El otro muro de Trump
La guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene una faceta inquietante. La del muro que pretende levantar Donald Trump frente a la red de internet de quinta generación o 5G. Sigue la lógica de los chinos, en realidad. La Gran Muralla, construida y reconstruida por varias dinastías durante más de un milenio, tenía como fin proteger al imperio de los ataques de nómades provenientes de Mongolia y Manchuria. La emergencia nacional dictada ahora por Trump frente a los afanes de la compañía china Huawei responde al mismo criterio: resguardar los intereses de Estados Unidos en vísperas de la cuarta revolución industrial.
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Todo muro tiene un fin defensivo. El de Trump frente a México, una de sus obsesiones, intenta persuadir a los inmigrantes de ese país y del Triángulo Norte de América Central (Guatemala, Honduras y El Salvador). El otro, el tecnológico, procura frenar el predominio de China en el mercado de las telecomunicaciones. El inminente desarrollo de una nueva generación de internet, más expedita y eficaz, representa para Trump “una carrera que Estados Unidos tiene que ganar”. Textuales palabras sobre un asunto que considera de seguridad nacional ante la posibilidad de que Huawei sea espía del gobierno de Xi Jinping.
Xi reforzó su poder en el XIX Congreso del Partido Comunista, de 2017, con la misión de impulsar el renacimiento de su país. El eslogan Made in China 2025 contrasta con el de Trump, America First. China, miembro de la Organización Mundial de Comercio (OMC) desde 2001, presume que se trata de “un ataque contra el orden liberal”. Destila capitalismo hacia el exterior, pero conserva en casa su muro de censura y de control de las personas. Sobre todo, el control digital, con acceso restringido a sitios web usuales en otros confines. En el país más poblado del planeta pocos conjugan el verbo googlear.
El arresto domiciliario en Canadá de la vicepresidenta e hija del fundador de Huawei, Meng Wanzhou, en espera de ser extraditada a Estados Unidos bajo el cargo de haber violado las sanciones contra Irán, supuso otro capítulo de la guerra tecnológica. Ocurrió el mismo día del G2 dentro del G20, la cumbre de diciembre entre Trump y Xi en Buenos Aires en la cual acordaron una tregua de tres meses. Esa tregua era por la suba mutua de aranceles a los productos importados de ambos países. Disimulaba la otra. La de fondo, la tecnológica.
China le pidió ayuda a la Unión Europea ante el riesgo de que sus compañías pasen por un trance similar. Huawei, una suerte de marca país, compra componentes y servicios en Estados Unidos, cuyas firmas también se ven afectadas. Lo de Trump tiene como precedente una declaración del Congreso en 2012: republicanos y demócratas tildaron entonces de amenazas para la seguridad nacional a Huawei y a otra compañía de telecomunicaciones china, ZTE, porque “es imposible garantizar que sean independientes del gobierno chino”. Exponían entre sus fundamentos prácticas comerciales desleales, como el robo de la propiedad intelectual.
El esfuerzo de China por imponer la red 5G, apetecible para las compañías europeas que compiten con las norteamericanas, plantea un desafío. Que Estados Unidos deje de compartir información de inteligencia con Europa ante la sospecha de ser espiado por China. Una ventana para el terrorismo. Bytes en lugar de bombas, cual Guerra Fría con muros en versión digital. El primero de la historia pudo ser el construido por orden del emperador romano Adriano en el norte de las islas británicas para preservar a los suyos de las tribus de pictos (caledonios). Transcurría el año 122. Poco ha cambiado, excepto la contraseña del wifi.
(*) Periodista, dirige el portal de actualidad y análisis internacional El Ínterin, es conductor en Radio Continental y en la Televisión Pública Argentina.