Frases en la historia
Emperador, defiéndeme con la espada, yo te defenderé con la pluma
Por Daniel Xodo
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(“Imperator, tu me defendas gladio, ego te defendam calamo”.
Guillermo de Ockham, teólogo, filósofo, 1287/1347)
Las relaciones entre la Iglesia y el poder político fueron siempre fuente de controversia que derivaron, frecuentemente, en violencia de distinto grado.
En principio con el Edicto de Milán (año 313) con el que Constantino y Licinio establecen la libertad de culto y posteriormente con el de Tesalónica (año 380), en el que el emperador Teodosio establece el cristianismo como religión oficial del imperio, los vínculos entre el poder eclesiástico y el poder secular significaron, con frecuencia simultáneamente, relaciones de cooperación y conflicto.
Desde el inicio de la decadencia del imperio romano los obispos fueron asumiendo progresivamente funciones estatales en una asimilación de hecho entre la unidad del imperio y la del cristianismo (justicia, recaudación, etc.) y especialmente a partir del colapso de las estructuras imperiales romanas con las invasiones de los pueblos bárbaros (vándalos, ostrogodos, visigodos, francos y otros).
La economía, el arte, la cultura son, en gran medida, condicionadas por la actividad de los monasterios.
Se suceden siglos en los que la confesión religiosa de los reyes y príncipes establece la de sus pueblos.
Las disputas religiosas entre católicos y arrianos envuelven religión y política.
De igual modo, las luchas entre príncipes y señores feudales.
No obstante, la Iglesia Católica resguarda el conocimiento existente en la sociedad y lo amplía en los monasterios. Sus abades, obispos e intelectuales son consejeros directos y funcionarios de reyes y señores feudales e inciden en la política en forma explícita.
Dos hechos destacables de la historia señalan la conflictividad de las relaciones.
El 25 de diciembre del año 800, Carlomagno era coronado como emperador por León III, a quien había salvado de sus enemigos. Este acto legitimaba ante los pueblos las victorias de Carlomagno.
Pero a su vez, al recibir -dicen algunos que sorpresivamente- la corona de manos del Papa, confirmaba la autoridad del mismo para dársela.
Carlomagno intervino en cuestiones eclesiásticas pero limitadamente.
Doscientos años después, Enrique IV, del Sacro Imperio Romano Germánico, obtenía grandes beneficios nombrando -en realidad vendiendo- obispados y parroquias. Gregorio VII lo excomulga y libera a los súbditos de la obediencia al emperador.
Ante una incipiente rebelión contra el emperador y la posible pérdida de poder, Enrique se humilla ante el Papa para que lo perdone, vistiendo como penitente y permaneciendo tres días a la intemperie en el castillo de Canossa y logra el perdón que posteriormente traicionará.
El papa Bonifacio VIII advierte al rey de Francia que "toda criatura humana está sometida al Pontífice por necesidad de salvación" y que la autoridad suprema en la tierra corresponde a la Iglesia.
El comienzo de la crisis ocurre durante la estadía del Papa en Avignon.
Los reyes quieren limitar el poder papal y encuentran en Marsilio de Padua (filósofo y teólogo italiano,1270/1342) y Guillermo de Ockham las ideas convenientes que dan por tierra las concepciones teocráticas de la sociedad y enunciar principios de liberalismo político y soberanía del pueblo para darse sus leyes.
Luis IV de Baviera, por entonces emperador del Sacro Imperio, había intentado influir sobre la península itálica con escasos resultados, pero estaba abiertamente enfrentado con el Papa acoge en su corte a Marsilio y Guillermo, que habían huido de Francia para escapar al probable castigo papal.
Cuenta la leyenda que encuentran al emperador en Pisa y Guillermo, postrándose ante él le exclama esta súplica. “Imperator, tu me defendas gladio, ego te defendam calamo (Emperador, defiéndeme con la espada. Yo te defenderé con la pluma)”.
Para algunos historiadores son palabras precursoras de la modernidad y de la separación del poder eclesiástico sobre los gobiernos como había sido hasta entonces.