Crecer duele, pero es indispensable
En 2020, el ingreso por habitante resultó casi idéntico al de 1974, 22% inferior al pico histórico de 2011
En 2020, el ingreso por habitante resultó casi idéntico al de 1974, 22% inferior al pico histórico de 2011
Hace unos años, el pediatra de una de mis hijas, viendo que lloraba porque le estaban saliendo los nuevos dientes, dijo una frase que quedó dando vueltas en mi cabeza: “crecer duele”. Esta anécdota, parte de un acontecimiento familiar, puede extrapolarse a muchas otras dimensiones personales, pero también colectivas, como es la vida de nuestra Nación.
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Crecer duele, pero es indispensable. Las estimaciones de un trabajo que desarrollamos junto a Martín Rapetti lo muestran con claridad. Partiendo de que el ingreso por habitante en 2020 resultó casi idéntico al de 1974, y 22% inferior al pico histórico de 2011, estimamos que aunque el PIB por habitante crezca a una tasa anual promedio de 3,5%, y de forma ininterrumpida por seis años, recién en 2027 alcanzaríamos el pico de 2011. Y con ello, la tasa de pobreza que hoy afecta al 42% de la población se situaría en torno al 25%. Si el crecimiento fuera, en cambio, similar al que venimos arrastrando desde mediados de los años 80 -un 1% anual promedio- los argentinos deberíamos esperar hasta 2042 para recuperar el pico de ingresos de 2011. Tardaríamos, en este caso, 20 años en alcanzar una tasa de pobreza del 25%.
Estas estimaciones ponen de manifiesto la necesidad de priorizar el crecimiento, el desarrollo y el trabajo en la agenda de la Argentina como el único camino para poder sacar a miles de compatriotas de la pobreza y la indigencia. Los países pueden adoptar diferentes estrategias ˗más o menos sólidas o consistentes˗ pero a mi entender la clave siempre estará en la acumulación de capital y en el estímulo para mejorar las formas de organizar el capital humano, haciéndolos más productivos y eficientes. Pero es importante entender que, frente a este desafío, no hay atajos ni soluciones mágicas. Crecer exige esfuerzo y sacrificios.
Estoy convencido de que millones de argentinos están dispuestos al trabajo y al esfuerzo para dejar atrás la pobreza y la miseria. No tengo dudas de que este es, y debe seguir siendo, el eje rector del peronismo. Quienes nos formamos en la doctrina del general Perón, sabemos que ¨el trabajo es la suprema dignidad del hombre. En la comunidad argentina no existe más que una sola clase de hombres: la de los que trabajan¨ y que ¨gobernar es crear trabajo¨. No cabe duda de que los argentinos desean ser los protagonistas de sus propias aspiraciones, asociadas generalmente a tener un buen ingreso, un hogar digno, mantener bien a su familia, poder salir de vacaciones y conseguir que a sus hijos les vaya mejor que a ellos.
Asimismo, si bien es indiscutible que el sacrificio y el esfuerzo son sustanciales para retomar la agenda de crecimiento, también lo es que hay quienes pueden y deben asumir la responsabilidad de un sacrificio mayor.
Lejos de las ideas políticas y económicas que en el nombre de la libertad y la igualdad cargan el peso y las exigencias sobre todos los ciudadanos sin distinciones, quiero ser contundente y afirmar que no todos los argentinos están en condiciones de hacer idéntico esfuerzo.
Advierto que cuando escuché la frase “crecer duele” me perturbó la idea de que muchos compatriotas están haciendo un esfuerzo enorme y aun así siguen estancados en una decadencia creciente: 42 % de pobres. Pedir más esfuerzo a quienes están hundidos, desde hace años, en la pobreza es un claro disparate.
Es inmoral pedir esfuerzo si persisten privilegios políticos y ventajas para sectores concentrados de la economía que temen a la competencia o que tan solo resisten la mano del Estado. También es ingenuo montar sueños y generar aspiraciones en aquellos que miran lo que sucede en su entorno y ven a muchos argentinos que trabajan denodadamente y aún así no pueden cumplir sus anhelos, por lo cual terminan conformándose con subsistir a partir de un plan del Estado.
Hay millones de argentinos que todos los días se levantan, trabajan, se esfuerzan y ven que las cosas no avanzan. Entonces muy genuinamente se preguntan: ¿para qué? En ese sentido, afirmo ˗como lo hice siempre˗ que no resolveremos la pobreza solo con más transferencias desde el Estado; debemos pensar en un plan concreto y con fecha de vencimiento para que esas transferencias se conviertan en trabajo genuino y sostenible en el tiempo.
Atravesamos una profunda decadencia que tiene que ver con el espíritu de una nación que no encuentra realización, con su organización errática, con el ánimo de un pueblo cansado que tiene potencialidades y valores, pero cuya autoestima ha quedado sujeta a los tropiezos de un país que no encuentra un rumbo claro y preciso.
Si los argentinos estamos convencidos que el trabajo es el camino y la manera de organizar genuinamente nuestra vida cotidiana, debemos potenciar las aspiraciones y los sueños de cada uno de nosotros, porque esos sueños son el horizonte de la Argentina.
El desafío es encontrar, entre los escombros de la grieta, el sueño colectivo. Rescatarlo de ese terreno infértil y pantanoso para ponerlo a andar. Una nación necesita de esos sueños que ordenan las voluntades y los sacrificios, porque así nació la nuestra y así fue creciendo.
País, provincias y nuestras ciudades. Cada uno de estos lugares nacieron a la luz de una idea, crecieron al calor de los debates y florecieron a partir de los consensos que se impusieron a las diferencias.
Así llegaron los inmigrantes ˗mis viejos, mis abuelos˗ dejando atrás una tierra arrasada por la guerra y el hambre buscando un lugar donde trabajar, esforzarse y mejorar, seguramente con muchos miedos. Así lograron construir la Argentina de “m’ hijo el Dotor”. Lejos de esa época, hoy tenemos una generación de argentinos cruzados de brazos, frustrados, enojados con la realidad que duele, con escasa capacidad de escuchar y entenderse. Resignados a reclamarle al Estado un sueño que nuestros abuelos salieron a construir día a día, sin pedir permiso.
No tendremos una carta ganadora que cambie el destino de la Argentina de un día para el otro. Hace décadas que no nos salva una cosecha. No hay manera de competir en un mundo cada vez más exigente si no logramos ser productivos y eficientes. Este es en definitiva el mensaje sustancial que nos aporta la reciente agenda con sus pares del presidente Alberto Fernández por Europa y su reunión bilateral con la canciller alemana Angela Merkel. No hay manera de crecer sin ahorro e inversión.
Los dirigentes políticos parecemos mirar otro partido. Vivimos especulando. Nos pasamos horas y horas resolviendo temas propios de la política, sin levantar la cabeza y pensar estratégicamente, imaginando el futuro, trazando caminos, proyectando con grandeza.
No nos animamos a patear el tablero para salir de las posiciones conservadoras cuando es evidente que se necesita un cambio rotundo. ¿O acaso alguien cree que con el desorden de nuestra macroeconomía ˗déficit fiscal, inflación, múltiples tipos de cambio y vaivenes tarifarios˗ podemos cambiar el rumbo? ¿Quién puede pensar que, con las estructuras impositivas vigentes, desde hace tantos años, la Argentina puede despegar? ¿Por qué debería este sistema laboral, que apenas contiene en la formalidad al 30% de los trabajadores desde hace 30 años, empezar a funcionar de repente?
Tal vez debamos empezar a ordenar algunos de estos temas que nos permitirán encontrar el sendero del crecimiento. Como dijo César Luis Menotti: “El inodoro va en el baño y la heladera, en la cocina”. Creo que nuestro rol prioritario, en este tiempo, es ordenar la economía, poner fin a enfrentamientos inútiles y generar las condiciones que le permitan a la Argentina subirse al camino del crecimiento y el desarrollo. Sólo en este sendero será posible que cada argentino pueda desplegar sus talentos y habilidades.
Nuestro país cuenta con una gran potencialidad, con huesos y músculos para sentirnos orgullosos, con desafíos que pretendemos superar. Alguna vez escuché la frase “somos un país con pasado, pero sin futuro”. No esperemos que alguien haga ese trabajo por nosotros.
El camino del crecimiento es el único capaz de renovar las expectativas de vivir en un país mejor. A riesgo de contradecir al gran Carlos Gardel, veinte años es mucho. No nos podemos dar el lujo de perder tanto tiempo.