Medio Ambiente
Como cada verano, las cavas de Cerro Leones alertan por la inexistencia de un balneario público en Tandil
Fin de semana a pleno en Cerro Leones, y una pregunta que se reedita cada año. ¿Se puede hacer algo en las cavas?
“Somos de Buenos Aires, pusimos en el Google Maps lugares para recorrer y nos salió La Movediza y este”, dijo un turista proveniente de Capital Federal que descansaba sentado a la sombra mirando las cavas de Cerro Leones. Con una lona en el piso, la conservadora y el mate, disfrutaban de la “playa” como tantos otros tandilenses y visitantes durante el fin de semana.
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El lugar dejó de ser un secreto entre los locales y cada vez más turistas se animan a atravesar el sendero que se abre al costado de la tranquera cerrada. De un año a esta parte, ya no se encuentran en la entrada los carteles que el gobierno provincial había colocado para advertir del “peligro” y “riesgo de muerte” existente en “cavas, canteras y tosqueras”.
La gran afluencia de gente a las cavas reedita cada verano el debate en torno a la inexistencia de un balneario público en la ciudad, así como vuelve a poner el foco sobre la indefinición de las autoridades locales sobre el destino del patrimonio histórico y natural de Tandil.
Pero también alerta a vecinos y vecinas de la zona que, con diferentes miradas, viven con preocupación la gran cantidad de jóvenes en motos que de viernes a domingo concurren al lugar. Algunos de aquellos cuyas viviendas se encuentran sobre Basso Aguirre, justo al frente de la entrada a las cavas, transmitieron que en el último tiempo ocurrieron hechos de violencia y hasta de inseguridad. Otros por su parte señalaron que no les incomoda la situación, y que el ruido “molesta como en toda la ciudad”.
Al mediodía del sábado, todavía sin motos, comenzaban a llegar los primeros visitantes. “Es por acá me parece”, decía una mujer que cargaba una matera y una lona. El resto de su familia la seguía. Atrás quedaba, tapado por las plantas, el letrero de “propiedad privada”.
De las canteras a las cavas
Los enormes pozos de agua que hoy son piletas al aire libre rodeadas de un paisaje único, fueron alguna vez las sierras de una zona próspera y fundacional de la ciudad. En Cerro Leones y La Movediza surgieron las primeras canteras, aquellas donde establecieron los picapedreros y se gestaron manifestaciones obreras históricas.
Hacia fines de 1990 la empresa CIGA cerró, y dejó en el lugar las cavas que se generaron por la extracción de la piedra. El lugar, pese al letrero que indica que se trata de una propiedad privada, con el paso del tiempo se fue transformando en un balneario gratuito, y en uno de los secretos para conocer en la ciudad.
Sin embargo, a partir de la demanda que inició la familia de un hombre que falleció ahogado cuando nadaba con amigos en las cavas, en 2017 la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Azul intimó al Municipio a intervenir en la restricción del acceso.
En 2020, el Juzgado Civil y Comercial 1 también intimó a la Comuna a asumir un rol de importancia para evitar el ingreso al sitio, pero las autoridades locales apelaron el fallo, con la intención de que otros organismos canalicen la medida.
En el debate público, muchos se ha comentado en la ciudad de la posibilidad de transformar el espacio en un área pública natural de gestión municipal, pero desde el gobierno comunal no avanzaron en ese sentido.
Desde la Asamblea por la Preservación de las Sierras emitieron diferentes comunicados alertando por los peligros de las cavas. “Los principales responsables son los empresarios que destruyen el patrimonio natural generando los pasivos ambientales, y un Estado en manos de funcionarios que no impidieron que se destruyera, no controlaron siquiera que los impactos de la actividad destructiva no generara perjuicio a los vecinos y a la ciudad, y no exigieron tampoco la de por sí ínfima mitigación que debían realizar las canteras”, plantearon tiempo atrás.
Las palabras de la Asamblea definen al lugar como un “pasivo ambiental”. Siguiendo la normativa provincial puede considerarse a las cavas en ese sentido. Es decir, un sitio afectado, con contaminación o deterioro de los recursos naturales y ecosistemas producidos por actividades públicas o privadas que constituyen un riesgo para la población y a su vez han sido abandonados por sus responsables.
Más allá de litigios, proyectos, o inacciones, las cavas se instalaron como otro de los paseos elegidos por los turistas –en Google Maps tiene más de 500 reseñas, en su mayoría positivas, con cientos de fotografías- y por muchos locales.
A las cavas
Una quincena de autos estacionados sobre Basso Aguirre daban cuenta del movimiento en el lugar. Algunas personas esperaban tomando algo en el bar El Cerro, para cruzarse a las cavas una vez que haya bajado el sol. “A veces cuando salen pasan por acá a tomar una cervecita”, contó uno de los mozos sobre el movimiento del fin de semana.
Dos familias, con hijos, conservadoras, sombrillas e inflables para agua cruzaron la puerta de entrada disfrutar la tarde en la “playita”. Allí se sumarían a un grupo de amigas que se lamentaba no haberse llevado parrilla, y a una pareja que tomaba unos mates contemplando el paisaje.
En los alrededores, un padre y sus hijos andaban en bicicleta aprovechando los senderos. Lo mismo hacía un grupo amateur de motocross. Temprano, el ambiente en las cavas suele ser tranquilo y familiar. Por la tarde, con la llegada de cientos de jóvenes en motos, el entorno cambia.
Algunos vecinos lamentan que los ruidos y la presencia de tanta cantidad de gente altere la calma de una zona caracterizada por su tranquilidad. Sin embargo a otros no les molesta tanto.
“Las motos joden en todos lados”, contó una chica que se bajó del colectivo azul y se disponía a entrar a trabajar en la verdulería. “A mí no me molesta, a los que les molesta es a los viejos. Dos y pico empiezan a venir las motos. Hay movimiento todos los fines de semana, pero de viernes a domingo más”, compartió un vecino también de Basso Aguirre.
Otra vecina hizo mención a que debido a la gran cantidad de gente se generan no sólo ruidos molestos sino la preocupación por los hechos de inseguridad, y hasta de peleas entre jóvenes. Otros visitantes, transmitieron, concurren a las cavas con perros de caza o galgos que llegaron a agredir a mascotas del barrio.
Tandil no cuenta con un balneario público municipal –salvo el de María Ignacia, pero fuera del casco urbano- y en contextos de complejidad económica emergen en mayor medida las dificultades de muchas familias para costear la entrada a una pileta paga.
Más allá del paisaje y del peligro, las cavas de Cerro Leones suponen una oportunidad para habilitar el debate público sobre los límites y responsabilidades de la propiedad privada, y sobre las posibilidades del Estado de intervenir, sancionar o accionar en pos de conservar el patrimonio histórico y natural.