza de “vivir el momento”.
¿Cuántos seres humanos habrán soñado con la posibilidad de viajar por todo el mundo, conociendo paisajes, personas y costumbres maravillosas?, ¿Cuántos de ellos habrán fantaseado con dejar su vida rutinaria y embarcarse en una increíble aventura, recorriendo globo terrestre?. Existe un tandilense que hoy está viviendo esa experiencia, con el plus de utilizar su bicicleta como medio de transporte, y de ir acompañado de su entrañable mascota, el gato Bruno, un amigo que se hizo en el camino, y va montado en su vehículo para donde sea que él vaya.
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Se trata de Felipe Lechuga, de 28 años, quien hace más de dos años viajó desde Tandil a Córdoba utilizando por primera vez la modalidad de “cicloturismo”, con la idea de regresar a los pocos meses, pero finalmente, los vaivenes de la vida lo han ubicado hoy en Cochabamba, ciudad central del país vecino de Bolivia, con la certeza firme de continuar recorriendo Latinoamérica, y el lejano deseo de cruzar hacia el viejo continente, y dar la vuelta al mundo en bicicleta.
Actualmente comparte sus aventuras en las redes sociales y en la plataforma YouTube, donde se lo puede encontrar con el nombre de “Turismologo en bicicleta”. El joven dialogó con El Eco de Tandil, repasando su recorrido, ahondando en los detalles de su día a día, e invitando a la comunidad a arriesgarse por sus sueños, por más alocados que parezcan.
Lechuga estudió turismo en la ciudad entre el 2017 y el 2020, en ese año, quizás influido por el contexto de encierro en que se encontraba el mundo a raíz de la pandemia, asegura que se empezó a gestar como deseo, la semilla de hacer un “cicloviaje”.
Con la llegada del verano, a pesar de las restricciones, ya se había comenzado a habilitar el turismo, por lo que decidió salir en su bicicleta de Tandil a Córdoba, concretando esa primera experiencia.
El repaso de la travesia
“La idea era hacer un viaje como los que hacía anteriormente y regresar, solo que esta vez fue en bicicleta, porque antes viajaba un mes en cada verano como mochilero, y siempre regresaba Tandil”, relató. En el medio de ese propósito, llegó a una aldea ubicada en Calamuchita, en plenas sierras grandes de la provincia del cuarteto y el fernet, con la idea de pasar a conocer tan solo dos días. Finalmente, terminó accediendo a un voluntariado por dos semanas, se enamoró de la zona, “y me terminé quedando a vivir un año y dos meses”.
Luego de un tiempo de trabajo voluntario en un hostel, realizando tareas de cocina, limpieza y mantenimiento, se involucró en la permacultura, aprendiendo técnicas de construcción en barro. Seguidamente, aprovechando su vocación turística, diagramó un circuito para hacer en bicicletas con motor eléctrico, dedicándose a ello hasta volver a tomar la ruta.
“Durante ese tiempo en la sierras, como a los 10 meses, empezó a aflorar otra vez el deseo de hacer un viaje, pero esta vez ya más radical, salir a vivir nómade digamos, que es como yo lo consideró actualmente a mi estilo de vida”, definió.
Así fue como emprendió nuevamente el camino, esta vez sin límite geográfico ni temporal, haciendo el cruce de las Altas Cumbres y pasando para el hermoso Valle de Traslasierra. Desde allí ingresó en San Luis, recorriendo gran parte de la provincia, hasta pasar a San Juan, luego a La Rioja, y posteriormente a Catamarca, donde aparece el segundo gran personaje de esta historia; Bruno, su fiel compañero felino.
“Cuando lo conocí fue muy loco y azaroso, se dio que lo vi en una casa que fui a alojarme y ahí estaba él siendo una criaturita, con otros gatitos. Me ofrecieron irme con uno, así fue como me lo lleve, y hoy me acompaña incondicionalmente, en una canastita con una media sombra en la parte delantera de mi bicicleta”, refirió el viajero.
Bruno no sufre de ansiedad, nervios, ni miedo, ya que prácticamente nació viajando. Tenía 35 días cuando Lechuga lo adoptó, “y partir de ahí que él está arriba de una bicicleta, así que es un gato nómade como yo”, aseguró su dueño.
Desde la provincia catamarqueña, recorrió los Valles Calchaquíes en Tucumán, continuando por Salta, y llegando a Jujuy en enero de 2023, en donde se estableció hasta el comienzo del otoño. El ciclista señaló que si bien esta hoja de ruta estaba mínimamente planeada, en el medio del camino van apareciendo diferentes contingencias, recomendaciones de los lugareños y otras variantes, que terminan modificando la estructura del viaje.
A los cuatro días de comenzada la época otoñal, Felipe y Bruno cruzaron a Bolivia por la frontera entre La Quiaca y Villazón. Su recorrido por el país desde ese momento a esta parte “comenzó yendo primero para el lado de Uyuni, ahí me metí en el salar a hacer una travesía con la bicicleta, después continué por Potosí, luego a la capital de Bolivia, Sucre, y ya de ahí me moví para el lado del oriente boliviano hacia el departamento de Santa Cruz, ahora digamos que estoy de vuelta hacia el oeste, actualmente en Cochabamba, y en breve seguiré para La Paz”, contó.
¿Qué se necesita para hacer un cicloviaje?
Una vez dimensionada la increíble travesía que viene llevando a cabo, el joven se propone ahondar en los detalles de su estilo de viaje, en parte para que la comunidad pueda comprender que no se necesita grandes prestaciones para lograr un objetivo de tal magnitud.
Primeramente, su vehículo no es profesional. “Es una ‘mountain bike’ rodado 29, el cuadro es de marca promedio, no tan conocida; es una bici común y corriente, con componentes que son buenos, pero no es nada de otro mundo ni tampoco de gran precio”, explicó. También sostuvo que cuando más sofisticada es la bicicleta, son menores las chances de conseguir repuestos o refacciones, “sobre todo si andas por pueblitos pequeños”.
En segunda medida se refirió a la aptitud física, narrando que cuando vivía en Tandil usaba su velocípedo como medio de transporte, yendo diariamente desde la ciudad al campus como rutina, pero sin realizar mayores entrenamientos. Recién cuando empezó a visualizar la posibilidad del viaje, realizó travesías un tanto más largas hasta localidades rurales, aun sin hacer las distancias que emprende hoy en día, en un promedio de 60 kilómetros por día.
“Yo siempre cuento que el cuerpo se adapta, no hay mucho más secreto que eso, se va acostumbrando a andar y cada vez te cuesta menos”, afirmó.
En lo respectivo al equipamiento, lleva consigo una mochila clásica de mochilero, dos alforjas en la parte trasera, y los equipos de camping junto con su compañero de cuatro patas en los alrededores del manubrio.
En una jornada entera de travesía, se levanta temprano por la mañana, desayuna, y la gran mayoría de las veces continúa hasta última hora de la tarde, deteniéndose para almorzar, y haciendo algunas paradas de estiramiento y descanso. Generalmente duerme en carpa, aunque la hospitalidad de la gente de pueblo le permite dormir frecuentemente bajo techo y en un colchón.
“Creo que el de la bicicleta tiene un plus”, manifestó, “por que despierta una cierta empatía en quien te ve llegar a un pueblo, con todo en evidencia, sos vos, tu bicicleta, y las cosas que venís, creo que eso inspira un poco a la gente a ofrecerte desde lo más básico como un poco de agua, hasta a veces me han dado dinero que no me lo esperaba o una oportunidad de alojarme en sus hogares”.
Sus lugares preferidos
Si bien no es muy amante de los rankings, se animó a establecer un top 3 de los lugares que más ha disfrutado, empezando por el Salar de Uyuni. “Por la bastedad de estar en un lugar así, con esa inmensidad, para donde miras es blanco, es como una especia de limbo. Estuve cuatro días tres noches ahí, y ver los atardeceres, esos momentos del día en ese lugar en soledad, fue muy mágico”, describió.
En Argentina, las provincias del noroeste son sus preferidas, destacando a Catamarca y La Rioja, asegura que los Valles Calchaquíes le resultaron realmente alucinantes. Por último, eligió el oriente de Bolivia, una zona tropical que embelesó sus ojos con su verde y extensa vegetación y sus increíbles paisajes.
Con vista a su futuro, indicó que hace un tiempo uno de sus mayores anhelos era llegar a México, de hecho se encuentra en camino hacia allí, pero últimamente empezó a contar que está dando la vuelta al mundo, “porque lo cierto es que nunca sentí que ahí se terminara la cosa, ni lo siento tampoco ahora, de hecho mis planes son cruzar el Atlántico hacia Europa, solo que no lo digo tanto porque ya la gente cuando le digo que vengo de Argentina le parece una locura, si les cuento que quiero cruzar con bicicleta, gato y todo para allá, no me la van a creer”, comentó entre risas.
Finalmente, alentó a aquellos a los que las dudas y la inseguridad les impiden aventurarse en una travesía de similares características, explicando que para poder experimentarlo, “no es necesario irse a unir Ushuaia con Alaska ni mucho menos”, sino que uno simplemente puede viajar a un pueblo vecino, en un fin de semana, disfrutando de la experiencia. De todas formas, es consciente de que mucha gente “no tiene la posibilidad de hacer lo que hice yo de irse indefinidamente, por múltiples razones, pero así ya se puede vivir algo muy hermoso”.
Afirmó con convicción que “animarse es la clave y a la vez la cura”, y que en su caso, no fue ni más ni menos que dirigirse hacia lo que sentía verdaderamente adentro de suyo, y elegir la forma en la que le gusta vivir. “La vida es hoy, dentro de diez años no sabemos cómo vamos a vivir, como vamos a estar, y a veces planificar a largo plazo no es lo más sensato, si alguien tiene ganas de hacer una locura, yo lo animaría, porque la verdad es que el mundo de los cuerdos ya está bastante loco en mi opinión”, concluyó.