Opinión
Gire a la derecha: dirección obligatoria
Lo que hace ya varios años venía transitando por las alcantarillas de la opinión pública, hoy parece emerger a la superficie para el espanto de una clase política que no para de asombrarse y repetir: "No la vimos venir".
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En los últimos meses se ha materializado en forma de gestos, actos simbólicos y acciones políticas un notable giro a la derecha que vino a disputarle la hegemonía del relato a una izquierda progresista que durante 20 años se ufanó del monopolio de la autoridad moral y política para definir el bien, el mal, la justicia (legitima y la que no), los derechos humanos, los héroes y los villanos, etc.
Este dispositivo gramsciano, que bien supo interpretar Laclau, a la medida del kirchnerismo, lentamente se fue desprendiendo de las ropas del peronismo.
Encontró su renovación ya no en las demandas genuinas de sus bases, los trabajadores y los barrios, sino en una agenda global que, a pesar de miles de millones invertidos en tratar de instalarla, solo tuvo pregnancia en una minoría principalmente universitaria y de izquierda, que como siempre intenta imponer al resto su manera de ver el mundo.
Sin darse cuenta, se alejaron del sujeto político por definición del peronismo.
En las villas no se habla con la "e". Los matrimonios son predominantemente heterosexuales y es una bendición si ambos pueden encontrar trabajo, de lo que sea. No parece ser un tema importante la cuota de género.
Las familias son más numerosas, por lo que tampoco pareciera ser una preocupación la superpoblación mundial, el cambio climático ni la emisión de carbono. No por irresponsabilidad, sino porque digamos que hay algunas prioridades un poco más importantes, como el trabajo, la salud, la educación y la seguridad, que según parece tantos años de justicia social no pudieron resolver.
Lo que para el progresismo es la "ultra derecha", en la praxis solamente se trata de gobiernos que se ajustan al sentido común de una gran parte de la población. Estos líderes simplemente han capitalizado un sentimiento también popular, incluso me animaría a decir mucho más que lo que la izquierda denomina como "popular", que para ser franco es bastante elitista.
Este gran "populus" que la izquierda parece ignorar, no es que hayan estudiado a Friedrich Hayek, Edmund Burke, Carl Schmitt o Alexis de Tocqueville, sino que intuitivamente llegan a la conclusión de que si el Estado es tan importante como para quedarse con el 50% de sus ingresos e involucrarse en sus hábitos de consumo, su ideología, alimentación, sus vínculos y sexualidad, debería primero, cumplir con lo básico: salud, educación y seguridad.
Si no hubiese opresión y síntomas de totalitarismo, no habría pregnado la palabra "libertad" y, si tampoco existiera una élite gobernante que a través del nepotismo coloca a familiares y amigos en el poder y monopoliza el acceso a la política, dificultándolo a través del sistema de los partidos tradicionales, no hubiese calado tan fuerte la palabra "casta" de manera transversal.
Por eso, las próximas elecciones presentan tres caminos narrativos posibles por transitar para los candidatos: girar a la izquierda por un carril casi único, sin proyecto de poder, y atender a un nicho mayoritariamente universitario y de clase media bien.
El camino del centro, congestionado y confuso, donde las líneas ideológicas que marcan los carriles por momentos se entrelazan de tal manera que resulta muy difícil diferenciarlos. Todos estos, se funden en una gran masa amorfa de dirigentes que, sin el peso propio necesario para asumir el riesgo de la polarización, apuestan a que una postura moderada les garantice aunque sea la renovación o el acceso al carguito.
Y por último, un camino mucho más incierto y vidrioso, pero por ahora poco transitado. En medio de la polarización actual, este camino tiene el potencial de resonar entre aquellos que buscan una identidad colectiva que resista el regreso de una narrativa setentista que algunos sectores de la izquierda intentan instalar.
Un camino que termina ahí donde los mansos, los silenciados, los oprimidos y los defraudados esperan masticando bronca que alguien, por primera vez, levante sus banderas. Pero para eso hay que tomar el camino difícil; girar a la derecha como dirección obligatoria.