Opinión
La teoría de la ventana rota
Es un concepto desarrollado por dos criminólogos (Wilson y Kelling) en el que sostienen que el deterioro físico y social de un entorno puede generar un ambiente propicio para la delincuencia y la descomposición social.
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La teoría se basa en la idea de que cuando una ventana se rompe en un edificio abandonado, si no se repara rápidamente, queda en evidencia la indiferencia no solo de la comunidad, sino también del Estado, por lo que incita a que se rompan más ventanas, y eventualmente el edificio entero se convierta en un lugar de abandono y delincuencia.
Si bien, por supuesto, esta teoría tiene sus detractores, al menos sirve para sentar algunas bases elementales que ayuden a estructurar el debate alrededor de los crecientes casos de inseguridad en nuestra ciudad. La delincuencia de "ventanas rotas" se refiere a los pequeños actos como la vandalización, el hurto, los robos, la violencia en las calles, que, si bien pueden parecer insignificantes por sí solos, generan un ambiente de desorden y delincuencia y, sobre todo, una sensación ya no de inseguridad, sino de impotencia y desprotección en los vecinos.
Justicia social
Mayra Arena, una consultora política que tomó notoriedad por una charla TED en la que abordaba el fenómeno de la pobreza ya no desde la perspectiva aséptica de algún instituto académico, sino desde las entrañas de un barrio donde nació y pasa sus días, contaba en una nota que uno de estos académicos fue a hacer una encuesta a su barrio consultando sobre el concepto de “justicia social” y fue grande la sorpresa que se llevó.
Varios de los vecinos de este barrio muy carenciado sorprendieron con su respuesta, ya que manifestaban enfáticamente estar de acuerdo con la “justicia social”. Lo curioso era que para ellos ese concepto no hablaba de la igualdad de oportunidades para garantizar que cada persona pueda desarrollar su máximo potencial, de la reducción de las dificultades a las que se enfrentan ni de la necesidad de facilitar el acceso a derechos fundamentales, sino que para ellos “justicia social” era cuando el barrio, ante la ausencia del Estado, se organizaba para hacer justicia por mano propia.
Es innegable la relación entre pobreza y delincuencia; si bien son índices que siempre se analizan juntos, eso no quiere decir que haya una relación directa de causa y efecto. Cualquiera que haya caminado por La Habana de madrugada sabrá que la extrema pobreza y la seguridad pueden convivir perfectamente, por dos razones fundamentales: el nivel de educación del pueblo y la inflexibilidad del Estado a la tolerancia con el delito.
¡Queremos seguridad!
Es el grito instintivo del ciudadano que se aferra con las dos manos al micrófono de los medios, más como una expresión de impotencia y desahogo hacia el vacío que con la esperanza de que alguien verdaderamente lo escuche y se ponga a trabajar.
El reclamo por la inseguridad se convirtió casi en un privilegio de clase, porque la idea del respeto a la propiedad privada como valor fundamental parece sacada de un libro de historia en muchos barrios de Tandil, donde hace ya más de diez años los vecinos, al igual que el experimento de la rana en agua caliente, han naturalizado la idea de que pueden ser víctimas de robos, toma de terrenos u ocupaciones de casas. Esa gente ya no grita.
La cuestión es que la ventana se rompió. Y mientras la policía, la justicia y la política discuten a ver a quién le corresponde barrer los vidrios y cambiar el cristal, la gran mayoría de los vecinos no se involucran por miedo a cortarse con los vidrios rotos. Oscar Newman, en su obra sobre “Espacios defendibles”, planteó la discusión respecto al sentido de territorialidad de los habitantes de un área urbana, sugiriendo que el delito era perpetrado en ambientes en que los residentes no podían ejercer un control sobre sus áreas. Para Newman, mientras la comunidad tuviera un mayor control sobre el área en que habita, existiría una mayor probabilidad de que los vecinos controlaran sus espacios, alejando así a potenciales delincuentes.
Conclusión
Según Wilson y Kelling, siempre hay una primera ventana que se rompe y es la que deja de manifiesto la indiferencia y falta de reacción tanto del Estado como de la comunidad. Fue por diciembre de 2021 cuando un grupo de vecinos organizados se movilizó hacia el municipio en reclamo porque un funcionario atropelló y huyó, dejando en el medio de la calle el cuerpo sin vida de un chico de 20 años en un suceso que nunca quedó del todo claro. La impotencia y el dolor se hicieron rabia y las piedras hicieron lo que los gritos no pueden cuando los oídos no quieren. Ese día se rompió la ventana. Todo lo demás es historia conocida.