Los bailongos del club El Picaflor
En el rancho ubicado -127 años atrás- justo en medio de la calle Belgrano esquina 14 de Julio, donde los nombres de los bailarines, para pasar desapercibidos, eran señalados con números por la crónica periodística.
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Seguramente desde el momento mismo en que llegaron las primeras mujeres de los soldados y los primeros vivanderos trajeron las suyas al Fuerte -sobre todo cuando quedó atrás la preocupación de los malones y el pueblo comenzó a exteriorizar sus ansias de progreso- se habrá procurado algún tipo de diversión para quienes hasta entonces vivían debajo de las carretas y en torno a los fogones o en lo alto del mangrullo, aguardando la llegada siempre cruenta del salvaje.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailNo contamos con documentación fehaciente al respecto. Sí podemos decir, según cuenta Francisco Juldain en sus memorias, que las mismas se manifestaron en la primera época en el marco de reuniones familiares para festejar, por lo general, las fechas patrias o algún acontecimiento íntimo, hasta que surgieron, a partir de 1860, las primeras entidades sociales, especies de clubes llamados entonces sociedades.
Dice el primer maestro que tuvo Tandil, que en 1864 Lucas y José Benavídez, dueños de la zapatería "La Oliva", alegraban al pueblo con sus serenatas que, a veces, terminaban en baile al ritmo de una guitarra, una flauta, un triángulo y una pandereta. Y que años más tarde, se sumaba a ellos el dinamarqués Christian Makeprang con su orquesta.
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Cuando surgieron los prostíbulos, desde luego, hubo allí bailes. Y por supuesto en varias casas de familia, sobre todo cuando el jefe de la misma o algún amigo llegaba, después de la cosecha, con una buena cantidad de patacones.
Los bailables se incrementaron notablemente en 1887 cuando comenzó su actividad, con una serie de tertulias los fines de semana, el club "El Picaflor". Allí se daba cita la juventud toda; ellas con las crenchas bien engrasadas; ellos, con los bigotes al cosmético. El problema surgía cuando llovía, ya que el barro de la calle del trayecto malograba la lustrada del zapato que el hombre lo había puesto brillante como para que sirviera de espejo. También, los impecables polisones de las mujeres debían afrontar el inconveniente.
"Muchas muchachas bonitas -dice una crónica de la época, refriéndose a uno de los bailables- embellecían aquel Edén, rindiendo culto a la diosa Terpsícore". Y con una redacción muy particular, como si los galanteadores fueran jugadores de fútbol de ahora, el cronista los marcaba con números, para ocultar sus nombres.
"Allí estaba la tradicional criolla, la de ojos negros -decía la crónica- pretendida con insistencia por el picaflor No 2. Estaba la elegante, espiritual, de ojos grandes que, cual luciérnaga, deslumbraba al picaflor No1. Estaba también la no menos encantadora y siempre graciosa, la que taladra poco a poco el corazón del picaflor No 6. Y seguía. "Estaba la alegre y simpática sultana del picaflor No 8, cuyas miradas son un poema de amor. Estaba la elegante reina del corazón del picaflor No 4. Y estaba la casta y pura conquistadora del corazón del picaflor No 9. Estaba… iLa mar!"
Y continuaba: "De parte del sexo peludo, además de los conspicuos miembros de la comisión estaba todo lo que de elegante hay en este pueblo.. iMil gracias, bellas tandileras!", concluía.
Varias reuniones del mismo tipo, con gran afluencia popular, realizó "El Picaflor". Hasta que entró en desgracia, porque parece que con su nombre de pajarito agrupaba a algunos pájaros o pajarones de la época, que no eran bien vistos por la comunidad. O, por lo menos, por un grupo de muchachos que dispuestos a mejorar el ambiente que se había formado, presentaron su renuncia a la entidad con la intención de formar otra para dar bailes cada quince días o un mes, en las casas de familia de su relación, debido -decía la publicación- "a una caída que tuvo uno de ellos con una respetable matrona".
Y agregaba que veía bien esa decisión, porque las tertulias del Picaflor "terminaban por llevar a muchos a la vicaría, por más enemigos que de ella fueran". Además -decía- porque no es lícito que pudiéndose hacer los bailes con niñas de nuestra sociedad, se busquen otras que ella los rechaza".
Allí terminó la vida de "El Picaflor". Sobre todo cuando el intendente Eduardo Fidanza mandó demoler el viejo rancho ubicado justo en medio de la calle Belgrano, donde se bailaba la media caña y algo más.
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