ENFOQUE
Dura palabra
* Por José Rossanigo
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Cuando se nombra algo, sea cosa, actividad o concepto, el objetivo es concentrar en una palabra o corta frase las características o mensaje deseado al momento de describirlo.
Desde siempre, en Tandil se ha denominado a quienes trabajan la piedra, sean obreros de canteras o escultores y artesanos, con el nombre de “picapedreros”.
Sabemos que una palabra o denominación se va transformando en sentido, en tradición y se acepta para pasar a completar el diccionario de significados pero también para limitar o condicionar la visión de terceros.
Desde siempre he percibido, previamente a cultivar las artes de la piedra, que esta palabra calificaba peyorativamente a quienes se dedican al oficio.
Las piedras no se pican. Las rocas no se muelen sin sentido o aleatoriamente.
Más allá de la ridiculez del término, quienes labramos la piedra somos trabajadores que le damos forma, la modelamos, la hacemos útiles o bellas pero nunca la picamos. Para eso están las máquinas moledoras de las canteras que fagocitan de a miles de toneladas y de forma industrial el granito serrano.
Desde siempre se ha utilizado este nombre y valgan diversos ejemplos: la Fiesta del Picapedrero, el establecimiento educativo Escuela de Picapedreros y Escultores y se ha nombrado también un paraje cercano como Valle del Picapedrero al que se ha aportado una mediocre escultura hecha en fundición de hierro, vaya ironía.
La palabra está instalada y el valor de ésta puede poseer potencia, ora como virtud y otras veces como afrenta.
Canteros, Canteristas o Pedreros podrían ser términos precisos y cercanos a la denominación de una actividad dura y digna.
Soy un pedrero con veleidades de escultor. No pico la roca, le doy forma y soy un pedrero porque ofrezco buen trato a las piedras.
Recuerdo cuando presenté la obra “El Mago” en el museo de Bellas Artes allá por el año doce, tiempos en los cuales aún la Señora Gnocchini me permitía exponer hasta que descubrió que yo era un escultor crítico de las políticas lunghistas. Parecerían sostener que la democracia está bien pero si no se critica o analiza la gestión de turno es mucho mejor.
Don Hugo entró acompañado de su esposa, en aquella presentación y ante la sala llena de público descerrajó, al observar la obra un estruendoso: “¡Que hijo de puta!” Insulto que acepté con el sentido que el escritor le había dado. Un estrepitoso halago al ver las dos toneladas de granito verde pulido y erguido al centro del salón auditorio.
“De lo que son capaces estos picapedreros” completó el ex funcionario. Solo pude responder con una tibia sentencia:
-Hugo, picapedrero no, soy escultor.
Hugo Nario es autor del libro “Los picapedreros” en el cual describe y acerca al conocimiento general diversos detalles de la vida y trabajo de los pedreros.
También narra los inicios de la actividad canteril, las técnicas utilizadas por los pedreros y los nombres que recibían los obreros según su actividad. En otros capítulos contaba acerca de los intentos de sindicalización y también de los abusos explotadores de las patronales.
Haciendo una digresión, reseño que en el año diez y siete visité la Scola do Canteiros en la localidad de Poio, Pontevedra, Galicia, España sita a la vera del río Lérez.
Se trata de una escuela modelo terciaria formada por dos gigantescas naves con sistemas de purificación de aire y reciclado del polvillo de la piedra y cuenta con herramientas de última generación pero el principal capital es el conocimiento centenario que transmiten los profesores y artesanos calificados a los educandos.
El examen final que deben aprobar los estudiantes consiste en construir en piedra un hórreo, depósito separado del suelo y con trampas en sus patas para evitar la visita de alimañas, sean ratas u hormigas por ejemplo.
Cuando el director de la institución, me consultó cuál era el nombre de la escuela de enseñanza de Tandil y le respondí: Escuela de Picapedreros y Escultores, frunció el ceño y repreguntó: ¿Picapedreros?
Aquí somos “canteiros”, respondió con cierto orgullo. Su sensación era la misma que me animaba a cuestionar aquella palabra desde siempre.
Picapedreros era el nombre que le daba la patronal y los mandamases que custodiaban los límites del predio de explotación, aquí, en mi ciudad a principios del siglo veinte.
Es posible que los hayan nombrado como picapedreros, peyorativamente ya que ese término no fue traído por los inmigrantes.
Los montenegrinos, italianos y españoles se enfrentaron siempre al poder, a las patronales que les pagaban con plecas que a la vez canjeaban en los negocios y almacenes de propiedad de los empresarios canteristas.
Solo el diez por ciento del salario se lo abonaban en moneda corriente y así todo, eran mal vistos si gastaban ese resto en la ciudad, fuera de la cantera.
Eran inmigrantes tratados como animales. Las mujeres y los hijos padecieron este estado de explotación durante años. Existían barracas de familias y otras de solteros. Hoy se vería como un campo de concentración. Así vivían los “picapedreros”.
Eran predios cerrados con alambradas altas , portones con candado y seguridad.
Los “picapedreros” gastaban sus vidas y duraban en un tiempo de necesidad y abuso.
Algunos cuentan que la venganza al atropello llegó aquel bisiesto febrero de 1912 a las cinco y cuarto de la tarde de ese verano soleado cuando el estruendo paralizó la ciudad.
Eran, en su mayoría, extranjeros extraños para la historia oficial, presos de la discriminación y las palabras filosas, de esas que cuando se dicen salen cortando (sic) y muy lejanos de los nuevos colonos o enfiteutas con ambiciones injustas.
Es común que el dominado adquiera el apodo que el explotador le da. Para degradarlo tal vez aunque después se naturalice y se acepte como propio.
La política tiene esas insistencias eleccionarias y hoy sabemos que un candidato a concejal presentará un proyecto para declarar como patrimonio intangible al trabajo del “picapedrero” sin conocer, el postulante, que esta figura ya existe, a decir de una museóloga local. Acoto: lamentablemente.
No hay acepciones de esta palabra en otros idiomas, como el italiano, el alemán, el francés o el inglés o que hablen de “picar” piedra.
Todas las raíces hablan de tallar la piedra. Se pica el hielo, se pica el ajo pero no la roca. La piedra se talla, se corta, se modela o se pule.
Se martelina, se escalfila, se abujarda, se rectifica pero no se pica.
En idioma italiano, a la persona que domina el oficio se lo conoce como tagliapietra: Tallador de piedra. El francés lo nombra: tailleurs de pierre, en inglés, stonecutter o stonemason y en portugués: pedreiros y percibo entonces que existe cierta nobleza en esas denominaciones.
Hay veces que la historia que se narra suele ser mezquina o parcial según el sesgo, según quien la cuente y también quien la reciba y repita.
Nombres que se hacen callos por nombrarlos pero desconociendo de etimologías y sudores lejanos, por eso elegí ser nombrado “pedrero” y descarto de mi diccionario y mi léxico aquella palabra, por orgullo nomás o por dolores ajenos tal vez.
* Escultor