COLUMNA
Comunicación política en tiempos de crisis
La política, quizá como máxima expresión de los vínculos sociales, a veces también atraviesa situaciones de crisis. Las naturalezas de estas crisis pueden ser variadas. Sin embargo, en el vademécum de medicamentos para combatirlas solo existen dos: más y mejor política para curarse lentamente y, mientras tanto, más y mejor comunicación, como analgésico urgente.
Todo comienza como una filtración, muchas veces de la tropa propia, producto de quien sabe qué descontento, y eso se convierte primero en un rumor leve que llega al círculo rojo, luego va creciendo como una bola de nieve y finalmente se consolida como noticia en los medios. Si el equipo de comunicación se entera por los medios es porque va dos cuadras atrás de la tortuga y hace falta un experto en comunicación de crisis.
El silencio absoluto o la negación automática suelen ser los primeros impulsos, gran error. Aunque nos asista la verdad, hay que ensayar una respuesta institucional que denote ocupación en el tema pero que no aporte ningún tipo de posicionamiento, y ganar tiempo para armar una estrategia de comunicación de crisis.
Otra de las medidas suele ser la de entregar en bandeja la cabeza de uno o más funcionarios. Esto es como amputarse una pierna por una uña encarnada; el dolor claramente se va; sin embargo, el precio que se paga es demasiado alto, ya que sienta un precedente de debilidad hacia afuera y de falta de apoyo hacia la tropa propia. Este proceso puede desencadenar incertidumbre en la opinión pública, minar la confianza en la gestión gubernamental y provocar un desgaste en la imagen de la gestión.
El gobierno de Alberto Fernández, que venía con índices de aprobación altísimos por el manejo de la crisis de salud, recibió un torpedo justamente en la línea de flotación, cuando se supo que su ministro de salud, Gines González García, había privilegiado a funcionarios en la vacunación, algo que ni siquiera constituía una ilegalidad. Sin embargo, Fernández entregó en bandeja a uno de sus mejores ministros, y tiempo después hizo lo propio, culpando a su esposa por una reunión privada. A partir de allí, el gobierno se vino abajo.
Con el minutero de la bomba en cuenta regresiva, el equipo de comunicación debe, no solo ser capaz de desactivarla, sino también estudiar la bomba en sí y reunir las pistas necesarias para, a la misma vez, descubrir quién la colocó, más precisamente tirar del carretel para descubrir de donde surge el rumor y qué intereses representa.
Depende de la magnitud de la crisis, la oposición podrá aprovechar para degastar aún más y, de seguir escalando en gravedad, es muy probable que la tropa propia también comience por despegarse y, por qué no, rearmarse internamente ante una inminente crisis irreversible. Es por eso que la información y la comunicación empiezan a cobrar un valor fundamental, al igual que la confianza.
El rol de un consultor externo es vital, ya que no tiene intereses creados dentro del partido más que hacer su trabajo. No está contaminado de información previa y además es probable que ya le haya tocado lidiar en otra oportunidad con esta clase de conflictos.
Actuar todos inmediatamente bajo un plan de comunicación de crisis y así evitar filtraciones o comunicación negativa, la creación de un equipo multidisciplinario, de política, economía, legal y comunicación. Monitorear los medios y redes sociales para conocer minuto a minuto el posicionamiento de la opinión pública respecto a la crisis y definir voceros y portavoces que tengan un ejercicio de los medios y funcionen a la vez como fusibles para no desgastar aún más la figura del líder.
Estas herramientas constituyen una base sólida para abordar situaciones de crisis en el ámbito político con eficacia y profesionalismo. La comunicación de crisis bien gestionada puede no solo mitigar los impactos negativos, sino también fortalecer la imagen y la confianza en las instituciones gubernamentales, ya que como dice el dicho "toda crisis es también una oportunidad".