ENFOQUE
La casta, los herederos y la Ley de Don Isaac
La trilogía, herederos / cipayos / oligarcas ha permanecido unida por siempre desde que se fundó este lugar que habito llamado Argentina. Son a la vez sustantivos y adjetivos, y en cualquiera de sus formas, precisos.
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Injusta, racista y clasista, la “patria” ha injuriado a su población en toda su historia de las más diversas formas. Genocidio de originarios, golpes militares crueles, desaparecidos y niños robados en los `70, bombardeos en la Plaza, peones esclavizados en estancias, etc., etc., etc.
Hoy, octubre de 2023, a horas de un acto eleccionario que puede cambiar la cotidianidad de nuestras vidas, puedo reconocer que el desquiciado candidato de derechas extremas ha fundamentado su precario discurso instalando el término “casta” hasta el hartazgo haciendo de él su ariete.
Aunque remanido ya por su repetición, el término no deja de tener entidad al igual que muchos de los tópicos que aborda.
No caben dudas que, aún con su caricaturesco estilo, dentro de su fárrago de disparates y atrocidades acierta en tocar las fibras reaccionarias de los embroncados y desclasados.
Habla exclusivamente de la casta política argentina pero como suele decirse hoy: Digamos todo, ¿cierto?
Utilizar la palabra casta no debería acotar al discurso con exclusividad del ámbito político argentino en este caso.
Pero recorramos la historia.
Castas hubo siempre. “Castas” en la tierra de Gandhi, que divide en estratos inamovibles, aún hoy a ricos y pobres miserables, o las “castas” coloniales americanas o todas las castas económicas o monárquicas “around the world” que nos confirman que los únicos privilegiados son los ricos. Y no los niños.
En mi pais existen castas añejas. La casta militar, la casta judicial, la casta eclesiástica, ahora también la casta evangelista, la casta sindical y la casta financiera, entre otras.
La tercera ley de Newton dice que a toda acción le sucede una reacción de igual intensidad pero en el sentido contrario.
Así se comprende por qué incendiaron medio Estados Unidos cuando el policía Derek Chauvin asesinó a George Perry Floyd Jr. en Minneápolis, allá por el año 2020.
Así se comprende el octubre ruso de 1917 contra el Zar Nicolás II.
Así se comprende por qué los habitantes de Mali flamean la bandera propia junto a la de la Federación Rusa y no la de la Francia que los explotó desde 1895 robando sus riquezas hasta no hace mucho.
Y así se comprende el 17 de octubre de 1945 en Argentina.
La respuesta es simple, sucede la reacción a un hecho generalmente opresivo del poder autoritario contra el débil.
Don Isaac no imaginó que su ley iba a explicar tanta maldad.
Doña Eva, Evita, olfateó la soberbia de las/los cogotudas/os y, con su poder provisorio actuó y alcanzó a grabar a fuego su reacción en las clases oprimidas.
Sí, en escasos siete años pudo torcer el brazo de los explotadores herederos. Siete años para eternizar la reacción justa y convertirse en prócer. Ella sí entendió de qué se trataba.
Don Isaac y su puta ley explicaron entonces las miserias que la humanidad ha padecido desde otrora hasta hoy.
La grieta fue generada sin dudas por las grandes herencias y la más cercana reacción es la presencia, combatida desde siempre, de un Estado Distribucionista fuerte, que intentó hasta hoy (hasta hoy) equilibrar esas obscenidades repartiendo en un 50/50 la fuerza de trabajo y el capital.
Bicho raro el heredero. No se inmuta ante el hecho de no merecer lo que tiene. No sienten culpa y saben que la naturalización de esa injusticia los hace acreedores de bienes no conquistados con trabajo.
Es obvio que cuando uno narra es presa de la autorreferencia que algunos escritores se esfuerzan en disimular, yo no.
La eterna pregunta que rondó mi inocente cabecita desde aquellos cinco años de edad fue: ¿Por qué el hijo del estanciero de la loma de Mitre (en la esquina de casa, por la misma vereda) tenía una bici Legnano plegable nuevita pintada de dorado a fuego y un autito a pedales y yo no.
Pasaba en su bici por la puerta de casa pavoneándose sobradoramente con su bien y nunca saludó. Creí, en un principio, que yo padecía de envidia, esa que me había descrito la catequista de la iglesia Del Cármen. (sita a la vuelta de casa). La misma señora (rara) que me repetía que dios era justo y debía yo quitarme esos pensamientos y aceptar la realidad como se presentaba con cristiana resignación.
Mi vieja y mi viejo laburaban todo el día y apenas subsistíamos.
¿Por qué sesenta metros de distancia nos separaban existencialmente proyectando holgura para uno y necesidades para otro (la mía)?
Él había nacido y también yo. Dos humanos con distintos derechos. Él era ya heredero y su padre también lo era al igual que su abuelo estanciero.
Sería el año 1964 y me preguntaba ¿es justo? ¿por qué nació con ventaja? ¿Y los derechos humanos? ¿Es verdad que somos todos iguales los humanos?.
No tardé mucho en darme cuenta de la realidad, mas no de la verdad. Hay hijos y entenados. Hay herederos y explotados.
Leí sobre anécdotas y hechos curiosos.
En los primeros años del siglo XIX, en la Argentina pos colonial, las familias pudientes contaban con niños, “usados” como coscorreros. Explico: Esos niños negros o criollos recibían los golpes que debían ser para los hijos ricos de modo tal que éstos “sintieran” lo que podría sucederles si se portaban mal.
Hoy vemos idénticas situaciones más distantes por Tik Tok o por Youtube, ya que se puede ver sufrir a los niños de manera menos presencial que en aquellos días en que Don Rivadavia y Rosas le regalaban tierras a sus amigotes. Enfitéusis, se llamó.
Hago referencia a la herencia que compete a los recursos económicos y materiales que son transmitidos del propietario a sus descendientes. Los bienes heredados otorgan ventajas que posicionan a la prole, y así pueden acceder a situaciones beneficiosa de vida asegurando su futuro económico con ventajas sanitarias, habitacionales, alimenticias, judiciales y placenteras.
La mayoría de los oligarcas profesan religiones que castigan o por lo menos observan la acumulación de riqueza y condenan al egoísmo. Basta citar al mesías de los escritos bíblicos cuando se refiere a la parábola de la aguja y el camello.
Habría que preguntarle al inventor de la Ley de la Gravitación Universal si lo que viene a hacer el porrudo díscolo de moda, virgen político y candidato es la reacción a la reacción popular o la vuelta a la pérfida acción.
¿Será algo así como una contrarreacción que nos quite derechos, que destruya, según promesa, a grupos políticos progresistas y hacer que los viejos sean menos longevos y no tan onerosos para la “patria”?
Inmersos en su oxímoron, los herederos continuarán dando recetas meritócratas y acumulando.
Lo que no evaluó Isaac es que una cosa son las ciencias duras y otra muy distinta es la condición humana. Una cosa es ver caer una jugosa manzana y otra es explicar la existencia del ku klux klan.
La historia nos cuenta que la reacción nunca fue proporcional a la explotación.
La física es una cosa pero el egoísmo es un valor más potente que la masa, que la ley de la gravedad y más peligroso que los agujeros negros.
Alguna vez me pregunté si el egoísmo de los grandes herederos era una reacción psicológica defensiva e inconsciente que eclipsare la culpa inicial por recibir tremendo regalo sin hacer nada.
Tarde me di cuenta que el sentimiento más fuerte del rico radicaba precisamente en el placer que siente al ejercer la diferencia.
Estamos a horas de votar y que, según las pitonisas, el poder cambie de mano y el horizonte del laburante se torne oscuro y en corto tiempo vivamos en clima de represión, de excesos e injusticias repetidas.
Nos quedará un último recurso que es atinar a desempolvar en vano el “invento” de Newton y así intentar reaccionar y protegernos o, ya vencidos y sin hálito balbucear en un rincón que (parafraseando a Nietzsche) “Don Isaac ha muerto”.