Cuando con su uniforme gris verde -destinado a los bisoños- el chico de Tandil comía una noche -con “pagnota” de harina negra- el "risotto" del cuartel, hizo su entrada al rancho el soldado encargado de la correspondencia.

A Eduardo Olivero le brillaron los ojos, porque presentía la existencia de la carta que no tardó en llegar a sus manos.

Si era la letra de su madre. De la noble italiana que había quedado aquí, en La Movediza, llorando de pena y de orgullo por el hijo valiente que había ido a defender su propia tierra.

Abrió el sobre, que temblaba en sus manos, y leyó: "Mi querido Eduardo: Te perdono que te hayas marchado a la guerra para defender la patria mía, de tu padre y tus hermanos, sin despedirte de mí. Comprendo que fuiste muy bueno y no has tenido el valor de afrontar el dolor de la despedida. Sólo te pido que cumplas con tu deber. No olvides nunca el nombre honorable que llevas, y antes que alguno de tus actos pueda ensombrecerlo... yo me resignaré a perderte para siempre".

"Con mis plegarias a Dios para que te acompañe, recibe muchos besos de tu madre".

Después... ¡la guerra! Con las innumerables peripecias y aventuras que en otra oportunidad contaremos.

Y cuatro años más tarde, las tropas italianas avanzaban arrolladoras en el Trentino y libraban la gigantesca batalla de Vittorio Véneto, en tanto entre los valles de Brenta y Astico, junto a unidades francesas e inglesas, ganaban en rudo asalto las fortificaciones austríacas. Y los acorazados de la real marina surcaban el mar rumbo a Trieste, a Pola y a Fiume.

La guerra terminaba. Y el júbilo era indescriptible.

"¡Viva Italia!"

"¡Vivan los aliados!"

"¡Viva el Rey!"

Gritaban, se abrazaban, lloraban. Todo parecía un sueño.

Pero el armisticio firmado en San Giusto, decía que la guerra debía terminar el día siguiente a las tres de la tarde. Y las patrullas aéreas debían seguir cum pliendo su servicio como en días de plena lucha.

A Olivero le tocó salir en una de ellas, con tres de sus compañeros. Unos minutos de vuelo los llevaron sobre el Piave. Desde el aire distinguían los puentes improvisados y la gran cantidad de hombres, custodiados, que lo atravesaban. Eran prisioneros austríacos rumbo a los campos de concentración.

Luego pasó sobre el pueblo de Portogruaro, a unos cien metros de altura, divisando el caserío engalanado y a la gente que lo aplaudía, que vivaba entusiastamente a "nostri soldati del cielo".

Arrojó sobre ellos volantes de salutación, tras lo cual tomó rumbo a Murano. Luego, hacia el río Tagliamento. Después, Pozzuolo del Friuli y Pasian Schiavonesco. Campoformio, donde las carreteras estaban repletas de soldados, que iban con sus pertrechos camino a Udine.

Y en Udine, la ciudad de fiesta. La gente en las calles, aclamando a los soldados del aire.

Después, Manzano. El rio Natizone. Y más tarde, Cormons.

El muchachito de Tandil iba mirando, a cada instante, el reloj.

¿Había terminado ya la guerra?

¿Eran ya las tres de la tarde?

No. Aún faltaba un rato.

Abajo se veía una gran masa humana que marchaba hacia el Isonzo, rumbo a Gorizia.

¿Quiénes eran?

Para averiguarlo, se lanzó en picada.

Era una columna enemiga formada por camiones y chatas que huían. La aparición de los aparatos provocó el pánico en ella. Los oficiales y soldados que viajaban amontonados en los vehículos, se arrojaban al suelo y corrían por el campo, esperando, sin duda, una lluvia de

metralla.

Pero no. Aunque no eran todavía las tres de la tarde y seguían oficialmente estando en guerra, los aviadores no estaban dispuestos a cazar hombres sólo para darle gusto al gatillo. Les hacían ademanes tranquilizadores.

Y en vez de metralla, les arrojaban volantes impresos, anunciándoles la llegada de la paz.

Poco después, llegaba la hora bendita, con el triunfo largamente anhelado. Al armisticio en el frente italoaustríaco, le sucedía la suspensión de hostilidades.

La guerra, en la que habían muerto más de diez millones de seres humanos, quedando veinte millones heridos, llegaba a su fin. Y el chico de Tandil terminaba su aventura, cargado de gloria y con el grado de mayor del Ejército italiano.

Continúa.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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El chico que fue a la guerra - Cap. 3