COLUMNA
Cómo se construye la relación médico - paciente
Algunas personas no han entendido que la tierra gira alrededor del sol, no de ellas. Mafalda.
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Mucho se ha hablado en las últimas décadas acerca de la pérdida de humanismo en la relación médico paciente, en la cual la enfermedad centra el problema en un órgano y el paciente deja de ser un sujeto para pasar a ser un objeto de estudio. Muchos factores juegan en esto que ha ido sucediendo. Los grandes médicos de los albores de la ciencia no contaban con lo que hoy contamos los profesionales, que es precisamente la ciencia. Por entonces se acercaban a la persona con una dolencia, tratando de conocer su esencia para establecer un diagnóstico.
Hipócrates definió su famosa teoría de los cuatro humores, que en apretada síntesis propone que estamos conformados de cuatro líquidos o humores, la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. El predominio de uno de ellos sobre los demás constiruye la predisposición hacia un tipo de temperamento, el sanguíneo, el flemático, el colérico y el melancólico. Brillante, Hipócrates tendría seguramente un oído para la consulta absolutamente envidiable.
Hacia el año 1020 de nuestra era Avicena escribía El canon de Medicina, una enciclopedia de 14 tomos donde incluía los conocimientos acumulados a la época, a los que sumó los cuantiosos desarrollados por él mismo. Era astrónomo, filósofo, científico, además de médico. En la novela histórica convertida en best seller El médico, de Noah Gordon, se cuenta cómo debía formarse un aprendiz de Avicena, entre otras cosas debía conocer el Corán prácticamente de memoria. Nuevamente, la formación intelectual era condición sine qua non para la formación profesional.
En el siglo XX y en el corriente la ciencia lleva la curva del aprendizaje hacia arriba de un modo nunca antes visto. Aparecen el microscopio electrónico, la penicilina, la insulina, las imágenes, y la escalada de conocimiento científico afortunadamente no tiene techo. Parece obvio a esta altura que los aprendices no podamos tener el bagaje de conocimientos que en otras épocas se pretendía. La profundidad filosófica y/o religiosa, que daba al médico un carácter de maestro que basaba su ciencia en la alteridad, en reconocer al otro para identificar sus dolencias, ha ido siendo reemplazada primero en forma paulatina, pero pronto en forma vertiginosa, por la ultraespecialización. Y aquí llegamos a la consulta donde el paciente puede pasar de ser sujeto a objeto.
Está en el profesional actuante estar a la altura del momento, actualizándose en la forma debida, acercando al enfermo a los mayores avances a los que se pueda acceder, sin olvidar la integridad del sufriente. La Medicina sigue siendo un arte, pero muchas cosas conspiran contra el carácter artesanal de la ciencia. Lo antes dicho, los constantes avances que deben conocerse, en diferentes frentes y con enorme cantidad de publicaciones diarias, la falta de tiempo, el pésimo pago (el médico de hoy lejos está de escapar a la realidad, no sólo en Argentina), sumado a características individuales de personalidad y de formación moral, ética y filosófica, son concausas para explicar la relación médico-paciente de hoy.