Hace tres años, en éstas páginas se ventilaba un informe policial que deba cuenta de la detención de un acusado en la provincia de Corrientes, imputado por “abuso sexual con acceso carnal agravado –reiterado- contra una niña menor de edad, agravado por ser cometido por su progenitor –ascendiente- y aprovecharse de la situación de convivencia preexistente con la víctima menor de 18 años”.&nbsp;Aquel lacónico reporte policíaco cargado de lenguaje jurídico tenía una historia detrás, la cual se ventiló esta semana, en la sala de audiencias del Tribunal Oral Criminal 1.&nbsp;Un hombre, padre de cuatro hijos, señalado por uno de ellos como el “monstruo” que la violó durante más de cinco años.&nbsp;Había llegado la hora de resolver el sórdido entuerto judicial para definir la suerte procesal del acusado de los aberrantes sucesos denunciados, para la cual se había arribado a un juicio por jurados. Vecinos comunes que siguieron a lo largo de dos jornadas maratónicas el devenir de un debate que procuraba acercarse a una verdad que sólo hasta aquí se convivía entre cuatro paredes en lo que se conoce como abuso intrafamiliar, &nbsp;y los operadores judiciales más luego.&nbsp;Con los doce jurados (seis hombres, seis mujeres) ya sentados, no sin una dilatada audiencia previa para poder depurar y elegir a los más óptimos al paladar de las partes, el jueves se inició el juicio presidido por el juez Carlos Pocorena, quien dio lugar a los alegatos iniciales del acusador y el defensor, &nbsp;en una delicada causa que procuraba cerrar con el veredicto de los ciudadanos de a pie, quienes en definitiva resolverían la suerte procesal del hombre acusado de violar por años a una de sus hijas.&nbsp;El fiscal Damián Borean fue el encargado de romper el solemne silencio que impone la sala de audiencias, dirigiéndose al jurado para presentar su hipótesis de la dramática historia intrafamiliar que derivó en la fuerte acusación que ahora escucharon extraños.“En lugar de cuidarla, violó a su hija”, rezaba la frase proyectada desde un power point que acompañaría como ilustración la narrativa del ministerio público, encargado de exponer la carga probatoria que lo llevaría a pedir un veredicto condenatorio.&nbsp;Anticipó sobre la necesidad de despojarse de prejuicios, de entender el contexto en el que una niña (S) terminó vomitando cómo había sido abusada por su papá bajo el techo del hogar familiar, versión que a la postre la misma víctima reproduciría vía Cámara Gesell.Al decir de la acusación, luego refrendado por el relato de la menor, se trató de abusos reiterados, del 2013 al 2019, cuando la niña, acompañada por su madre, presentó la denuncia.&nbsp;Al decir de la aberrante historia reproducida, los abusos comenzaron cuando la hoy joven tenía 6 años, y se prolongó hasta los 13, cuando en encuentro con su prima de casi la misma edad jugaron a contarse secretos.&nbsp;Lo que parecía que se iba a tratar de algo lúdico y picaresco entre primas cómplices, se transformaría en un develamiento horroroso, a la cual le siguió una zaga igual de tortuosa a partir de las reacciones de los involucrados y el dramático proceso penal atravesado.&nbsp;“Cuando papá y S. quedaban solos, se sucedían los abusos”, sentenció con convicción Borean a la hora de presentar el caso al jurado popular, cuyos integrantes asentían en algunos casos, tomaban notas, en otros, a la espera de la otra versión por escuchar.&nbsp;A su turno, el defensor Pablo Molina, adelantaría que las sentencias del fiscal se caerían en el desarrollo del debate, considerando que la prueba que debían acreditar los hechos señalados como la responsabilidad endilgada a su pupilo no eran suficientes y, ante la duda razonable, debía primar el principio de inocencia.&nbsp;En el desenlace del debate, apenas diez minutos antes de la 0 de sábado y tras más de dos horas de deliberación, el jurado se inclinó por la hipótesis del defensor.&nbsp;Para los doce vecinos (sin obligación de fundamentar su veredicto) el papá que estaba sentado en el banquillo de los acusados era “no culpable”.&nbsp;Sin más, disipada la presencia de todos, la custodia le retiró las esposas que maniataban sus muñecas y ese hombre que estuvo dos años y siete meses detenido, alejado de sus hijos, tal supo decir cuando declaró en la sala, recuperó la libertad.&nbsp;<figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/06/juicio_por_abuso1.jpg" alt="juicio por abuso1"></figure><h4>El sangrado y la</h4><h4>atención en el Hospital</h4>&nbsp;No era caprichoso ni casual desde dónde trazó la línea de tiempo de los abusos el fiscal.&nbsp;Fundado en los dichos de la víctima una vez expuesto en el expediente, respaldado por otros testimonios a la hora de ubicar en tiempo y lugar (madre, tía, sobrina y el propio médico que la atendió), el acusador dio por probado que a mediados de 2013 fue cuando la niña de seis años en la hora de la siesta saltó de la cama donde estaba mirando dibujitos junto a su papá –presuntamente dormido- y fue al baño llamando a su mamá, que estaba en la cocina. Allí la hija le dijo que tenía sangre en la bombacha, la cual la mujer alertada la observó y advirtió sobre una pequeña lesión en la parte externa de la zona vaginal.&nbsp;Le preguntó sobre la lesión, a lo que la niña respondió que se había caído en la clase de educación física en la escuela, por la mañana.&nbsp;La mamá se quedó con esa explicación y la llevó al Hospital de Niños &nbsp;para que la revisaran. Efectivamente, fue atendida por el doctor Pablo Macchi, quien luego en el juicio prestaría su testimonio.Ante la versión de la niña y la madre, el profesional no advirtió una lesión por abuso, realizó un par de consideraciones y recetó una crema para cicatrizar la herida superficial.El pediatra traído a juicio respondió frente al jurado las preguntas del fiscal y el defensor.A consulta del acusador, consintió que las características de las lesiones podían estar relacionadas con un abuso, pero que frente al contexto en el que se había presentado y ante la versión de la madre, nunca se inclinó por esa posibilidad.También asintió al defensor cuando lo indagó si dicha lesión podía efectivamente haber sido producto de una caída. El médico dijo que dicha herida podía corresponderse con un accidente, con una caída con las piernas abiertas, como el típico ejemplo de un golpe arriba de una bicicleta.&nbsp;Más allá de la curación, la mujer reseñó que fue al domicilio de la docente a preguntarle por qué no había sido notificada de la caída de su hija en educación física. Allí se topó con la respuesta de la maestra, quien le dijo que no habían advertido ninguna caída y que tampoco ese día habían tenido clases de educación física.Cabe consignar que también por el juicio desfiló la docente como el profesor de educación física, y ambos ratificaron que nunca se advirtió una caída de la niña y que ese día, no habían tenido clases de educación física. Asimismo, la maestra desmintió a la madre sobre su interpelación en su domicilio, aclaró que la madre había ido a la institución educativa.&nbsp;La respuesta de aquel entonces inquietó a la madre que, sin embargo, prefirió masticar la duda, olvidarse, como trataría de hacerlo una vez iniciado el derrotero procesal, ya propiciada la denuncia tras la confesión de su hija, años más tarde.&nbsp;Incluso prefirió creerle a su esposo en medio del tortuoso proceso. Dijo que por miedo, por opresión, víctima de la manipulación, eligió quedarse con la versión de su esposo e incluso volvió con él, en medio de virulentos episodios protagonizados, que formarían parte de otra historia paralela, en el mismo contexto violento… (ver aparte).El episodio sirvió al fiscal para ubicar el inicio de los abusos, que recién serían confiados por la niña a los 13 años, en aquella charla cómplice con su prima. &nbsp;Ésta se lo contaría a su mamá y aquella a su hermana. Allí la denuncia y el inicio de la instrucción que terminó en el debate de ahora.&nbsp;Efectivamente, una vez escuchado y observado por Cámara Gesell el relato de la menor, sería su tía y la prima las que ingresaron a la sala para ratificar aquella versión y el rol que cada una de ellas tuvo en esta historia de vejaciones.&nbsp;Claramente, la prima y los tíos resultaron el dique de contención de esa niña aturdida y vulnerable ante semejantes sucesos presuntamente padecidos. De hecho, la Justicia dispuso que quedara bajo la tutela de ellos a la hora de transitar el proceso. Su padre y su madre, sus hermanos, ya se habían ido a Corrientes.&nbsp;<h3>Médicos y psicólogos</h3><h3>en la segunda jornada</h3>&nbsp;Resultaron también dirimentes para el acusador y el defensor el aporte de los profesionales que intervinieron en el caso, desde la médica Luna, quien constató los presuntos signos de abuso sufridos por la menor una vez revisada en el trayecto del proceso judicial, como el perito psicólogo Adolfo Loreal, encargado de llevar adelante la entrevista en la Cámara Gesell con la menor.&nbsp;La doctora, a su turno, habló de las características que presentaban las partes íntimas de la menor y señaló sobre los signos de haber ocurrido penetraciones (se acreditó que la menor durante ese período no había tenido relaciones sexuales). Pero también se encargó de asentir al defensor cuando éste repreguntó su la entidad de dichos signos podían haber sido producto de una masturbación propia y no de un abuso.&nbsp;Loreal, a su turno, definió como verosímil el testimonio escuchado por la menor, sobre el cual descartó fabulación ni mucho menor un guión armado para la ocasión.&nbsp;Los aportes científicos, empero, fueron fuertemente cuestionados por el defensor Molina que a la postre, en su alegato, procuró poner en crisis. Evidentemente al decir del final del debate, los vecinos jurados respaldaron esa crítica del doctor Molina, quien también se encargó de exponer que el testimonio de la niña fue direccionado por el psicólogo, sin poder precisar ni tiempo ni lugar para permitir darle credibilidad a su relato.&nbsp;Para cerrar el debate, el fiscal Borean y el defensor Molina se tomaron su más de 40 minutos para alegar, refrendando aquello que habían anticipado en el inicio del juicio.El esfuerzo del fiscal por dar por probados los hechos como la responsabilidad del papá imputado no alcanzaron al decir del discernimiento de los doce vecinos elegidos para juzgar. Claramente, se recostaron en las dudas que eficazmente –al decir del resultado- instaló el defensor, a la hora de refutar una y cada una de los testimonios que presuntamente achacaban el delito que, a más de dos años de su develamiento, resulta que no ocurrió. Así lo sentenció el jurado popular.&nbsp;&nbsp; &nbsp;<h2>Matar y morir a lo bonzo&nbsp;</h2>Fue nodal para el debate escuchar a la mamá de la víctima, quien con sus contradicciones a cuestas contó su rol en esta aberrante historia, desde la confesión de su hija, la negación, el maltrato y violencia que ella misma padeció en manos de su esposo, hasta su reencuentro con su niña, ya adolescente.&nbsp;Tras relatar los pormenores de cómo se enteró y qué hizo una vez anoticiada de los abusos contra su hija, la mujer debió responder sobre su zigzagueante comportamiento, vivencia que no hizo más que exponer su vulnerabilidad frente al poder que ejercía su pareja.&nbsp;Contó que tras la denuncia formal con su hija por los abusos, fue separada del hogar y derivada a un refugio con sus cuatro hijos. Sin posibilidad de contacto con el exterior, en procura de evitar acercamientos con el presunto abusador, apenas algunas salidas a la plaza, y no mucho más.&nbsp;Fue en una de esas salidas que advirtió que su esposo merodeaba la zona y en más de una oportunidad lo cruzó, por lo que la mujer se dijo hastiada de tener que estar encerrada con sus hijos mientras “él andaba suelto como si nada”.&nbsp;Así fue que un día, atrapada por la ira y la desesperación, salió del hogar, tomó un bidón y cargó combustible en una estación de servicio. Se fue hasta la casa de su esposo, cargando un bidón en una mano y portando un encendedor en la otra. Llegó hasta la humanidad de su esposo y tras reprocharle lo que había hecho con su hija intentó rociarlo con nafta con la intención de quemarlo. El hombre se defendió y logró zafar del ataque, retirándose sin más. Ella, atrapada en su desesperación e impotencia, decidió empaparse en el mismo líquido para terminar con su propia vida. En el intento apareció su hermana y su cuñado que lograron evitar la tragedia.&nbsp;La mujer fue socorrida y trasladada al centro de salud mental, donde permaneció internada y tratada por varios meses, hasta que se dispuso su externación, con destino en la residencia de su madre.&nbsp;Una vez contenida en su ámbito familiar (su hija permaneció en Tandil bajo custodia de su tía y siguiendo el tratamiento psicológico), la mujer retomó su vínculo con su esposo, a pesar de lo vivido y fundamentalmente, tras haberlo denunciado de abusar de su propia hija.&nbsp;A la recurrente pregunta de las partes de las razones de su regreso con él, atinó a referir a su vulneración frente a la manipulación del hombre, de su atadura económica por no poder moverse por sus propios medios, a pesar de estar contenida en su casa materna.&nbsp;La mujer, entonces se fue nuevamente a convivir con su esposo y el resto de los hijos a de la Cruz, provincia de Corrientes, hasta que una comisión policial, en noviembre de 2021, &nbsp;detuvo el hombre producto del avance de la causa que seguía en su contra por la denuncia de su hija.Una vez detenido –hasta la actualidad- la mujer logró recomponer el vínculo con su hija, y ahora declaró frente a su esposo los hechos padecidos por su hija, como lo sufrido por ella misma.&nbsp;El interrogante sobre su conducta siguió a lo largo del juicio y el fiscal como el defensor harían sus respectivas interpretaciones sobre la conducta de una mujer que hizo lo que pudo, como pudo, con sus cruces a cuestas.&nbsp;&nbsp; &nbsp;<h2>La inocencia del papá</h2><figure class="image"><img src="https://cdn.eleco.com.ar/media/2024/06/juicio_por_abuso_3.jpg" alt="juicio por abuso 3"></figure>Terminada la presentación de toda la prueba, el papá acusado quiso declarar y contar su verdad.Con las características de un hombre rústico, criado en la ruralidad, habló a sus modos y sus formas. Se dijo inocente. Que se sentía muy mal por lo que lo estaban acusando y por lo que hacía más de dos años que no veía a sus hijos.&nbsp;“A lo mejor porque soy paisano, de campo y soy muy estricto, recto, con mis hijos”, se definió el hombre, quien reconoció alguna vez haber golpeado a sus hijos por alguna represalia, pero que formaba parte de la educación con la que él se había criado con sus padres.&nbsp;“Sería incapaz de hacer lo que dicen que hice a mi propia hija”, con su escueto lenguaje respondió, a la vez de no hallar las razones por las cuales su hija, su mujer, hicieron fortísima denuncia.Sí se encargó de desmentir a su exesposa en varias de las escenas que ésta había reproducido. Reconoció haber mantenido fuertes discusiones que en algunos capítulos llegaron a los insultos y agresiones verbales, pero nunca físicas. “Nunca le levantó la mano”, se defendió.&nbsp;Recordó la violenta escena en la que su mujer fue con un bidón de nafta a quemarlo, sobre lo cual consideró que ella quería que “muramos los dos calcinados”.Sin mucho más por contar y con su limitaciones expresivas a cuestas, el hombre de mostró ante el jurado acongojado, dentro de aquella rusticidad verbal y corporal que lo acompañó a lo largo de las dos extensas jornadas de juicio, instancia en la que por primera vez hablaría después de dos años de aquella detención en Corrientes, lugar donde en la madrugada de sábado procuraba obtener un pasaje para regresar.

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