OPINIÓN
El voto bronca y la bestia distópica
* Por José Rossanigo
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“Bronca” es un término que usamos mucho en nuestro trato coloquial. Podemos definirlo como enojo, enfado o irritación, aunque creo que esa palabra no puede ser reemplazada por estos últimos.
Bronca es bronca. Y cuando la padecemos adelantamos el maxilar inferior al pronunciarla, arrastrando la erre y la o y produciendo un sonido parecido al mantra “om” o el amén de los católicos aunque el sentido de esta vibración es antagónica a las deseadas por los creyentes.
La bronca es como una leve emoción violenta que cargamos cuando nuestros deseos se nos niegan y puede durar instantes pero no mucho más, luego cambia de condición y el término muta a otros vocablos.
Hace unos días, y a decir del sorprendente resultado que favoreció al candidato ultraderechista y paralibertario, todo el espectro político, la derecha, la izquierda, peronchas y macristas, periodistas y opinadores, panelistas, sabias e idiotas, anarquistas y chupacirios coincidieron en denominar al fenómeno como el triunfo del “voto bronca” . Así sentenciado y confirmado por todos, no deja lugar a interpretaciones.
Uno puede describir a los votos por categorías. Ejemplos: Viscerales, oligárquicos, gorilas y añejos, votos antikirchneristas, voto zurdo antisistema y masturbatorio, el voto socialista de los socialistas que se regodearon y festejaron el golpe a la Perona y el voto peronista cómodo y con la ceguera pertinente hacia algunos compañeros corruptos. Es común asegurar que todos los políticos lo son por acción u omisión, si nos ponemos puristas democráticos. Aunque olvidamos decir que todos somos un poco corruptos también y por ello aceptamos y naturalizamos esta condición con tanta facilidad y carencia de culpa o de juicio.
Lo somos y todas las religiones elaboraron un catálogo de más o menos diez o doce pecados entregándonos adjuntamente los “tips” para redimirlos y saldarlos, siempre por categorías de gravedad, y si de algo nos solazamos los pecadores, es cuando recibimos las sanadoras indulgencias.
Sabemos que la corrupción es una norma asumida y convive mansamente con nosotros, los argentos.
La aceptamos, la naturalizamos pero si auscultamos en las estadísticas universales podremos descubrir que no gozamos de esa exclusividad. Hasta en los paradisíacos países nórdicos, cuna del vikingaje, existe también y nunca es cero. Vaya decepción para el/la Sr./Sra. vecina/o comparador/a de virtudes extranjeras.
Es cierto que el voto bronca es tan válido como cualquier otro, aunque sí, convengamos, es el más irreflexivo. También podrá argumentarse que lo es el voto peroncho, interpretado por los gorilas o el voto oligarca y careta visto con ojos justicialistas.
Voto pasión, voto odio de clase o voto “bolsillo” es un voto y punto. El voto es soberano a pesar de los que se sueñan encima, pensando en el absurdo debate acerca del voto calificado.
Entiendo que el sufragio con tradición es, a pesar de contar con sus odios respectivos, el de poseer el mayor respeto por su constante y añeja apreciación.
Voto gorila, peroncho, trosko o el de los que ahora se doblan radicalmente son resultado de voluntades con tradiciones meduladas a pesar de sus pecadillos intrínsecos y longevos.
Desde mi punto de vista el voto bronca puede aceptarse una vez, para las previas por ejemplo y soslayar esa licencia, pero en una elección definitiva posterior, lo considero imprudente. Dependemos de la voluntad de votantes que pretenden justificar su posición respondiendo a una emoción violenta.
Es posible que un gran sector de las personas que eligen a la ultraderecha libertaria canina, como opción, lo hacen por convicción. Pero queda ese segmento de votantes que lo hace de manera banal y como consecuencia nos convierten a todos los ciudadanos en víctimas directas de su enojo pasajero. Son reacciones viscerales que se transforman en venganza.
El acto del sufragio debería ser el acontecimiento más honesto y responsable desde la visión ciudadana. El voto es el vector de las mejores y peores acciones de nuestro inconsciente. Tan importante y peligroso como ello.
El voto bronca es el más perverso por su irresponsabilidad implícita aunque es la penosa condición que atraviesa y perfora a la opinión pública hoy.
El voto venganza, aquel que se emite gritando “que se vayan todos…” es paradójicamente el voto que daña también al que lo emite.
El emisor elige a su propio verdugo y así la bestia parida como una curiosidad circense por aquel operador mediático podría gobernarnos con actitud hiperbólica y discriminadora y decidir, por mandato de los “enojados”, el destino de todos nosotros.
Creo que algunos de sus anuncios son excesos publicitarios, exageraciones imposibles de ejecutar aunque otras, no menos graves, sí podrán ser factibles por naturalización mediática.
Ese pequeño porcentaje de votantes con bronca ejecutará la peor entrega que se hará de nuestro país y su gente.
Cumplirán con el sueño de una patria preperonista, o pre irigoyenista, si lo prefieren.
Menos salud, menos educación, explotación laboral, indigencia en los mayores, sin indemnizaciones, sin jubilaciones a los pobres, sin aguinaldo, sin medicamentos, sin clase media y con pocos ricos glotones y muchos pobres famélicos en un país de Estado mínimo y con empresarios opulentos.
La bestia está cerca y la generación de cristal, que se da el lujo de votar con indiferencia será involuntáriamente nuestra ejecutora. Un voto culposo, no doloso, pero dañino al fin.
Sabemos que la acumulación de poder y bienes es inversamente proporcional a la existencia de derechos y también que la política argentina es lo que queda de la resta entre el ideal y el carpetazo.
Los politólogos y encuestadores afirman que el cincuenta por ciento del voto “bronca“ es irreflexivo y acertamos al pensar que un sexto de los ciudadanos votará bajo esta premisa conociendo que en tan ajustada contienda electoral toma una importancia extremadamente determinante.
Cerca de cuatro millones de votos serán emitidos sin mesura y con bronca, quedando todos nosotros en manos de esa emoción violenta.
Este texto no es una ucronía, sí parece un relato distópico si lo aíslo de la coyuntura, aunque nadie podrá asegurarlo cuando a partir de diciembre pueda gobernarnos el dueño del actual mayor tercio.
Cuando chicos nada sabíamos de metáforas ni que la esposa de Lot se convertiría en sal al mirar hacia atrás cuando huía de Sodoma pero la sabiduría que expresaban los viejos con dichos simples, sí la entendíamos.
Escéptico por naturaleza me permito desconfiar de los honestos que gritan a viva voz su honestidad y pretenden no echarle un vistazo a sus pasados y pregunto si los libertarios no serán “opresarios” encubiertos que manipulan y aúllan trivialmente la palabra libertad.
Quienes creen que la bestia bajó de una estrella de jade les cuento que está preñada de máculas y es tan impuro como cualquiera de nosotros.
“Mirá vos, mi techo nomás tiene goteras” retrucaba el viejo Rodríguez, puestero y sabio, cuando con mis jóvenes quince pretendía hacer gala de mi pureza, señalándole sus yerros.
Todos tenemos un “muerto” en el placar aunque en el CV de los libertarios no constan porque los escondieron de a miles hace como cuarenta años.
Fueron muertos reales que no pudieron votar más, víctimas de la indiferencia, el odio y de las broncas urgentes, allá por los años setenta.
Si miramos atrás no veremos a Sodoma pero tampoco el paraíso. Veremos a la Argentina y su pasado, un poco injusta y otro tanto bella.
Pero, despojados de esa bronca, les aseguro que no nos convertiremos en figuras de sal como Edith, seremos sí ciudadanos menos injustos.