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Señor Director:
Quería denunciar la falta de sentido común y de empatía que tiene la gente al circular en contramano sobre una calle asfaltada y perfectamente señalizada. Esto ocurre en calle San Francisco entre avenida Actis y Lester.
Dan mucha bronca estas personas que circulan en contramano como si fuera una avenida, jugando con la fatalidad como si fuera una ruleta rusa y aparte, habiendo un jardín en ese trayecto, aumentado las chances para la desgracia.
Estas personas que se enojan cuando les hace señas, marcándoles su falta de respeto seguro que luego se indignan cuando otras personas no cumplen las reglas básicas de convivencia para tener una vida más tranquila y respetuosa entre nosotros, los ciudadanos.
Gracias y saludos.
Luciano Iozia
“Todos los niños nacen artistas, lo difícil es seguir siéndolo cuando crecemos”, Pablo Ruiz Picasso
Señor Director:
Parece que van a pintar el Murallón del Dique.
Se ha generado algún debate en las redes y por supuesto, hay quienes están de acuerdo o no. Tengo opinión al respecto, y puedo sugerir que este hecho sea la resultante de un proceso un tanto más complejo.
Desde las pinturas de la cueva Leang Tedongnge, en Indonesia, hasta “Banksy”, la pintada de muros ha sido una constante en la historia.
Si busco antecedentes cercanos en mi ciudad, puedo mencionar la pintada del Ramal H y si hurgo aún más, me topo con los “muredones” que son paredes pintadas y que se hallan desperdigadas por toda la ciudad.
Recuerdo que esta idea surge forzadamente con el objeto de aniquilar a los graffiteros que, contravencionales y clandestinos ensuciaban, según la denominación del buen vecino, los frentes de sus casas.
La orden era arrebatarles las calles a cualquier precio y es así que un hijo funcionario del viejo funcionario lunghista inventa el utilitario método de reclutar a los jóvenes del aerosol conduciéndolos a pintar cosas “bonitas”. Así provistos de látex gratis distribuidos por Plavicón y con la venia del Tandil soñado fueron contaminando el paisaje urbano sin la mínima idea ni tino de plasmar alguna imagen que se le acercase al arte.
A la sazón, el buen vecino quedó satisfecho y Don Miguel sumó más votos y mejor poder para su feudo serrano.
En estos últimos veinte años he visto como la calidad del paisaje urbano, sea monumenticio o pictórico ha ido desbarrancando a un nivel asombroso.
La ciudadanía es un universo pasible de educación y sé que los gobiernos a través de sus acciones pueden moldear la conciencia social para bien o como en el caso del presente Gobierno, para mal, y la pregunta obligada es: ¿Por qué no hacerlo con la conciencia estética de mi ciudad?
Hubo un quiebre histórico y de inusitada elocuencia cuando allá por el 2007 la ciudadanía del Tandil se pegó un tiro en el pie al instalar la réplica de plástico de la Piedra Movediza. Fue una cachetada a la identidad y a la historia de nuestro pago. Pero sabemos que las artes plásticas han sido un fértil territorio publicitario para el lunghismo, con una inversión escasa pero redituable al momento de cosechar votos.
Si me sumerjo en la historia del siglo pasado, descubro que el Arte Contemporáneo y el Arte Conceptual inauguraron otra interpretación de las artes plásticas abandonando parcialmente el arte objetual (formas y objetos) cuyo fin era superlativizar la idea o el concepto más allá de la materia y que, a partir de este cambio, la idoneidad, que había sido un bien preciado junto a la destreza en los oficios comenzó su período de decadencia y, en casos, de desprecio.
La frase de Picasso que precede este texto creo es la simiente para un principio en mi razonamiento.
Los adultos debemos demostrar nuestra idoneidad aunque existen falsas premisas, que aseguran que “todo lo que haga el ser humano es arte” y otra más audaz sentencia que “todos somos artistas”.
Por supuesto que hechos como el orinal de Duchamp o la mier… envasada de Piero Manzoni, allá por la década del ‘70 me guían a un intento de explicación y disgrego, una lata de excremento de Manzoni cotiza hoy en el mercado del arte 124 mil dólares.
Puedo formular otra pregunta. ¿Si todo es arte, cuál es la razón para que existan escuelas de arte? O, ¿existe el arte si todos somos artistas?
Retomando la idea de este análisis, entiendo que en mi ciudad hay actores involucrados ineludibles al momento de pretender un juicio de valor estético urbano.
Estos actores son el sistema educativo en artes visuales, el staff político, los medios de difusión, los artistas y la ciudadanía votante, todos partícipes necesarios en la construcción de este presente.
Tandil cuenta con un poderío educacional en artes visuales superior al promedio del país y cito a la Facultad de Arte de la Unicen, la Escuela de Artes Visuales Municipal, la Escuela Municipal de Artes y Oficios (exNº2), la Escuela de Arte de Vela, la Escuela Provincial de Cerámica, la Escuela provincial Polivalente de Arte (Secundaria), el Taller de Escultores y Picapedreros y el Instituto de Profesorado de Arte de Tandil (IPAT), sumando también los espacios particulares de enseñanza artística.
Si lo mensuramos desde el capital humano involucrado como directivos, profesores, personal no docente, auxiliares y alumnado, nos encontramos con cifras importantes y desde una visión económica, con presupuestos invertidos por el Estado también de asombro. Este análisis no pretende dudar de la necesidad, en términos culturales, de la existencia de estas instituciones y mucho menos de cuestionar tal inversión, aunque desde la fundación, en 1920 de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes a manos de Vicente Seritti, poco responde a la resultante actual y pasaron desde aquel acontecimiento algo así como cien años.
En el terreno de la educación artística hemos entrado a un perfecto cuento circular del cual es difícil salir.
Otro dato que no se puede soslayar es que muchos artistas activos son autodidactas, o sea que no han recibido “educación” en institución alguna, y a esto se suma una curiosa realidad, la escasa representatividad tandilense en este campo a nivel nacional e internacional que se haya destacado.
Esta actual educación artística se ha convertido en un sistema retroalimentado, es un loop estático e híbrido que forma a profesores que enseñarán a futuros profesores, así de simple.
Es casi una obligación, a mi entender, que las instituciones educativas generen debates internos y fomenten la crítica de lo que sucede en nuestro lugar, ya que desde la crítica y el análisis formamos conciencia que devendrá en progresos cualitativos, pero también sé que la patria cómoda esgrime preceptos que versan que la crítica no está bien vista y que “debemos ser“ políticamente correctos o sea practicar la diplomacia de la decadencia sabiendo que esta carencia de exigencias va dinamitando nuestra capacidad de juicio.
La estética está relacionada con la ética y en este aspecto se soslayan temas que incumben a la contaminación visual y, quienes deben impartirnos un conocimiento superlativo han permanecido indiferentes, en silencio y temerosos de emitir juicios públicos pertinentes. Tampoco desde la arquitectura o el paisajismo, tan exigentes en sus opiniones para otras cuestiones, se han expresado al respecto.
Así el ciudadano se adapta a lo mediocre y a la sazón irá naturalizando lo que ve y sin advertirlo, termina “cocido como la rana en la olla”.
“Millones de moscas no pueden estar equivocadas...”, reza el dicho y es por eso que las latas de Piero Manzoni son tan caras. Así, por inercia, vamos esmerilando nuestro sentido estético haciendo un tanto más vana nuestra existencia ética.
La estructura educativa presente sigue fiel a los mandatos de Duhalde que allá por el 2001 ordenó transformar al sistema, del histórico mandato de “formador” al formato “contenedor”, y así es imposible que se logren progresos o se modernice con eficiencia este presente tan vacuo.
Insisto que si en Tandil no se realizan articulaciones entre las distintas ofertas educativas, se capacita a los educadores y modernizan los programas, seguiremos en la pauperización de este campo cultural.
Tampoco observo que los partidos de oposición hayan emitido o comprometido posición sobre estos temas. Los veo como cándidos observadores de una realidad que se cae a pedazos.
Los medios de difusión más importantes han jugado un papel decisivo para la formación de esta mediocre conciencia artística con sus juicios complacientes sumado a sus críticas banales. Son incapaces de discernir, algunos por ignorancia y otros por obediencia, qué es o qué no es arte.
Poco saben de esto. Poco entienden del lenguaje artístico y asiduamente caen en la comodidad de hacer crítica de arte utilizando una treintena de palabras raras o indescifrables y describiendo vernissages preparados para la ocasión.
Las artes plásticas son, de todas las artes, las más permeables de ser colonizadas por intereses ajenos a su especificidad y el snobismo ha sido un factor determinante.
La plástica es un arte vulnerable, fácil de habitar y de contaminar, ya que las exigencias han sido, desde fines del siglo, invadidas por movimientos más laxos o cómodos.
Es condición del artista contar con voluntad, iniciativa y pasión para lograr que una emoción sea eterna. Necesita el artista plástico un bagaje de conocimientos e idoneidad, experiencia personal y conceptos de sabiduría para poder saber qué está haciendo y fundamentarlo sin obviar un argumento lógico e intelectual. No es mucho pedir y es por eso que creo una obligación revisar y redireccionar los esquemas de enseñanza artística y que no sean las escuelas, como hoy, sólo un bolsón de trabajo.
Es nuestra obligación como artistas enaltecer los valores de la expresión estética, y ofrecer al soberano herramientas que puedan elevar su juicio crítico.
En este mundo mercantilista se ha logrado bajar el nivel crítico, ampliando así la base del mercado y es ahí donde el interés económico manda. Marchands, curadores y galeristas moldean al público y también a sus artistas.
Estoy seguro que el arte no se enseña pero sí se pueden ofrecer las herramientas para acercarse a él.
Es mi expectativa que los programas, la eficiencia docente y los objetivos sean tan “dignos” como los edificios que la familia educativa reclama para sus escuelas.
Mientras esperamos mansos que al Murallón lo cambien de color, podemos tomarnos un tiempo para pensar sobre nuestra estética urbana y reflexionar acerca de la revisión de los programas educativos en artes plásticas.
José Ambrosio Rossanigo
D.N.I. 12.717.197