Opinión
El día del final: ganó la democracia
“Ya viene, ya viene, el día final, Señor (Dios) danos otra oportunidad (...) Señor, no destruyas la Humanidad (...) Señor, no permitas que esto acabe tan mal…”. Así, con un canto gregoriano que emula una misa en la que unos monjes quieren impedir la llegada del anticristo a la Tierra, empieza una de las mejores piezas de Les Luthiers que salió a la luz en los últimos años de actividad del grupo, cuando aún estaban los cinco cómicos originales.
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Ayer, como en ese skecth, miles de argentinos asistieron a la urna con sentimientos encontrados pero con una misma voluntad: que inicie una nueva etapa y que Argentina tenga nueva oportunidad para volver a crecer. Y a priori, las fuerzas del cielo la escucharon.
Nunca pasó lo de ayer. Muchas personas fueron a votar en estado de perturbación mental. Que si eran antidemocráticos por querer votar a Milei, que si eran antipatriotas por querer votar en blanco o impugnar, que si traicionaban sus ideales y terminaban siendo cómplices por votar a Massa para que no vuelva la dictadura. El clima de tragedia cívica que se gestó en la previa a la elección llegó a tener casos en los que se señaló a gente por cómo vota. De un lado y del otro. Paradojas de un movimiento democrático que jugó al fleje, como se analizó en este medio semanas atrás.
Los resultados de la elección en la que Javier Milei se convirtió en nuevo presidente de los argentinos arrojan varias conclusiones apresuradas. Una, que la voluntad de cambio se hizo escuchar a meses de terminar uno de los peores gobiernos de la historia. Chapó aquí para Sergio Massa que, pese a ser Ministro de esta gestión hasta el diez de diciembre, llegó a la segunda vuelta. No es menor este dato teniendo en cuenta que defendió con su presencia en las urnas a un gobierno insostenible.
Otra conclusión podría ser que la campaña del miedo se pasó de rosca. La dicotomía democracia si, Milei no terminó aumentando un hartazgo que estuvo silencioso hasta que llegó el momento de expresarse en las urnas. Casos como los del Teatro Colón o editoriales de medios históricamente opositores al kirchnerismo que ¿mágicamente? encontraron su guía espiritual en la figura del tigrense a días de los comicios, generaron un efecto inverso al esperado. O al menos, no perforaron en favor del candidato oficialista el supuesto miedo antidemocrático que representaba Milei. No hay diferencia entre el espionaje ilegal (del que el kirchnerismo hizo alarde) al que los gobiernos de turno someten a muchos medios producto de la mala praxis de la democracia y la represión ilegal. Jorge es dueño de un multimedio y lo sabe porque sus periodistas lo sufrieron. El pueblo se lo recordó.
El clima de época que agitó gran parte del oficialismo terminó por deschabarlos con un gesto antipatriótico. Sergio Massa reconoció la derrota antes de que el gobierno publique los resultados oficiales. Hasta le agradeció a sus “once millones de votantes” cuando nadie tenía ni un dato, sólo tendencias. Massa es ministro hasta el diez de diciembre; como hizo Alberto con Macri, lo que pase hasta esa fecha es responsabilidad de este gobierno. Otra paradoja del kirchnerismo que se va: no se puede convocar a la unidad nacional y cinco minutos después ponerse en pie de guerra por el resultado de una elección. Tener un poco de gracia y humildad para salir de la trinchera es fundamental, especialmente si no te dieron la confianza para ser quien lideres los destinos del país. Milei no tiene un cheque en blanco. Tampoco tiene 100 días de gracia sino 100 horas. Deberá moderarse.
Dos reflexiones que deja esta segunda vuelta: si estaba en peligro la democracia ¿Los argentinos tendrían que haber votado el domingo? ¿Y si hubo una porción importante que optó por una opción similar al régimen militar, pese a todo lo que condiciona el voto, no amerita preguntarse “en qué te han convertido democracia”? Es fuerte poner en duda el sistema pero los resultados muestran que mínimamente hay un grupo de gente que manifiesta que sí.
Se termina un año electoral agotador. Para tener dimensión: empezó en febrero en La Pampa y terminó diez meses después. Hubo elecciones casi todos los fines de semana: nacionales, provinciales y municipales. Extraña superabundancia democrática para un país que la puso en duda en más de un debate.
En el sketch de Les Luthiers los monjes no logran impedir la llegada del anticristo y, al ver que no era tan malo como vaticinaba la profecía de Nostradamus, cambian los cantos de terror por cantos de cuna para darle la bienvenida al maligno. Millones de argentinos hicieron realidad esa escena. Ganó Milei y, guste o no el resultado, ganó la democracia.