Por Daniel Xodo

(“¡Lo encontré, lo encontré!”, Arquímedes, matemático y físico griego, 287 a.C.-212 a.C.)

Es probable que esta frase (quizá sólo una exclamación) sea una de las más comentadas en la enseñanza de la física. La circunstancia de la misma fue relatada por el historiador romano Polibio muchos años después, por lo tanto es posible que tenga algún componente de relato novelesco.

Arquímedes, nacido en Siracusa, ciudad por entonces en manos de los griegos, desde la infancia se había destacado por sus cualidades intelectuales; al punto que su padre, un astrónomo reconocido, logró que Hieron II, tirano de Siracusa, lo enviara a estudiar a Alejandría, que era la ciudad que concentraba los científicos de la época.

Al regresar a Siracusa, luego de su formación con grandes maestros de la época, fue aceptado como consejero de Hieron II para diseñar armas y sistemas defensivos. Siracusa estaba bajo asedio de los romanos.

Los inventos y descubrimientos de Arquímedes fueron de inmensa importancia en el desarrollo de las ciencias y la ingeniería.

El tornillo de Arquímedes, un ingenio que permitía regar tierras situadas por encima del curso de agua; el odómetro (un cuenta kilómetros primitivo montado en una carretilla); la garra de Arquímedes (aparato que era usado para desestabilizar barcos y hacerlos naufragar); el primer planetario de la historia de occidente, representando el sol, la luna y planetas con movimientos independientes; el principio de la palanca, que permitía disminuir los esfuerzos (“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”), una de las frases que lo hizo famoso; y grandes aportes a la ciencia y su metodología como el cálculo del número π (pi ( o las demostraciones mecánicas en la geometría.

Se le adjudica también haber diseñado espejos “ustorios”, es decir, con una concavidad que permitía reflejar rayos solares concentrándolos sobre las velas de los barcos enemigos e incendiarlas.

No obstante su genialidad, trascendería popularmente por una anécdota. Hieron II le pide que verifique si la corona de oro macizo que había mandado a construir lo era realmente o si debajo del oro superficial había plata -obviamente de un valor inferior-, pero sin destruir la corona.

El problema desvela a Arquímedes, que no logra encontrar la solución.

Hasta que un día, habiendo ido a los baños públicos, observa el líquido que se derrama a consecuencia de sumergirse en la bañera. Exultante de alegría sale corriendo desnudo, en dirección a su casa, exclamando: “¡Eureka, Eureka!”. Había descubierto un principio fundamental de la hidrostática: “Todo cuerpo sumergido total o parcialmente en un fluido recibe un empuje hacia arriba igual al peso del fluido que desaloja”. Lo que le permitiría resolver el problema.

El oro y la plata tienen distinto peso específico.

La frase tendría con el tiempo otras derivaciones. Los psicólogos le dieron el nombre de efecto ¡Ajá! o “insight” para aludir al momento de resolución de un problema que parecía no tenerla, derivando en un campo de investigación dedicado especialmente a estos fenómenos.

E incluso, abrió caminos para el estudio de fenómenos complejos de la mente tales como la actividad durante el sueño.

También la muerte de Arquímedes está relatada en circunstancia novelesca y con varias versiones. Marco Claudio Marcelo, distinguido militar y político romano, había sitiado Siracusa en el 213 a.C. y a pesar de los esfuerzos de los defensores y los ingenios de Arquímedes, la ciudad cayó. El general, conocedor del prestigio y la valía del matemático, había encargado tomarlo prisionero pero respetar su vida. El relato cuenta que un soldado, ignorante de quién era, lo intimó a rendirse mientras estaba dibujando problemas geométricos y que el sabio, ignorándolo, le espetó: “No molestes mis círculos” (*), recibiendo como respuesta el golpe de la espada que acabó con su vida.

Casi doscientos años después, Cicerón, admirador de su genio, afirmaría haber encontrado su tumba, al descubrir una columna con una esfera inscrita en un cilindro, tal cual Arquímedes había pedido en reconocimiento al cálculo de los volúmenes relativos de ambos cuerpos que él había logrado.

(* Algunos afirman que la frase fue “ no molestes mis cálculos”).

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“¡Eureka, eureka! “