Domingo de brunch en Amaike, sabores únicos y calma profunda
Una experiencia gastronómica en la paz de las sierras, con el valle como principal testigo. Sabores que dialogan, entre lo más destacado de la identidad serrana y los frutos de mar. La oportunidad de desconectarse de la rutina a minutos del centro.
Un mediodía distinto, en modo family plan, para descubrir sabores y disfrutar de las vistas más impactantes desde el corazón de nuestras sierras de Tandil. El segundo domingo de febrero, de sol radiante y alta temperatura, la propuesta de compartir un brunch en el Hotel Amaike consiguió que perdiéramos el pulso del tiempo, con los sentidos colmados de paisaje y naturaleza mientras disfrutábamos de excelente gastronomía.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLos cuatro coincidimos en sentarnos en la terraza, en una mesa redonda que se fundía con el valle que custodia el resort, balconeando a la cancha de golf. Desde las alturas de Amaike, el horizonte se desdibuja en el campo, siguiendo la línea del impresionante cordón serrano del sur.
El Hotel Amaike se abre a tandilenses y turistas con propuestas deliciosas y en calma, con su marco natural imponente.
Nos recibió Francisco, con su estilo muy polite para hacernos sentir como parte de la casa. Esa mesa sencilla pero elegante a la vez fue la referencia para reunirnos una y otra vez, en una invitación gastronómica que ofrece libertad de movimientos, generando un encuentro tan pacífico como descontracturado.
En el interior del salón, la mesa buffet establecía un diálogo entre los frutos de mar y las especialidades serranas. Impecable presentación para las variadas opciones, que permitían armar platos equilibrados y coloridos.
La conversación pausada, en este caso al aire libre, creó un clima ideal para nosotros. Allí, el personal del restaurante no transmitía apuro alguno, no existían esos ruidos típicos de la vajilla y la música de fondo era la propia naturaleza, con las aves y el movimiento que la brisa provocaba en la vegetación.
Los platos calientes completan el brunch, este especial encuentro de domingo pausado y descontracturado.
Francisco y Antonella guiaron nuestros pasos para aprovechar al máximo la experiencia del brunch, una de las tantas que ofrece el renovado restaurante de Amaike. Frente al buffet, me tenté con una tarteleta de trucha que resultó exquisita –también había ostras y mejillones, entre la amplia variedad- y en una segunda entrega, degusté otra de champiñones. Acompañé con quesos saborizados, todos elaborados en esta ciudad. Sin dudas, un diez para los panecillos caseros, saborizados con tomate, cúrcuma o remolacha que amasan en esa silenciosa cocina.
La calma singular de esa terraza, donde las sierras invadían todos nuestros sentidos, fue el ambiente ideal para un almuerzo y sobremesa extensos, sin apuros, ideal para conversar y disfrutar de buena compañía.
Promediando la estadía, Francisco se acercó para invitarnos a marchar los platos calientes. Elegí unos ravioles verdes, rellenos de roquefort y frutos secos, tan sabrosos como suaves. La otra opción que llegó a nuestro grupo, unas costillas asadas con puré especiado, también colmaron con creces las expectativas.
En las mesas vecinas todo era armonía, con parejas y familias que se mostraban entusiasmadas durante el brunch, acompañando cada elección con una copa de vino o bebidas sin alcohol.
Antes del postre, invité a mi hija Pilar a recorrer la terraza. Hacia el frente del hotel, la majestuosidad del cerro, tan cerca que nos invitaba a extender los brazos para acariciar el granito. Después, bajamos por la escalera hacia la pasarela que conduce a la piscina exterior del resort, donde una familia de huéspedes disfrutaba del agua con el valle como escenografía. Una postal tras otra para iniciar la tarde en un domingo de goce.
Antonella regresó a nuestra mesa para ofrecer las opciones dulces que coronarían el brunch. Para los chicos, el helado nunca falla. Dispuesta a probar las especialidades de la casa, elegí un parfait de chocolates negro y blanco, con frutos rojos. De consistencia cremosa, aunque algo más firme que una mousse, completó una experiencia gastronómica memorable.
Tras despedirnos de Agustín, al frente de la recepción, y dejar nuestras felicitaciones el chef y su equipo, emprendimos el regreso, disfrutando del descenso asfaltado, atenuado por mecetas. Pasamos por el club house y la entrada a Altos Aires, el barrio cerrado que circunda el campo de golf. Ya sobre avenida Don Bosco, en cuestión de minutos estábamos otra vez en el centro de Tandil, pero con la vívida sensación de regresar de un viaje de verdadera desconexión de la rutina.
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