Opinión
La cultura del pobrismo
En comunicación, cuando hablamos de narrativa, nos referimos al término utilizado en política para describir la manera en que una narración o interpretación de los hechos da forma e impacta en la comprensión de la realidad y, por ende, en la opinión pública.
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El ejemplo más sencillo es el del vaso medio lleno o medio vacío. La oposición dirá que la gestión fracasó ya que no fueron capaces de llenar el vaso, mientras que la narrativa oficialista dirá que aun, ante las dificultades planteadas, los obstáculos y un contexto desfavorable, lograron llenar ese medio vaso, y lo mostrará como un triunfo.
Otra estrategia, un poco más maquiavélica, es achicar el vaso para que la misma cantidad de agua ahora colme el nuevo recipiente o bien instalar que el vaso estaba lleno pero que alguien se tomó la mitad que falta. Las posibilidades son infinitas a la hora de formular una narrativa, ya que, como decía Nietzsche, "no existen hechos sino interpretaciones"
Cuando estas narrativas se sistematizan y sostienen a través del tiempo y de los sucesivos gobiernos, ya no hablamos de simples narrativas sino de "ingeniería social". Un mecanismo sostenido de estímulos para tratar de modificar aspectos de las relaciones de poder y la conducta o el comportamiento privado de las personas.
En los últimos años, hemos podido observar, en un principio con preocupación y ahora casi con naturalidad, cómo la "rana se ha ido acostumbrando poco a poco al agua caliente" y se ha instalado una narrativa sostenida de pobrismo que parece venir, no solo a justificar el avance real de la pobreza sino a hacer un culto de ella, una extraña reivindicación del, ya no medio vaso lleno, sino del vaso vacío.
Cuando la pobreza no solo se naturaliza sino que se resignifica como valor, empieza a convertirse en un "commoditie" de la política, un insumo básico para ganar elecciones. Y, por ley de mercado, como cualquier industria, no es extraño primero que el negocio escale y luego que se perfeccione e incorpore por ejemplo estrategias de marketing. Tal es así que aparece envuelta en packagings cada vez más atractivos, como "resistencia" o "lucha", convirtiendo así la pobreza ya no en un lugar de donde salir, sino al cual reivindicar como valor identitario.
Esta construcción de identidad suele materializarse a través de la exaltación de ciertas figuras que representen estos valores. Mayra Arena, afirmando que hay una corrupción buena, ya que "roban pero hacen". Pitu Salvatierra, jactándose que, a diferencia de los laburantes en el 2001, no se dejó robar por los bancos, sino que fue él quien los robó. Y luego, a través de la cultura y la música, los ejemplos son cientos que exhiben a través de sus letras, por ejemplo, una apología directa a la delincuencia.
Ahí es donde surge la necesidad, como decía Maquiavelo, de construir al enemigo que se toma el vaso de agua y entra en juego la vieja y confiable narrativa marxista de "los pobres contra los ricos", un cliché que alimenta la división y el resentimiento, alejando los valores del trabajo, la honestidad y la superación que históricamente han caracterizado a nuestra sociedad y además desviando la atención de quien verdaderamente se toma el vaso de agua: el Estado.
El empresario, el emprendedor o el simple laburante, que se ha desarrollado y tiene gente a cargo, es señalado como un capitalista opresor y culpable de todas las desgracias, cuando en realidad es el Estado quien fracasa a la hora de encontrar mecanismos eficaces de distribución. Lo paradójico de esta narrativa es que se enaltecen figuras como Grabois, un chico bien nacido en San Isidro, con cuidadoso look desaliñado, mientras que se tilda de desclasado al Kun Agüero, quien debiera ser un claro ejemplo de cómo superar la pobreza gracias al esfuerzo.
El desafío radica en construir narrativas que se opongan a esta cultura del pobrismo y promuevan una visión que incluya dentro de su discurso la importancia de la educación, el trabajo y el valor de las oportunidades que permiten a las personas superar sus circunstancias. Es crucial que el discurso político no solo responda a las realidades del presente, sino que también invite a la sociedad a hacerse cargo de construir un futuro donde los valores del trabajo y el esfuerzo sean restaurados.
La derecha deberá aprender que la pobreza no es solo una variable económica, sino un constructo social, y que no hay progreso posible si esa matriz de pobrismo cultural no se combate debidamente con una nueva narrativa que invite a mejorarnos como individuos para así crear una sociedad y un Estado mejor y más eficiente.