Bajen la guardia
Muy amablemente, la chica que atiende el kiosco -o como se le diga- de la estación de servicio me dice:
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-Le tengo que cobrar 10 pesos de plus en el atado de cigarrillos, y cinco por la carga virtual del celular.
La miro sin decirle una sola palabra. Ella no tiene nada que ver. Me adivina el pensamiento:
-Mire, yo no tengo nada que ver. Me dijeron que tengo que cobrar 10 pesos de adicional por la venta de tabaco. Y 5 por la carga. ¿Lo lleva o lo deja?
-La carga ya la hiciste y es para el celular de mi vieja, de manera que te la pago con plus incluido. Los cigarrillos no los llevo.
¡Por fin, campeón! El digno le ganó al vicioso, el pensante al indolente, el íntegro al resignado.
Claro que no me quedo con esa postura entusiasta ni optimista. Las felicitaciones hacia mí mismo se desvanecen ni bien me sumo al auto. En la intimidad, rezongo, despotrico, insulto.
Voy en busca de un kiosco, hasta que en una esquina me detiene el semáforo. Soy el primero de la fila, de manera que el pibe que salta de la vereda, me pregunta de lleno:
-¿Le limpio el vidrio, jefe? ¿Vive en calle de tierra, no?
-Dale, metele. Sí, en calle de tierra y soy bastante remolón para lavar el auto, como verás.
En pocos segundos el parabrisas me queda más o menos decente. Tanto como para observar el gesto del muchacho que está por terminar su tarea. Saca la lengua, como esos chicos que están concentrados mientras escriben. Traspira, hace mucho calor.
Pienso en darle uno de los billetes de cinco pesos que suelo guardar en la guantera para estas ocasiones (limpiavidrios, malabaristas, los muchachos de Remar que están en la esquina del Casino). Me arrepiento. Hago un movimiento torpe (el cinturón de seguridad me mantiene apretado contra el respaldo) para tratar de llegar al bolsillo de atrás del pantalón y buscar diez pesos. Los que me negué a dejar en la estación de servicio.
-Tomá, gracias.
-No, gracias a usted. Que Dios lo bendiga.
Mientras recorro algunas cuadras, veo que se me pasan algunos kioscos. No me importa. Estoy tratando de pensar algo que no termino de redondear.
Ese muchacho, el limpiavidrios, seguramente está ahí porque no consigue un trabajo mejor. Quizás si tuviera la posibilidad de emplearse en un laburo digno, con obra social, aportes, con descanso, vacaciones, etc., no estaría en la esquina muriéndose de calor. O quizás no. Tal vez prefiera esto: la libertad, no cumplir horario, no tolerar un jefe o un patrón. Como sea, se está ganando el mango. Y lo hace con un servicio al alcance de sus posibilidades. No sé si yo podría limpiar un parabrisas en tan pocos segundos. De hecho, no lo hago en casa, con todo el tiempo del mundo. Y las veces que lo intento, me sale bastante mal: me queda borroso. Ni hablar si tuviera que hacer malabares, me muero de hambre. Tampoco estaría en condiciones de venderle una bolsa de residuos, un par de medias, un paquete de agujas a nadie. No nací para vendedor. Tampoco para cuidar autos ajenos, porque me aburriría de estar ahí parado.
Si tuviera que decir que alguna vez me sentí intimidado por alguno de esos muchachos o chicas que se ganan la vida en la calle, estaría faltando a la verdad. En ocasiones no he tenido esos cinco pesos en la guantera y dije que ´no´; me agradecieron igual y me desearon buenos días.
Y si alguna vez me pasa, seguramente no me voy a sentir violentado; he ido a comercios donde me trataron bastante mal porque me probé una prenda y no la compré. Cada quien tiene sus días.
Lo que me pregunto es por qué el bloque oficialista de concejales sale a pedir informes sobre el accionar de los limpiavidrios o a los que hacen “algún tipo de espectáculo a cambio de dinero”. Por qué quieren saber quiénes son, si están documentados, sin son de la ciudad…
Me pregunto, querrán saber también quiénes son los titulares de las estaciones de servicios donde se cobran plus por venta de cigarrillos o carga virtual, o los kiosqueros que también cobran algún pesito de más por la carga en la SUMO.
Yo creo que no.
Porque en estas épocas de crisis, ciertos prejuicios hay que esquivarlos. Porque para unos y para otros, la respuesta se me hace la misma: no hay plata. Y puede resultar difícil de entender que una estación de servicio esté en crisis. Pero no tanto: tarifas, sueldos, cargas sociales, impuestos, márgenes de ganancia acotados, 24 horas abierto, caída estrepitosa en los consumos. Y hay que mantener el circo. Lo mismo, un kiosco, un comercio. Lo mismo, todo.
Y también los otros: los muchachos y muchachas que se ganan la vida en las esquinas o vendiendo chucherías puerta a puerta, con una manta en la plaza o una bolsa de papa a la vera de la ruta. Hay que mantener la casa, el plato de comida, los hijos…
A no ser, claro está, que una vez que el bloque de concejales obtenga las respuestas que buscaba -quiénes son, cómo se llaman, de dónde vienen, número de documento, etc.- y llegue a la conclusión de que están donde están para ganarse un mango, les aseguren un trabajo digno, en blanco, con aportes, obra social, vacaciones y descanso.
Si es así, adhieran a su himno: adelante radicales.
Y si no, recuerden a Gieco en su homenaje al Pocho Lepratti: bajen la guardia, que aquí solo hay pibes que quieren seguir comiendo.