Opinión
El odiador eres tú
Habían pasado menos de 24 horas. La bala que afortunadamente no puso en jaque la democracia seguía trabada en la recámara de la pistola Bersa. Todavía no se sabía absolutamente nada sobre la vida del atacante que gatilló dos veces a cincuenta centímetros del rostro de Cristina Kirchner. Se desconocían los medios con los que se informaba, si usaba redes sociales, si arrastraba problemas psiquiátricos con origen en su pasado personal, si militaba políticamente o formaba parte de algún grupo extremista. Y, sin embargo, en medio de un mar de dudas y conmoción social, el kirchnerismo ya tenía un culpable: los mensajes de odio.
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No había pasado ni un día de ese hecho trágico que, en un acto partidario y tristemente previsible, el tratamiento de ese tema ya se resumía en una lógica de gobierno versus oposición. De buenos contra malos, de “ellos” contra “nosotros”. La memoria selectiva con la que se manejaron los que estaban en el palco desde el que leía Alejandra Darín reflejó lo que ya se sabía. El odio no es para ellos un problema sino su fuente de sentido.
El trágico hecho comprobó, entre otras cosas, que la indignación colectiva no necesita de información cierta o profunda, sino sólo de las condiciones necesarias para que esa reacción sea constituida en una reacción activa.
Después de un mes en el que oficialistas y opositores no hicieron otra cosa más que hablar de Cristina el kirchnerismo en su conjunto eligió seguir apuntando a la confrontación. Fue el cierre de un show absurdo que se desarrolló durante poco más de tres semanas. Un show en el que el ajuste que implementa el Gobierno no tuvo épica, pero la persecución y la victimización sí.
En ese contexto tomó más fuerza la idea del oficialismo de regular el discurso público para terminar con los agentes del odio. Esa idea se vuelve vulnerable cuando se recuerdan videos de Luís D’Elía pidiendo que se cuelgue a Macri en la Plaza de Mayo, o a Hebe de Bonafini pidiendo que las pistolas Taser se prueben con la hija del ex Presidente.
El kirchnerismo tuvo en la puerta del área chica la oportunidad de meter el gol que lo hubiera convertido en el nuevo jugador democrático y responsable institucionalmente. El Presidente, “hijo del Estado de derecho” que más de una vez en pandemia soñó con verse en el espejo de Alfonsín, tuvo la chance de reunir nuevamente a oficialistas y opositores, de convocar a la unión nacional en pos de la paz social. El peronismo, tuvo la ocasión de remediar meses de errores y enfrentamientos entre propios y ajenos. El Gobierno tuvo, llegado el caso, la oportunidad de desarrollar a gran escala lo que rápidamente ejecutaron los jefes de los bloques del Senado. Optó por apuntar contra los medios. Aún peor, lo hizo literalmente con una nota de la agencia de noticias estatal, Télam.
En esta inspección sin pausas que se desató en los últimos días de controlar qué se dice y qué se piensa, una reconocida periodista pidió prohibir las infografías de los medios. Palabras más palabras menos dijo en su programa de radio que los gráficos, insumos visuales clave para entender qué pasó con el arma y porqué milagrosamente no ocurrió una tragedia, no hacían más que educar a la gente para que el próximo tirador no vuelva a fallar en su cometido. Da miedo pensar cuál será su reclamo cuando descubra que algunas armas se hacen a domicilio, con impresoras 3D.
Penalizar la expresión es un riesgo para la democracia. Argentina tiene por delante meses dificilísimos para la libertad de prensa y para el derecho de los ciudadanos a estar informados.
Decir que un periodista o un medio de comunicación tienen la culpa por difundir una información de interés público o emitir opinión alguna es desconocer el espíritu mismo de la vida en democracia. Los funcionarios y dirigentes del oficialismo que con el pretexto de combatir los discursos de odio los promueven y vinculan a distintos periodistas con un hecho totalmente repudiable, no hacen más que alimentar una escalada de consecuencias imprevisibles.