El adolescente y su superyo pixelado
Coincido con algunos colegas en que la serie “Adolescencia” (Netflix) no entusiasma, sin embargo es un fenómeno a nivel de redes.
Serie muy inglesa, como corresponde con volantes a la derecha. También los protagonistas confirman el mito de que “los hombres ingleses en general son feos,” por caso el Príncipe Carlos o Boris Johnson, también Churchill, le dan sustento a tal mito. Sobre este punto, “Adolescencia” toca también un fantasma inglés. Además, todo transcurre en una coloratura a media penumbra, propia de la mayoría de los barrios londinenses, pero que también acentúa las tensiones de las escenas.
Siendo la serie materia de cuanto psi tiene aire o prensa respecto de lo familiar, se la toma por las identificaciones, el patriarcado, lo social, lo sexual, con múltiples interpretaciones, sin que a mi juicio amerite semejante posibilidad.
Pero la serie tiene en su nombre uno de los misterios que no deja de renovarse en nuestra época: la adolescencia, esa adolescencia que hoy no hace más previas, no mueve el cuerpo, le cuesta concentrarse y es tan mezquina con el saludo como con la escritura. También es una adolescencia en la que hay que advertir que no solo se apoya en lo digital o usa las tecnologías, es mucho más profundo: está absolutamente determinada por la digitalización de la vida, sostenida con su perla que es el celular y la hiperconectividad.
Mi comentario es simple y se enmarca en dos escenas: una al comienzo y la otra sobre el final, en el cuarto capítulo. Se lo ve, la tecnología anima las vidas. El video expone la irrefutable prueba del primer capítulo, que pone a Jamie en la rúbrica de un asesino peligroso, lo que justifica la dureza del procedimiento policial en la casa. Y sobre el final, la voz del pibe que tomó una decisión, la única que le devolverá algo de la humanidad sustraída.
La serie muestra unas casas muy de barrio. La de Jamie pasará a tener una vida que antes no tuvo, por cuanto el uso de las redes hace que los hijos encajen en las familias una suerte de contrabando hacia sus padres. Se trata de un contrabando semiológico, que por la digitalización de la vida hace que todos sepan en qué anda cada integrante y recíprocamente nadie sepa del otro. Tal es la intriga que comanda la serie
Así, desde el primer capítulo Jamie ya no tendrá escapatoria, queda sumido en una posición de objeto negativizado por una mirada que metaforiza una ley ausente. “Está hasta las manos”, ésas que agitaron un cuchillo sobre la carne de su compañera que se burló por las redes.
Sin embargo, las respuestas del joven homicida son precisas y hasta dialécticas, no hay drogas ni desarraigos en su vida, mientras ella -la piba asesinada- es y fue en esos trances escolares una suerte de "nuda vida".
En conjunto, toda la serie podría ser la respuesta de Jamie a ese real que lo atravesó en ese instante como consecuencia de una satisfacción incontrolable pero célibe.
Como muchos de sus compañeros solo viven la culpa a partir de las redes, y éstas no hablan, solo se expresan por signos que intentan ser la signatura de un erotismo ya trastocado: todos son célibes. Un celibato que a diferencia de la época clásica -en la que era muy mal visto- hoy hace lazo entre las juventudes.
Ese “todos saben, nadie sabe” es un factor producto del lazo que genera la hiperconectividad, que en los pibes causa una suerte de atraso respecto de tomar lo genital como sexual y entonces he aquí la incidencia mayor de la digitalización de los pibes y pibas: la persistencia de un autoerotismo tan callado como pixelado que tendrá a futuro consecuencias imprevisibles.
Sería muy deseable, que al respecto educadores y legisladores tomen nota de esta ficción inglesa, pues no solo en la casa hoy un niño se digitaliza, hay un abanico implacable sobre las infancias y la adolescencia que desde la calle hasta las escuelas dice “hay que hacer buen uso”, “no debes quedarte atrás” y el colmo: Cristina Fernández de Kirchner proponiendo “ciudadanía digital”, como si el celular en manos de un niño fuera un hecho que construye.
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Accedé a las últimas noticias desde tu email* El autor es psicoanalista, presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia Distrito VIII
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