Opinión
Inflación, el precio injusto
El puchero es una comida típica peruana que se cocinaba desde la época inca. Con el paso del tiempo, llegó a ser el plato que más se consumía en el Río de la Plata. La única diferencia entre los pucheros que preparaban las familias patricias y los que cocinaban las menos acomodadas, era que las primeras usaban carne de gallina.
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Con el paso del tiempo, el puchero se convirtió en patrimonio de las clases populares ya que combinaba productos económicos con restos de la comida del fin de semana. El de la abuela, el del bar de la esquina, en porciones individuales en algún restaurante; millones de pucheros han alimentado a la clase trabajadora argentina a lo largo de todos estos años.
En invierno, a doña María le encanta hacer el puchero con chorizo, pero no lo prepara tan seguido. No porque no le guste, no le gusta el precio del chorizo. Ni el del pollo. Ni el del cerdo. Doña María está enojada.
El carnicero que le vende la carne a doña María prefiere el puchero de su abuela sin chorizo, pero con mejores cortes de carne que un simple osobuco. Él también está enojado. Y preocupado por el precio de la luz. Dice que todo es culpa de Putin.
Para Marcelo la culpa es del gobierno. Él también está enojado. No le gusta el puchero, pero vende las cacerolas que usa María para hacer puchero con chorizo para sus nietos. Además del precio de la carne, las verduras, los embutidos, la luz, el gas, otra cosa que aumentó es el precio del metal. Marcelo hace meses que no vende cacerolas. Ni sartenes, ni planchas, ni nada.
Sin cacerolas, por el precio del pollo, de las carnes, de los embutidos y de las verduras, los nietos de María se preguntan: ¿Qué pasará con los pucheros cuando vuelva el invierno? ¿Se convertirán en un artículo de lujo?
Ana Laura y su familia trabajan de lunes a domingo. Hace cuatro años cumplió su sueño de tener su propio restaurante. Se levanta temprano y cuando a la noche se va el último cliente prepara todo para el día siguiente. Pandemia mediante, además de pagar todos los costos, el restaurante le permitía a ella cobrar su sueldo, a su pareja cobrar el suyo y a su hermana, que también trabaja en el negocio, cobrar otro sueldo.
Desde que arrancó el año los productos que ella compra todos los meses vienen con aumentos. Al principio manejó la situación incrementando los precios del menú. Como la clientela entendía y acompañaba pudo sobrellevar el boliche por un tiempo. Pero, como en Argentina todo es susceptible de empeorar, paga de luz y gas entre el doble y el triple de lo que estaba acostumbrada. A fin de mes ya no le queda nada de beneficio para su bolsillo. Tampoco para su pareja. Ambos decidieron dejar de cobrar su sueldo para ayudar a que las cuentas del negocio cierren. Cenan en la casa las sobras que quedan de los platos que arman en el restaurante.
Su restaurante ya no le da para vivir. Lejos de tirar la toalla, Ana Laura es una persona orgullosa que no pierde la ilusión de reflotar su negocio y lo va a intentar una vez más. Una nueva oportunidad que se da a ella y al país sabiendo que, si para marzo del 2023 no logró conservar gran parte de su clientela, aumento del menú mediante, deberá cerrar la persiana.
Problemas como los de Ana Laura son tristemente comunes para muchos comerciantes, emprendedores y trabajadoresargentinos que, como Eliseo, no ven un aumento de sueldo desde marzo pasado.
A diferencia de Tomas “Toto” Massa, que con sus “17 años” y por culpa de Twitter no puede “emocionalmente seguir adelante” con sus coberturas en Qatar para Mundo Selección, una plataforma ideada por y para la AFA, Eliseo y Marcelo no se resignan. A sus 50 años Ana Laura tampoco. Hace malabares para no dejar en la calle a las familias que viven de su negocio y sigue trabajando de lo que le apasiona en la vida pese a que muchos se empeñen en arruinarle su sueño. Un sueño mucho más justo que día a día se esfuma por culpa de la inflación.