Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

La historia que ya hemos relatado de nuestro amigo Antonio Beraza, que vino a Tandil desde su Guipúscoa natal, a los doce años de edad, para habitar un rancho de adobe a dos aguas en Pinto y Chacabuco, donde hoy está la Universidad, es la historia de muchos inmigrantes que recalaron en Tandil, antes y después, en procura de un futuro mejor.

Se cuentan por miles. Pero simbolizamos en ellos, hoy, a los hermanos Raimundo -más conocido por Ramón- y Martin Harguindeguy. Dos amigos, también, a los que conocimos y tratamos fraternalmente –a ellos y a sus familias- desde más de medio siglo atrás.

De Saint Jean de Pie de Port, habían venido los dos, siguiendo los pasos de su hermano Pedro. Raimundo había nacido allí, con el año 94 del último siglo, el 1 de enero. Una noche de jarrones rebosantes de burbujas de sidra y de canciones optimistas del advenimiento y de la esperanza.

Quince años tenía cuando llegó a nuestro país y a Tandil. Con otros vascos, comenzó trabajando en Iraola, de peón.

Poco después sus hermanos Martin León y Pedro -quienes como premio al trabajo habían sido habilitados por la familia Loidi- decidieron en 1912 asociarlo, trabajando juntos un par de años, hasta que Pedro se retiró.

Ramón y Martin arrendaron entonces el campo "San Felipe, de Arana, radicándose posteriormente en la zona de "San Antonio" y "La Pastora", como arrendatarios y tamberos.

Treinta y tres años después de su llegada a Tandil, en 1939, adquirió Raimundo un lote de campo -188 hectáreas-y continuó arrrendando otros, hasta lograr una explotación de... ¡doce mil hectáreas! Dedicadas todas a la agricultura y pobladas con haciendas tamberas.

Contaban, a la sazón, con 1.300 hectáreas propias. En 1945 compraron los dos hermanos 470 hás. del campo de Díaz Vélez, en Egaña; un año más tarde, 334 hás. del campo "La Armonía". Y en 1949, 622 hás, más en Egaña. A lo que se suma la adquisición de 922 hás. más de los campos "San Emilio" "La Magdalena", donde habían estado 35 años como arrendatarios.

Y siguieron comprando, con lo que les iba dejando su trabajo empeñoso y su clara visión del progreso. En 1953 adquirieron "La Emilia" de 1131 hás. que también habían arrendado durante más de tres décadas. Y en el mismo año, otras 295 hás., linderas a su primer campo comprado.

Raimundo fue administrador, además, de "La Calandria", de John May. Durante ocho años controló la sección tambos de la estancia de Leonor Uriburu de Anchorena y fue considerado hombre de confianza de la empresa internacional River Plate Dairy Co.

Otros vascos que antaño contribuyeron al desarrollo y al progreso de Tandil y de quienes en algún momento nos ocuparemos, fueron los Zubillaga, Garrayalde, Esnaola, Gorostidi, Migueltorena, Vidaguren, Zubiaurre, Francisena, Lecuona, Ugarte, Salakain, Iturrioz, Sarachu, Errecarret, Irastorza, Murguizur, Etchegaray, Bernaola... Y también Larrondo, Pagadizábal, Urrestarazu, Berzunaetea, Bicondo, Mercapide, Irasusta, Aramburu, Alonso, Laza, Alchú, Vizcay, Zabaleta, Sarasola, Lazarte, Arano, etc. etc.

Después, andando los años, llegaría otra generación de vascos, cuya extensa nómina resulta difícil consignar.

Muchos de ellos realizaron una labor callada en favor de la comunidad; otros, trascendieron por sus obras o por su desempeño en la función pública. Tales como Juan Arabehety y Bautista Inciburu -electos munícipes en 1865- Manuel Iñíguez, Nicanor Elejalde, Carlos Darragueira, Juan Bautista Arabehety, que integraron la Corporación Municipal entre 1865 y 1875. A los que se sumaron por su constante empeño en mejorar el pueblo y el bienestar de su gente, Graciano Aycaguer, Francisco Iribarren, Francisco Arozamina, Faustinio Lejarceguy, Juan Garaberri, Juan Gonoechea, José Etchemendi, etc.

Pedro Hegoburu, por su parte, fue por espacio de muchos años del siglo pasado, encargado del cementerio viejo. El agrimensor Altabegoity, delineó la calle Fuerte de la Independencia, a través de la plaza, y la calle Maipú. Cercó además la arteria que fue habilitada como paseo público y fijó los límites de la Plaza de las Carretas.

Respondiendo, asimismo, a un pedido del coronel Benito Machado, Benjamín Zubiaurre fue uno de los primeros en responder a una convocatoria solidaria del coronel Benito Machado para levantar escuelas públicas en 1866.

Darragueira y Elejalde fueron, además, jueces de paz. Y no pocos contribuyeron a la construcción del templo parroquial en 1877: Juan Bautista Arabehety, Juan Laharrague, Basilio Urruti, Luciano Orbea, etc.

Fueron también ellos los introductores de uno de los primeros deportes que tuvo la aldea: la pelota a paleta.

Ya por 1882 protagonizaban arduos enfrentamientos en el frontón de la fonda "de la Buena Sopa". En los que figuraban Oyola, Olagaray, Yrigoyen, Soroa, Artadi, Rachi, Rosas y otros vascos de la época.

Continúa.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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Los vascos y su calidad humana - Cap. 4