La guerra dentro de la guerra
Everán (Armenia). – La orden de Donald Trump de replegar a sus tropas del norte de Siria y la consecuente ofensiva militar de Turquía contra los kurdos, primera minoría étnica del país, supone otra cuota de inestabilidad en Medio Oriente. El presidente Recep Tayip Erdogan decidió adueñarse de esa franja con el apoyo de brigadas árabes, antes enemigas del dictador Bashar al Assad, ahora amalgamadas en el Ejército Nacional Sirio, para neutralizar las amenazas contra su territorio de los kurdos, aliados de Estados Unidos, y facilitar el retorno de los refugiados sirios.
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¿En qué contexto estalla otra guerra dentro de la guerra? Arabia Saudita acusa a Irán de haber atacado sus instalaciones petroleras, pero no pasa a mayores. Israel ejecuta operaciones militares contra las filiales de Irán en Siria, Líbano, Gaza e Irak, pero también rehuye a una confrontación. Estados Unidos se aparta del acuerdo nuclear y aplica sanciones económicas contra el régimen de los ayatolás. Tampoco prevé ir más allá. En la guerra de Yemen, la coalición saudita procura repeler desde 2015 a los rebeldes huthis, chiitas apoyados por Irán. Una guerra por delegación entre las dos ramas del islam. Sólo en 2018 dejó 4.800 civiles muertos o heridos.
La luz verde recibida por Erdogan para deshacerse de los kurdos, tildados de terroristas por sus lazos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), contradice, en principio, su enfrentamiento con Trump por no haber deportado de Estados Unidos al clérigo musulmán Fethullah Gülen, al cual acusa de haber participado del fallido golpe de Estado de julio de 2016. Estados Unidos invirtió entrenamiento y armas en los kurdos, razón por la cual la decisión de Trump de despejarle el camino a Turquía no sólo cosechó reparos externos, sino también de miembros de su propio partido, el republicano.
Turquía recibió más de tres millones de refugiados sirios con la premisa de bloquearles el ingreso en Europa a cambio de dinero. Quiere deshacerse de ellos. Encontró en Trump un aliado inesperado. La guerra de Siria comenzó durante la Primavera Árabe, en 2011, y amenaza con prolongarse en tanto siga habiendo facciones en pugna. Atrajo cual imán contingentes militares extranjeros que terminaron librando sus propias guerras, como ocurrió con Turquía y Rusia. La diferencia radica en que no todos los actores dependen de elecciones o de reelecciones, como Trump y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.
Los kurdos, de raíces indoeuropeas, perdieron su territorio después de la Primera Guerra Mundial. Fueron aliados del Impero Otomano, predecesor de Turquía. Los del norte de Siria, región rica en petróleo, procuraron mantenerse al margen de la guerra. Assad naturalizó a 300.000 apátridas y retiró a sus tropas. Gestos interpretados como una señal de confianza por la cual, en 2013, el Partido de la Unión Democrática Kurda (PYD) proclamó una semiautonomía que iba a derivar, tres años después, en la creación de una región federal. Vital resultó el apoyo de los kurdos para derrotar al Daesh, ISIS o Estado Islámico.
La memoria es frágil. Las idas y venidas sobre el desenlace de Assad entre Arabia Saudita y Qatar, antes unidos, ahora enfrentados, después veremos, reflejan la facilidad de los países árabes y de los no árabes, como Turquía, Irán e Israel y, para crear amigos y enemigos en cuestión de horas. Por eso, como observa Robert Malley en la revista Foreign Affairs, la Liga Árabe es menos coherente que la Unión Europea, menos efectiva que la Unión Africana, más disfuncional que la Organización de los Estados Americanos y, agrego, más errática que Trump mientras Rusia vende armas al mejor postor. Entre ellos, Arabia Saudita, cliente de Estados Unidos.
(*) Periodista, dirige el portal de actualidad y análisis internacional El Ínterin, es conductor en Radio Continental y en la Televisión Pública Argentina.