FRASES EN LA HISTORIA
Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos...
Por Daniel Xodo
(Arnaud Amalric. Legado papal. 1160/1225)
Recibí las noticias en tu email
Transcurre el siglo XIII en el Suroeste de la actual Francia. Los cátaros (equivalente a “puros”), secta cristiana de la época, han multiplicado su número e influencian en todas las clases sociales. Tienen sus líderes (los perfectos), clérigos y obispos. Señores feudales que los protegen y adhieren a sus creencias, llevadas dos siglos antes por mercaderes y cruzados provenientes del Oriente próximo. Como los maniqueos y bogomilos (otras sectas cristianas) predican su doctrina en contradicción con la Iglesia Católica, no hay un solo Dios. El bien y el mal tienen sus dioses que los crean. Dios y Satán. Espíritu o Materia. En permanente conflicto. La salvación se logra renunciando a lo material, animado o inanimado.
Se reencarnarían tantas veces como sean necesarias para transformarse en espíritu “puro”. Opuestos al matrimonio y la procreación en tanto significa traer un alma a encerrarse en un cuerpo material. Incluso rechazan el bautismo pues el agua es material y lo establece Juan y no Cristo. También la eucaristía. Niegan la Trinidad y la divinidad de Cristo, a quien consideran una aparición. Pregonan que el conocimiento, en la concepción de los gnósticos originales, es el camino de la salvación. Sus adeptos aumentan desde dos siglos antes.
La Iglesia Católica naturalmente trata de corregir sus conceptos. Sucesivos Papas, desde Eugenio III lo intentan sin éxito.
Bernardo de Claraval (luego San Bernardo) logra limitados éxitos.
Distintas misiones fracasan. Las condenas en los concilios de Tours y III de Letrán tampoco logran unificarlos con una Iglesia católica que adolece de visibles fallas en la conducta de muchos religiosos y obispos; la simonía (compra de dignidades eclesiásticas) y el nepotismo son ostensibles. Muchos clérigos llevan una vida disipada en contradicción con su condición y obligaciones que el papa Gregorio VII busca corregir.
Domingo de Guzmán (posterior fundador de los dominicos) intenta, junto a monjes cistercienses el diálogo componedor, con lentos y escasos resultados.
En 1167, Nicetas obispo bogomilo de Constantinopla, convoca en Provenza a seis obispos cátaros de Francia, Languedoc, Cataluña y Lombardía y reafirma sobre ellos su autoridad pastoral en abierta rebeldía con el Papa.
Los nobles de Provenza, que formalmente rinden mínima pleitesía al Rey de Francia, miran con envidia las posesiones de obispos católicos y la posición de los cátaros les es útil a su separatismo de los Capetos (casa reinante en Francia).
Ocurre entonces un desencadenante de la violencia. Pierre de Castelnau, enviado papal para intentar persuadir a nobles y vasallos, es asesinado y las sospechas recaen sobre el conde Raimundo VI de Tolosa.
El Papa llama entonces a una cruzada para combatir la herejía y a los nobles que la protegían, en especial a Felipe II de Francia, que quiere consolidar su dominio en Languedoc; Pedro II de Aragón y nobles y caballeros de Francia. Promete los mismos privilegios que los dados a quienes partieron a Tierra Santa. Según las crónicas de la época, 20.000 caballeros y más de 200.000 campesinos se suman a la cruzada.
Entre los principales Simon de Monfort, noble de la Ille de France y Arnaud Amalric, legado papal. Marchan a Beziers, refugio de muchos herejes.
La situación es grave. Muchos católicos defienden a los cátaros generando confusión. Monfort tiene temperamento para la guerra pero inquiere cómo saber a quién matar. Distinguir entre católicos protectores y cátaros protegidos.
Surge entondes la frase que algunos atribuyen a Arnaud Amalric y otros al propio Monfort: “Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius” (“Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”).
Cierta o no, la cita recurre al Antiguo Testamento ( Números, 16.5 ) y también al Nuevo Testamento ( San Pablo a Timoteo 2:19).