OPINIÓN
Milei, el conceptualista de la “nada”
Puede parecer maniqueo este título, más aún que pretenda hacer un “blend” entre política y arte. Sin embargo las coincidencias entre el movimiento estético y el ultra liberalismo pseudoanarquista tienen mucho en común.
Revisando la historia encontramos que Elsa von Freytag y no Marcel Duchamp fue la autora intelectual de la exposición del orinal que cambió para siempre la noción que se tenía acerca del arte, específicamente en las artes visuales.
Este objeto del “ready made” revolucionó en 1917 cuando fue expuesto en la Sociedad de Artista Independientes de Nueva York.
Así comenzó la metamorfosis artística que encontró defensores y detractores a su paso pero sí es cierto que abrió la “caja de Pandora artística” de los últimos cien años.
Las artes contemporáneas (Entiéndase “fuera de época o tiempo”) abrieron así un portal distinto para la visión y aceptación de lo que debíamos entender como “arte”... Y es así, más allá de las características virtuosas de estas nuevas manifestaciones, que habilitó a los advenedizos y al mercantilismo capitalista poder entrar de forma desfachatada en el mercado de las artes para pasar a dominarlo y marcar las nuevas reglas en lo que fue el devenir del siglo veinte y lo que llevamos del veintiuno.
El capitalismo contó así con todas las herramientas para apoderarse y proponer las nuevas tendencias y su objetivo último.
Comenzó entonces la validación de hechos artísticos o la presencia de obras y objetos en espacios que naturalmente los legitimaron. Lo testifican, por ejemplo, una banana pegada con cinta Scotch en la pared de una galería por el autor Maurizio Cattelan (año 2019) o las latas rellenas con 30 gramos de su propia mierda (año 1961) por Piero Manzoni.
Si bien la intención del artista (dicen, al igual que la “intención” de Duchamp con su orinal) fue satirizar el mercado de las artes, cierto es que esta expresión y otras similares justificaron recursos argumentales con los que se pudo formar a los nuevos curadores y marchands y así abastecer las nuevas galerías y espacios de exposición. (Analógicamente se podría concluir que Robert Oppenheimer no quería matar a alguien).
Sumadas a esta, la fuerza mediática colaboró, no carente de propósito, exponiendo razones con qué torcer y persuadir al productor de “arte” (el /la artista) para que generase obra fácil, cómoda e híbrida abriendo las puertas y la bienvenida al medio del arte definitivamente dominado por el mercado.
De esta forma el artista hacedor y su obra fue perdiendo peso a manos de otros que preponderaban la idea, generalmente descabellada, vistosa y “cool” pero perfectamente funcional a los intereses superiores mercantilistas. Esas son obras que provocan un efímero flash para desvanecerse sin dejar rastro o generalmente como un recuerdo apenas curioso.
Sabemos que el artista y su creación poco deciden hoy. Las prerrogativas están direccionadas por las curadurías, formadas en el “mercado”, titulares generalmente de galerías y por jurados de concursos de todo el mundo cuya premisa es valorar las manifestaciones conceptuales y no tanto las objetuales, formados pacientemente apuntando a estas finalidades.
Los artistas o por lo menos los que se creen inmersos en esta corriente, se expresan desde la “idea” trasluciendo conductas cómodas sumadas a manifestaciones perecederas y carentes de oficio, generalmente. Son los “creyentes” del “concepto”.
Hoy sé que la inducción a ese proceder fue y es la resultante de los operadores que habitan el universo del mercado del arte en el cual el público se va “educando” y formando con lo que ve. Puedo utilizar y parafrasear el precepto sartreano: “el gusto del público se construye con lo que le muestran”, y si lo que le muestran como arte es mierda de Manzoni su criterio será consecuente.
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También sabemos hoy que los artistas somos insignificantes herramientas en el circo del arte global.
Las estrategias artísticas se diseñan en estratos superiores para luego elegir a los portadores que representen la tendencia deseada. Maniobra propia (por ejemplo) de las grandes multinacionales diseñadoras de vestimenta italianas que deciden con un par de años de antelación qué color dominará la próxima temporada.
Las galerías son ahora las fábricas de artistas a pedido e irónicamente las responsables de estos espacios en los cuales, sus curadores, son los reales artífices ya que construyen tendencias e inducen al artista (en una guía “apenas sutil”) qué hacer.
Hace uno días en Davos (Suiza) el presidente argentino Milei, munido de conceptos inexplorados y terminantes manifestó, palabras más o menos su desprecio por la fuerza del trabajo y por la existencia del estado distribucionista como regulador de los excesos que él defiende.
Y es posible que se lo tilde de hiperbólico pero sí sabemos que este tipo de expresiones jactanciosas expresadas a nivel global abre las puertas y predispone al poder y la ciudadanía a normalizar posiciones extremas las cuales, una vez expresadas resultan naturalizadas y dispuestas a anidar en el inconsciente , incluso aquellas cercanas a la crueldad. Así hallamos a la pornografía financiera como vectores que desvalorizan a los trabajadores sumada a la propaganda explotadora en su publicidad más extrema.
Bueno alcanzaría con recordar que “el capital no “da” trabajo sino que es el trabajador quien crea al capital.
Cuando las expectativas del mercado son fundamentalistas y ese mercado es el que prevalece en la vida común del ciudadano cambian los paradigmas conocidos hasta ahora y se estandarizan conductas que hasta ahora parecían imposibles de aplicar.
Cuando Duchamp asestó el famoso golpe publicitario dio inicio a la desvalorización que se ha hecho de la mano de obra, el desinterés por las herramientas y el desprestigio de los oficios y del expertiz.
Sin dudas, la aparición del arte conceptual con su “desprecio” por las artes objetuales, ha sido direccionada y aprovechada ideológicamente por los intereses capitalistas que han promovido subliminalmente el desmerito del valor del trabajo. En las artes la idoneidad del artista es comparable a los medios de producción enunciados por Don Karl.
Las políticas actuales, bajo amenaza de la robotización o la quita de los derechos de los obreros, como sucede en Argentina, pretenden desprestigiar esta fuerza del trabajo que constituye, sin dudas, el motor imprescindible del poder de la modificación de la materia.
Y este “desastre” comienza coincidentemente con la creación de la máquina de vapor por James Watt y el consecuente advenimiento de la primera revolución industrial allá por mediados del siglo dieciocho y como consecuencia, las alienantes e inhumanas líneas de producción o producción en cadena universalizadas por Henry Ford.
Tal vez, Salvador Dalí, Anish Kapoor, Jeff Kuns o el mismísimo Cattelán han recurrido a terceros “trabajadores” para que les produzcan las obras seriadas que a veces ni supervisan pero sí generan sus mercancías para un mercado habido de “arte”.
Hoy la mayor parte de las expresiones artístico visuales se someten a la tiranía de la conceptualidad sujetas a las leyes del mercado consumista y banal.
El espacio ocupado por esta tendencia es un diseño de laboratorio que destila las mieles de la comodidad y la escasez de compromiso social, mayoritariamente.
El arte de entretenimiento y exclusivamente decorativo ganó el lugar a los conceptos de denuncia o que ofrecían conciencia crítica, aquellos que pretendían construir sobre los cimientos del conocimiento y los oficios otra sociedad, no ésta.
Creo que nada de lo que disfrutamos hoy es ajeno a las fuerzas del trabajo.
Ni los medios electrónicos, o los medios de producción actuales son posibles sin la concurrencia del conocimiento y la destreza fáctica de quienes transforman los bienes primarios.
Considero que la conceptualidad como tal ha sido funcional al capitalismo liberal destruyendo y/o desprestigiando las habilidades desarrolladas por artistas puristas y expertos que marcaron grandes hitos en la historia.
Sin dudas que la conceptualización en el arte abrió un espacio expresivo ínfimo que merece mi respeto y mi admiración ya que se distancia éste, de las sospechosas condiciones efectistas solicitadas por el mercado.
Mi criterio se centra en la utilización de estas tendencias obedientes para el establecimiento de poderes políticos dominantes y discriminadores que subvaloran y crean sentido negativo a las fuerzas de trabajo.
Las artes visuales han sido colonizadas por el poder no así otras manifestaciones artísticas.
La “visualidad” ha sido el talón de Aquiles, y la herramienta más idónea para llegar a construir tendencias consumistas en el público.
Con la aparición del “ready made” y el ícono “duchamp” surgieron consecuentemente detractores aunque, hasta el presente, ni las frondosas publicaciones y críticas, ni hoy, los medios electrónicos han podido desentrañar en análisis la subyacencia de la conceptualidad capitalista.
Generalmente se cae en juicios fútiles y carentes de contenido. Opiniones ocupadas por las características visibles, superficiales y hasta personales.
El artista (hoy todos somos contemporáneos) no tiene la libertad de crear lo que quiere y siente, o mejor dicho, podrá ejecutar, si es que pretende entrar en el mercado, lo que el mercado le exija.
El sistema mercantilista induce indefectiblemente al arte conveniente para las curadurías. ¿Tiranas? Estas ofrecen un arte de fácil percepción, funcionales a las bajas exigencias conducidas por los estándares publicitarios y de entretenimiento consumista que se traducirá en rentables gracias también a la inculturización programada del público y consecuentemente en el ciudadano votante.
Hoy se considera al arte conceptual el paradigma de la expresión estética sabiendo que su fatuidad es una pantalla para la distracción que el mercado ofrece habiendo colonizado a las artes en forma aviesa.
La fuerza del trabajo sucumbió ante las sirenas de la facilidad conceptual y sabiendo que desde el estado resulta más cómodo fomentar estas disciplinas ya que eximen al funcionario de turno a exigirse en conocimientos rectores o dignos de la superación cultural.
El pretendido Estado mileísta infrapresente parece tomar conductas del conceptualismo para desarrollar su táctica ya que estrategia parece no poseer.
La improvisación, la desvalorización de la experiencia político-democática, la invocación de argumentos propios de la fantasía y carentes de realidad y desarrollado para un público confuso y cuyo sentido ha sido construido desde hace tiempo, me lleva a concluir acerca del acierto y el peso que las artes provocan en la sociedad.
La conceptualidad ha sido lamentablemente una manifestación distractiva y convertida en una realidad carente de sustancia. Obediente a un sistema persuasivo avalado por los intereses económicos globales convirtiéndose en una herramienta para la construcción de un dominio estético ajenos a las fuerzas del trabajo. Estas son para el capitalismo de Milei un bien menor y en ese proyecto de desprestigio y menoscabo, el conceptualismo artístico es una herramienta fundamental para sustentar su éxito y la construcción de este nuevo sentido, diezmando el escaso poder de fuego de muchos artistas.
Parece condición histórica pero las metafísicas “Fuerzas del cielo” que invoca el actual presidente de Argentina se encontrarán en algún momento en antagónica lucha e inevitablemente con las fuerzas reales del trabajo.
Situar en presente los avatares de la coyuntura política es una obviedad.
Alguna vez llega a mí la expresión “historia líquida” y, al igual que “posmodernismo”, reconozco que me llevó cierto tiempo digerirla y poder encontrarle sentido.
Fake news y redes son territorios liberados en los cuales se puede manifestar todo. “Lo que pasa en las redes queda en las redes” aunque sepamos que no es así. Las palabras dichas en todo ámbito tienen su peso y si provienen del poder y si provienen del presidente de la Nación tienen trascendencia.
Siempre supimos que las artes eran producidas por artistas, personas que dominaban sus oficios en la máxima expresión. El arte manifestaba las diferencias entre el carpintero y el ebanista o el herrero y el orfebre.
Quienes hemos nacido a mediados del siglo pasado y veníamos con cierta inercia previsible, si bien convulsionada por guerras y conflictos o localmente con altibajos político-económicos, nos costó adaptarnos ( me sucedió así) a esta mirada de la realidad.
Desde el enunciado del “Fin de la historia” aportado por Francis Fukuyama allá por los noventas hasta el presente “Líquido” planteado por Zygmunt Bauman desde los años 50, sabemos que algo cambió y estoy seguro que si en un ejercicio de imaginación se intentase superponer transparencias en las que pudiésemos contrastar la esencia de nuestra condición estaríamos ante una imagen perturbadora y difícil de discernir por lo menos desde nuestra mirada previsible.
Milei tiene razón cuando dijo en Davos que occidente está en peligro. Y esta opinión del presidente debería alegrarnos en caso de concretarse. Él propone un anarco-capitalismo líquido para combatir al “malvado” progresismo.
El progresismo existe para protegernos como humanos convivientes y evitar que el mercado nos convierta en los primitivos animales que fuimos.
Debo preguntarme también si el trabajo manual está contemplado como progreso en esta realidad líquida como la tan ansiada distribución equitativa o si filosóficamente está relacionado con las capacidades bestiales y si la sociedad, en el futuro, nos dividirá en humanos de fuerza bruta como otrora y otros encapsulados en las redes y el mundo virtual digital y su nueva inteligencia artificial tan promocionada.
“Razas” discriminadas en verdaderos guetos sociales.
Por supuesto que las fuerzas del trabajo no han conformado grupos de linaje, situación que me condenaría (si es que la vejez y mi supervivencia me permiten perdurar) a “pertenecer” a la logia de los desposeídos y ser parte de la casta olvidada, aunque artista de oficio al fin.