CRÍTICA DE ARTE
Sobre la 50° edición del (autopercibido) Salón Nacional de Artes Visuales
Por José Rossanigo (*)
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Pretender denominar Salón Nacional a un concurso de artes visuales conlleva algunas características y exigencias puntuales, por ejemplo, estar a la altura del acontecimiento y deber cumplimentar al menos dos condiciones: Proyectar o ser prestigioso, con la carga que posee esta denominación y/o otorgar premios dignos que atraigan a importantes autores nacionales. Y, percibo que ninguna de estas condiciones se han congregado en este caso.
El pasado sábado 3 de junio se inauguró al público la exposición de obras seleccionadas de este conocido Salón en medio de un vernissage numeroso de asistentes, factor importante en política para medir el “éxito” del evento.
No olvido que este encuentro es competitivo y como tal se rige por parámetros establecidos que el jurado y las autoridades municipales deben contemplar.
Según figura en la crónicas de difusión fueron recibidos mil trescientos postulantes quienes luego del filtro selectivo, setenta y seis trabajos fueron aceptados, de los cuales doce son participantes tandilenses cuyas obras están expuestas.
En estos días recorrí las salas del museo, no menos de cinco veces, tratando de analizar las obras expuestas y a través de ellas mi parecer, el criterio de selección y la calidad y nivel plástico visual del evento.
Hacer una crítica del jurado es inapropiado ya que desde hace años he percibido una constante que dicta que, sean de la tendencia conceptual que posean, dentro de las diez “mejores” obras, están los premiados aunque exista la posibilidad de declarar desiertas algunas premiaciones.
Parafraseando a Sartre, el jurado hace lo que puede con lo que ve.
Recorrer las salas es como entrar en el túnel del tiempo y ver desde hace años la misma idea organizativa y la escasa y monótona calidad de las obras, exceptuando a piezas textiles que entregaron un poco de aire fresco. Caminar por las salas es flotar a través de un sueño recurrente e incómodo.
La pregunta que debemos hacernos es la de saber cuáles son los objetivos a los que pretendemos arribar y esto depende de la altura de la vara que coloquemos como meta.
Si el objetivo es una pillamada de amigos, este encuentro está bien diseñado pero si se trata de competir a un nivel superlativo se está, por cierto, muy lejos.
Para lograr los mejores estándares debemos referenciarnos con los mejores exponentes a nivel global.
Y es entonces que aparece la palabra excelencia y con su sucesión, el prestigio.
Todo acto de gobierno es un hecho político. Lo es la elección del jurado, la cantidad de exponentes que participarán de la exposición y también el monto en metálico de los premios que dignifiquen a los artistas.
Cada decisión que toma la Sra. Gnocchini, en este sentido, es un hecho político.
Sé que el Gobierno local es reacio a aceptar críticas de sus actos ya que entienden que veinte años en el perenne poder y el voto consecutivo del vecino los habilita para licuar los “errores”.
Se incomodan. Se olvidan que menos es más e imaginan que la cantidad eclipsará lo importante.
Una veintena de obras y creo ninguna presencia local hubiesen sido suficiente como para justificar la molestia que tomó la organización del evento y los gastos publicitarios en los medios.
Un salón cumple una función formativa también y se le debe dar al observador las herramientas para esa lectura ulterior.
Si es competitivo se debe jurar con las mas altas exigencias.
Los jurados defienden posturas, los hay con criterio conceptualista y otros objetualistas. Los hay contemporáneos, modernos o clásicos y hay quienes defienden la materialidad u otros la sensibilidad o subjetividad.
Hoy vemos reflejada en la expresión de los artistas a una sociedad paralizada y estancada en una mediocridad supina. Las artes representan momentos, de la sociedad en que vivimos, que se reflejan en las expresiones muralejas y monumenticias o en la banalización mediática de las artes escultóricas.
Debemos propender a mejorar las políticas educativas y elevar la formación del soberano para que pueda entender y apreciar los entrelineados del arte y poder asir más herramientas para su formación.
La tendencia de las artes actuales manifiestan, en su concepto, dar testimonio del accionar valorando las huellas de la actividad humana .
Las artes son rastros, como los testimonios en las cavernas y es el artista quien captura, como testigo, los vestigios de su accionar.
El artista es hoy un coleccionista de consecuencias, es un fugaz y curioso historiador de la realidad.
Estas manifestaciones se descubren y perdurarán como las pinturas rupestres de nuestro tiempo.
Este pretencioso Salón Nacional denuncia geometrías imperfectas, hiperrealismos toscos y conceptualidades sin concepto.
En este salón no se hizo presente el misterio, tampoco la trascendencia y en contados casos sí un poco de oficio.
Deberán pasar muchas cosas y tomar decisiones políticas para que un salón tandilense retome el prestigio de otrora.
Según cuentan las paredes del museo, en la noche inaugural se hicieron promesas. Espero no sean como las de Charly y el bidet.
(*) Escultor