Opinión
Recalculando: llegar a 2023, el nuevo objetivo de Alberto que empieza en modo supervivencia
Hay quienes dicen que los resultados de las elecciones legislativas nunca son del todo esclarecidos. Los analistas que siguen esta postura sostienen que por lo general los oficialismos se consolidan en los territorios y si no lo logran, al menos mejoran la elección anterior. Esa amplitud de aristas para analizar una elección de medio término complejiza el título más buscado usualmente por los medios: señalar en la tapa del lunes quién gano y quien perdió.
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Sin embargo, en estas elecciones, los números reflejan un panorama mucho más claro: hubo una amplia derrota a nivel nacional del kirchnerismo. En comparación con 2019 al oficialismo no le fue bien, de hecho, la debacle de votos es profunda, pero también es cierto que sigue teniendo un buen caudal de sufragios. Este punto es importante para adelantarse a lo que podría pasar en noviembre. En muchas provincias, sobra la evidencia de que los oficialismos han demostrado su capacidad para dar vuelta las elecciones, por ejemplo, Rodríguez Saá en San Luis en 2017.
Como se anticipaba en la previa de la elección, Alberto Fernández plebiscitaba su gestión y, si bien se cumplieron algunos guarismos de encuestadoras que (como también habíamos anticipado en una columna en este medio) en las semanas previas vaticinaban un triunfo de Juntos en la provincia de Buenos Aires, la derrota fue mucho más dura de lo que se esperaba.
Fernández nacionalizó la estrategia electoral que implementó en suelo bonaerense, la columna vertebral del poder del kirchnerismo, y fracasó. Perdió hasta en distritos donde el peronismo siempre supo mantenerse en pie, aún en las peores elecciones: La Pampa, Tierra del Fuego, Santa Cruz. De 24 provincias, solo en una no tuvo una baja porcentual de votos. Se trata de La Rioja, donde la oposición iba dividida y el aparato del PJ local sumó 5 puntos en comparación con lo que había sacado en 2019. En Formosa, donde hace dos años pasó los 65 puntos ahora ni siquiera pudo pasar el techo de los 50.
Además, ganó en provincias con poca incidencia electoral a nivel nacional. La Rioja y Catamarca no representan ni el 1% del padrón. Tucumán, otra provincia donde ganó, apenas pasa el 3%. Esto cambia el foco. Ya no es la provincia de Kicillof la única que se lleva todas las miradas de la elección, sino que la pelea por la configuración del Senado también empieza a tener localidades agotadas. En la Cámara Alta del Congreso, cuya titular es Cristina, el PJ podría quedarse con 35 senadores y Juntos Por el Cambio llegar a 31, lo que complicaría mucho la gestión legislativa de un gobierno más debilitado.
El hundimiento del oficialismo no debería llamar demasiado la atención ya que la elección estuvo en sintonía con lo que los sondeos de opinión pública mostraron en términos de gestión. Alberto, Kicillof y Cristina son los dirigentes con mayor imagen negativa en la provincia de Buenos Aires. Y Axel, además, es el gobernador con menor aprobación. Números a los que, evidentemente, el peronismo unido no puede hacerle frente.
En esa línea, la inseguridad, la economía (inflación, desempleo, etc) y la corrupción (impunidad) son temas en los que la gestión de Fernández fracasó. La última cuestión es siempre ajena para un peronismo que tiene tantas caras como sean necesarias, pero a las claras está que el vacunatorio VIP y la foto de Olivos no fueron un tema menor.
A la posibilidad de perder el control absoluto del Senado y el reparto de bancas en diputados se le suma el efecto provincial del cachetazo electoral. En noviembre se elegirán también cargos provinciales lo que puede implicar una nueva conducta de los gobernadores.
Por un lado, seguramente se verá afectada la relación en ambas cámaras del Congreso que los legisladores de las provincias mantendrán con el gobierno central y por otro, el planteo de la elección. ¿Y si los gobernadores ven que no le conviene el sello del Frente de Todos y vuelve a la famosa boleta del PJ con la cara de Perón y Evita? Indudablemente, al kirchnerismo le va a salir muy caro negociar con los gobernadores, especialmente los que tuvieron buenos resultados en su distrito. Ellos ya no necesitan el impulso de Alberto, Máximo y Cristina.
En este escenario, que se completa con un balanceo de poder en el conurbano entre oficialismo y oposición, Fernández se ve complicado en sus dos frentes: la elección y la relación al interior de su espacio.
A menos de 24 horas de la derrota, Cafiero y Guzmán ya suenan como los ministros que deberían dejar la nómina de “funcionarios que no funcionan”. Recordando a Luhmann, muchas de las debilidades que ha demostrado y se le han señalado a Fernández están estrechamente relacionadas con el origen de su candidatura a Presidente. Esta es otra de las consecuencias.