Alejandro Schang Viton, de una vida loca en Capital a su último libro escrito desde Fulton
El periodista y escritor regresó al nido hace dos décadas y se instaló en el campo de su bisabuelo, fundador del paraje. Allí, casi incomunicado y lejos de los medios, lleva una existencia como los “viejos gauchos”. Acaba de publicar “Que porquería todo”, una ficción serrana situada entre los 60 y fines de los 80. La historia de un encantador ermitaño, cultor del humor y el sarcasmo, que se declara feliz.
Desde Fulton, el periodista y escritor Alejandro Schang Viton anunció la publicación de su último relato. “Que porquería todo” tuvo su lanzamiento oficial hace unos días, en el exclusivo bistró del Jockey Club porteño, en un ágape que pagaron sus amigos.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEl también humorista partió de Fulton hacia Capital Federal, dejando por un rato su actual existencia, bastante ermitaña, donde hace 20 años vive sin acceso a internet, televisión ni radio; sin luz eléctrica, ni gas natural, “tal como los viejos gauchos”, sintetizó.
La presentación de su último libro se concretó en un almuerzo, rodeado por un íntimo grupo de fieles lectores que han seguido al autor desde las páginas de La Nación, Clarín, Apertura, Somos, Satiricon y de los libros “Cuando los chanchos vienen marchando”, “Andan como locos” y “32 años de rock”. En esa mesa, hablaron de todo menos de política y economía, regla básica de estos tiempos para preservar la amistad.
“Que porquería todo”, de la editorial Mongo, “es un relato de ficción serrana demasiado corto para ser novela y quizá algo extenso para ser un cuento, cuyos personajes transitan los años 60 hasta fin de la década del 80, casi en pleno apogeo de la decadente democracia argentina”, contó el autor.
Schang Viton es descendiente directo de Don Juan de Garay y de Martín Rodríguez, y miembro de una antigua familia argentina, de muchos integrantes y plena de anécdotas. Realizó estudios de narrativa, fue discípulo de Dalmiro Sáenz y cursó las carreras de Abogacía, Ciencias Políticas y Ciencias Agrarias en la UCA. También ejerció la docencia y fue jefe de prensa de Scania, Francia, Club Med, Olivetti y Dellepiane, entre otras compañías. Hoy es dueño de una trayectoria tan amplia como atrapante.
Donde todo comenzó
Desde Fulton, el escritor compartió con este Diario el gusto por el block y la birome como herramientas que motivan su buen vicio de escribir. “Tenía computadoras, laptops y todo eso, pero poco a poco me fui alejando de la tecnología. Descubrí que a mano, con lápiz o con mi vieja lapicera, noto cómo voy evolucionando a través de la letra, cómo estoy cambiando, es decir, cómo estoy envejeciendo, en pocas palabras”, relató con su peculiar humor.
Elegante en su voz y dedicado al elegir las palabras, relató que llegó al paraje tandilense para habitar la última porción de la estancia San Agustín, que perteneció a su bisabuelo Agustín García, fundador de Fulton gracias a la exitosa gestión de hacer llegar el ferrocarril.
“Uno de mis tíos era escribano y arquitecto, entonces hizo los planos de dos o tres casas que todavía están en Fulton; una de ellas es la carnicería y en otra está la panadería”, aportó y precisó que su abuelo tomó la posta en la estación, al iniciar la fábrica de quesos San Agustín.
Inesperado sexto hijo de una madre que rondaba los 50 años, Alejandro nació en Tandil pero a los 7 sus padres lo llevaron a vivir a Capital, donde sus hermanos estudiaban en colegios como pupilos. Allí permaneció hasta principios del segundo milenio, protagonizando una vida tan interesante como estresante en el campo del periodismo.
“Cuando murió mamá, a los 102 años, yo la cuidaba, vine a Fulton. Estaba un poco cansado de la vida de Buenos Aires”, confió. Sumado a eso, conservaba los mejores recuerdos de sus veranos en Tandil, en los 70: “Era una época maravillosa, no había diferencia entre pobres y ricos, era el auto y la casa, pero todos iban al mismo lugar”.
Entre las escenas aún nítidas en su retina, mencionó que le compraba libros a Antonino Pelitero, hombre de una “cultura impresionante” que tenía su comercio donde hoy están el Teatro del Fuerte y el bar que lo homenajea. Pero además, hizo referencia a los bailes de año nuevo, cuando los vecinos cortaban las calles, y a su entrevista a René Lavand, una de las últimas que concedió el ilusionista.
Sin darse cuenta
“Siempre fui un vago, lo único que me gustaba era escribir y leer, y mi madre (Delia Julia Viton) era súper lectora, en casa había muchos libros y a mí me encantaban”, contextualizó al hablar de sus inicios en el oficio.
A los 13 años, escribía la contratapa de La Colmena, la revista del colegio La Salle que lo tenía como alumno. A los 20, publicó un cuento en una antología y a los 24, inauguró una librería en Buenos Aires, en Juncal y Suipacha.
“Era re linda, pero el kiosco que pusimos al lado con mi socio nos daba mucho más plata que la librería. Con la plata del kiosco pagábamos las macanas que nos habíamos mandado con la librería, porque comprábamos los libros que a nosotros nos gustaban, no los que le gustaban al público; y ese público de Barrio Norte quería libros con poco texto, muchas figuras, con final feliz y en lo posible bueno, bonito y barato. Entonces, imposible subsistir con esas presiones”, concluyó en tono risueño.
“Se me fue dando”, evaluó al repasar su salto de la revista escolar a construir una prolífica carrera que lo tuvo en La Opinión, en los 70, “cuando era vanguardista al estilo de Le Monde”. También colaboró con publicaciones como Convicción, y -por recomendación de amigos- escribió en revistas de cámaras empresarias y de instituciones privadas.
“Con el tiempo me metí en el humor, que era lo que yo buscaba. Empecé a colaborar en Satiricón, que era revolucionaria, cambió el humor. Después, escribí en Eroticón, Politicón, Emanuelle -la única revista para mujeres-, y la más loca de todas se llamaba La Cotorra, que era tremenda. Un día mi padre (Raúl Rito Schang García) me dijo ‘Alejandrito, está todo bien, pero a ver si escribís en algún lado donde nosotros te podamos leer’”, remató.
En La Nación, escribió para diversos suplementos. “Cuando colaboraba en el suplemento de campo, había una sección que se llamaba Rincón Gaucho y me dio la posibilidad de dar a conocer personajes de Tandil que eran maravillosos. Me sentí muy contento cuando vascos perdidos en el medio de la nada aparecieron en el suplemento”, compartió y citó una media página dedica al querido Mayo Gogorza, con sus 50 domas.
También trabajó bastante en Chile, incluso con proyectos para el Washington Post. Allí publicó en el libro de antologías Justos y pecadores. “No paré de escribir jamás por suerte”, afirmó y se animó a definir su presente: “Soy un chico feliz. No lo puedo decir en voz alta porque hoy no sé si está de moda ser feliz”.
El libro
Alentado a ofrecer un breve resumen, Schang Viton expuso que su creación titulada “Que porquería todo” recorre los sentires de un niño de unos 5 años que refleja cómo era la década del 60. La historia tiene su eje en las familias católicas de aquella época, en un ambiente muy conservador. El relato da cuenta de cómo los chicos sobrevivían a los maltratos, cuando contaban con menos armas para defenderse.
“El libro tiene humor, ironía y sarcasmo”, anticipó y garantizó que muchos tandilenses podrán identificarse tanto con los personajes como con el escenario.
El dato
“Que porquería todo” se puede conseguir en el salón de té de la Estación de Fulton.
Por delivery, llamar al 2494-616406.
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