Necrológicas
CARLOS HÉCTOR PASKVAN
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En las manos del otoño, el 22 de abril de 2021, se ha ido un hombre que desde los 15 años se hizo a sí mismo, inspirado en la convicción profunda de lo que quería ser, un emprendedor, y que para ello partió prácticamente desde el llano y a tono con su ascendencia croata, tal como lo revela el proverbio: “Bez muke nema nauke”. Que traducido significa: ‘Sin sufrimiento no hay enseñanza’.
Carlos Héctor Paskvan, Carlos para muchos y Carlitos para otros, en plena adolescencia encontró en la cantera familiar su primer trabajo. Y no fue el privilegio de saberse parte de esa familia lo que le modificó el confort laboral: empezó como peón. Pasó del calor de las aulas del colegio San José al rigor de la piedra, la molienda, el acarreo, el manejo del primer camioncito, sin imaginar que ese aprendizaje iba a proyectarle muchos años después que fuera él mismo quien al volante de la pala mecánica cavara el pozo para la estación de servicio de Perón y Monseñor de Andrea, que pudo comprarle, en cuotas, a Simón Soler. Así, a los 16 años, supo que en la vida hay algunas elecciones posibles. Una de ellas es elegir cómo se quiere vivir, qué valores sostener, qué precios se deben pagar para construir, piedra por piedra, la estatura de una existencia. Y una lección vital que fue parte de su esencia, como si hubiera nacido con él: la valentía para tomar riesgos empresariales, y esa temeridad para convivir con el riesgo, como el cirujano naturaliza a la muerte en el quirófano.
Aun así, en los suburbios de la avenida Juan B. Justo, a mediados de los 50, aquel muchacho estaba lejos de imaginar hasta qué alturas iba a llegar y todo lo que habría de hacer con sus manos, que fueron sencillamente las manos del trabajo, y con su mente, que tuvo ese fulgor de prodigio para concretar las oportunidades en negocios, es decir para atravesar el puente que separa al emprendedor del empresario sin olvidar su cuna de origen, el lugar social y humano de donde venía, y los códigos de hierro que mantuvo hasta el final, y que podrían explicarse en anécdotas aparentemente triviales que expresan la coherencia moral entre los dichos y los hechos.
Todavía se recuerda el día que ordenó a sus hijos que todas las baterías que se compraran para los camiones, se las adquirieran siempre al mismo comerciante, sin consultar ni el precio ni la calidad. La explicación fue sencilla: una vez, en los duros comienzos, ese comerciante le había dado cuatro baterías (“Y cuando tenga el dinero me las paga, y si no lo tiene también, porque sin baterías, ¿cómo va a trabajar, don Carlos?”).
Viudo de Mirta Ester Freitas, la mujer que fue su compañera y su inspiración a la par en la lucha diaria y que le dio tres hijos, Marcos, María Silvana y Fernando, a quienes incorporó a una empresa de neto corte familiar, Paskvan perteneció a la categoría de emprendedores que hicieron el Tandil del siglo XX desde un perfil bajísimo, y con responsabilidad social empresaria.
La construcción de un legado empresarial fue argumentada con ciertas sentencias que rigen para cualquier acto de la vida: “Hay que cumplir, y si no podés cumplir y debes dinero, siempre hay que poner la cara”, decía. O “un hombre que maneja un negocio ante todo tiene que pensar, porque ese es el margen para poder hacer la diferencia: saber pensar”.
Disfrutó de lo ganado, vivió muy bien y en la recatada tradición de aquellas familias de otrora que lograron tener un buen pasar económico, nunca incurrió ni en la ostentación ni en el derroche.
¿Quién fue Carlos Paskvan a la hora del largo adiós? Fue un ser poseído de un espíritu de roble, un arrojo impar, una voluntad que expresaba la dureza de la roca y el corazón de arcilla, dotado de una innata celeridad para el arte de los negocios. Carlos fue, en suma, un hacedor con la virtud de la generosidad, un hombre que deja su huella y su impronta entre los que compartieron su paso por este mundo.
Se fue como vivió, en silencio, sin quejas, rodeado de su familia. A los 79 años, a la hora en que presagió el final, tuvo un gesto conmovedor, a tono con la inolvidable figura del patriarca en el último instante: en su lecho de muerte miró a sus hijos, a lo hondo, como si en esa mirada estuviera secando cada una de las lágrimas que caían, calladamente, a su alrededor. Les dijo que los quería, que mantuvieran la hermandad de la familia. Los abrazó y pidió una botella para brindar por haberlos tenido, por haber sido su padre y porque ellos hubieran sido sus hijos, les dijo, y procurando apartar la bruma de la tristeza levantó el brazo, alzó la copa por la vida vivida y por la salud de todos ellos. Se estaba yendo, se había ido, pero con la música de aquella otra sentencia que podría enunciarse en la lengua croata de sus abuelos: “Jabuka ne pada daleko od stabla”. Esto es “la manzana nunca cae lejos del árbol”. Que descanse en paz.
CAROLINA CARNEVALE
Al cumplirse el segundo mes -ocurrió el 12 de marzo de 2021- del fallecimiento de Carolina Carnevale, la familia acercó hasta esta Redacción el siguiente texto.
“Te recordamos Caro y vemos que ya no estás, que a pesar de todo te tenemos muy presente nosotros, tu familia, tus amigos, compañeros y todos aquellos que quizás no te pudimos y no supimos cuidarte.
Te fuiste muy joven, pero estarás descansando en paz. No lo sabemos pero el algún momento estaremos juntos y Dios nos sacará esta carga que aún no pudimos saber por qué a nosotros.
Descansa en paz hija, es el deseo de mamá, papá, hermanos y primos”.
FABRICIO ZOCCO (BOMBA)
El pasado 5 de mayo de 2021 se apagó la vida del reconocido músico Fabricio Zocco, más conocido por “Bomba” Zocco. En su corta existencia, se destacó por siempre estar al servicio de quien lo necesitara, simple, amigo de sus amigos, trabajador, solidario y humilde.
Junto a su compañera y esposa, Valeria, vivieron un intenso amor que dio como fruto a sus hijas Ludmila y Ámbar, quienes junto a su mamá Marta Magdalena Baldini lo echan de menos todos los días.
Oriundo de Benito Juárez, integró distintas formaciones musicales como La Mersa Flores; La Glándula. con su amigo Marcelo González; Changarín y la Falsa Escuadra, y también fue parte de Abrazo de Guitarra.
Su padre falleció cuando él era chico, y le dejó un galpón que era carpintería, aunque “Bomba” se dedicó a la pintura de obra. De hecho, la escenografía que armaba en sus presentaciones era con una escalera de fondo y él con ropa manchada de pintura. Sus amigos de Abrazo de Guitarra lo despiden con el siguiente texto.
“Uno de los integrantes del colectivo de artistas Abrazo de Guitarra accedió a la única inmortalidad comprobable: vivir para siempre en el recuerdo de los demás. Se trata de ‘Bomba’ Zocco, cantor, guitarrista y contrabajista residente de Benito Juárez, que participó en la realización de los audiovisuales que gestó el músico tandilense Martín Canales. Tras la partida de este mundo, las muestras de afecto por el músico que se hizo popular en La Merza Flores, tras una dilatada trayectoria como solista, se multiplicaron en las diversas redes sociales, en donde se destacó su simpleza, humildad, solidaridad y talento. El actor y poeta Matías Madrid escribió: ‘Te veo tocando acordes entre las nubes. ¡Repartiendo leche montado en una estrella! Acariciando el aire con tus manos. Las nubes chorrean vino tinto en damajuana. Para que bebamos los cuerdos’”.
AMALIA ELENA CORSI
Había nacido en Tandil, el 11 de septiembre de 1956, Amalia Elena Corsi. Su infancia y adolescencia transcurrieron en la Colonia Mariano Moreno, donde vivió junto a su mamá Elisa Ostolaza, su papá Ricardo Corsi y sus hermanas Alicia y Marita.
Allí también realizó sus estudios primarios, en la Escuela 49. Luego, siendo todavía muy joven, se trasladó a la ciudad de Tandil, donde trabajó durante varios años en el oficio del tejido.
Más tarde, se casó y se radicó en la localidad de Gardey, donde tuvo a sus hijos Alejandro y Luciano. En este tiempo, continuó dedicándose al tejido e incorporó la actividad de la fotografía, siendo la encargada de retratar los eventos que acontecían en el pueblo, como casamientos, egresos, cumpleaños de 15 y otros.
Posteriormente, decidió dedicarse a la actividad comercial, estableciendo su almacén, el que mantuvo por más de 22 años, hasta sus últimos días. Su espíritu activo también la llevó a realizar, de adulta, sus estudios secundarios y a comenzar la carrera de Derecho, en la ciudad de Azul, la cual continuaba cursando.
“Amalia, siempre vas a estar presente en el corazón de tu familia y de tus seres queridos. Te recordaremos y agradeceremos por todo el amor que nos brindaste, por tu fortaleza, tus ganas de vivir y por los buenos momentos compartidos”.
WALTER MARCELO GONZÁLEZ
Walter Marcelo González nació el 20 de julio de 1968 y su fallecimiento se produjo el pasado 29 de abril de 2021. Pirquero, así era su profesión, lo que amaba hacer, era un detallista en la piedra.
Hombre sencillo y de buen corazón, casado con Silvana B. Silvagni durante 31 años, sus dos hijas Victoria y Lorena, sus nietas Mía y Joaquina, sus yernos Braian y Franco, su familia que tanto amaba.
Siempre al pie de quien lo necesitaba y servidor de Dios.
Hombre honesto y fiel a sus principios, siempre feliz, con la sonrisa que lo caracterizaba, hincha de River y del Cerro, club del barrio donde se crió y vivió siempre, su Las Tunitas querida, como él decía. Amaba sus asados de fin de semana en familia y sus viajes de pesca a la Bahía San Blas.
“Buen hombre, buen esposo, buen padre, buen abuelo y compañero. Así te recordaremos eternamente, feliz, sonriente y constantemente demostrándonos tu amor, siendo ejemplo de los principios de Dios en todo. Hermoso hombre con humildad y honestidad. Estarás por siempre en nuestros corazones querido Marcelo, querido papá”.
MIGUEL ANDRONICO IBÁÑEZ (MICHAEL)
Nació el 6 de febrero de 1946, en la ciudad de Frías, provincia de Santiago del Estero. A los 16 años salió en búsqueda de nuevos caminos y experiencias. Cumplidos los 18, ingresó al servicio militar en la localidad de Pigüé y concluido ese proyecto, decidió trabajar en la Metalúrgica de Tandil.
En el año 1969, comenzó a trabajar en la fábrica Loma Negra de Barker, donde conoció a su compañera de vida, Delia Esther Ferreyra, con quien formó su familia y se casó el 7 de julio del año 1973. Hizo su primer hogar en la calle Expechie 768 (Barker), donde nacieron sus tres hijos: Marina, Claudia y Marcos.
En el año 1984, por problemas de salud de su hija mayor, se mudaron a Tandil, donde siguió su camino junto a la familia, retomó su labor en la metalúrgica y se jubiló en el Ferrocarril Roca.
Tenía como preferencia viajar una vez al año a su pueblo natal, junto a su mujer, escuchando a Los Manseros Santiagueños (los mejores cuatro de allá, según él). Fiel devoto de la Virgen del Valle, en cada uno de sus viajes pasaba a visitarla por la provincia de Catamarca y la tenía presente en su auto.
Miguel adoraba a sus seis hermosos nietos: Esteban (23), Casandra (21), Román (20), Mateo (16), Aquiles (16) y Mara (10), con los que peleaba en cada partido de River, ya que él era fanático del “millonario”.
Se caracterizaba por su alegría y buen humor, le gustaba contar sus chistes, inventar sobrenombres a los integrantes de la familia y contar cómo fue su juventud. Era reconocido por su carisma al conducir su taxi por la ciudad, en sus últimos años laborales.
Falleció el pasado 29 de abril de 2021 y su familia lo homenajea así: “Viejito, te vamos a recordar con tu ‘humor de 5 minutos’, tus sobrenombres, los mates re dulces, fan de los pan dulces y las pastas de la abuela, haciendo tus quintitas y con tu alegría de siempre. Para siempre en nuestros corazones, tu mujer, hijos y nietos”.
ISRAEL RAMÓN CASTRO
Nació el 12 de septiembre de 1933, en la ciudad de Henderson. A los 26 años se casó con Nieves Beatriz Oroná, con quien tuvo un hijo, Esteban Rubén Castro. Sus tres nietas lo recuerdan así:
“Mi nombre es Julieta, porque él me llamó así en sueños, antes de que yo naciera. No soy muy buena con las palabras, pero él se las merece todas y por eso voy a intentar contar un poquito de cómo era mi abuelo, Israel Ramón Castro, Israelito o Cachito, como se presentaba siempre; Don Castro como lo llamaba la mayoría.
Una de las últimas historias que compartió conmigo fue la de cómo llegó a Tandil. Él trabaja en una fábrica en Capital, como tornero, y en uno de sus días francos, con un compañero, llegó a Tandil y fue a la Metalúrgica, habló con varios empleados del lugar, entre los que se encontraba el jefe de Recursos Humanos, con quien quedó en buenos términos y le entregó su tarjeta ofreciéndole trabajo en caso de que la vida lo trajera de vuelta a Tandil.
Unos años más tarde, conviviendo con mi abuela en Capital, en un encuentro con su suegro, acordaron buscar un lugar donde vivir todos juntos, mi bisabuela y mi abuela no podían pasar más de 15 días separadas. Conocían Tandil, así fue como llegaron y juntos compraron dos casitas cercanas en Villa Italia, en la calle Beiró y Pasteur, donde empezó a funcionar la Sodería Díaz y Castro, el primer apellido era el de su suegro por eso en ese tiempo todos lo llamaban ‘Díaz’.
Esa misma semana se acercó a la Metalúrgica con la tarjeta que aquella vez había recibido del jefe de Recursos Humanos, porque además de simpático y buen conversador, era un laburante de primera y muy buena persona y eso saltaba a la vista de quien estuviera dispuesto a entregar unos minutos de su tiempo. Esa misma tarde empezó a trabajar y así fue como la familia comenzó a echar raíces en esta hermosa ciudad de sierras.
Trabajó en infinidad de lugares, manejó la ambulancia del Hospital, manejó camiones para la empresa de materiales de la familia Gutiérrez cuando Tandil era la mitad de lo que es ahora, en el bazar Blanco y Negro, y como portero durante sus últimos 30 años en el Centinela II en el centro de nuestra ciudad, profesión de la cual terminó siendo presidente del gremio, aunque no era partidario de la política.
Amante de la carne y los asados, decía que ‘la papa era para el loro y el pasto para los conejos’, él prefería la carne con pan. En las noches de calor nunca faltaba una copa de sidra bien helada. Su flor favorita eran los jazmines y yo era ‘su jazmino’. Siempre nos presentaba a sus amigos del barrio como ‘las más lindas, igualitas a su abuelo’, y nos contaba noticias frescas, ‘aumentaron las heladeras’ decía cuando llegaba el invierno”.
“Soy Andrea, la nieta del medio. Quiero contarles un poco de lo que fue mi abuelo para mí y transmitirles un poquito de él a todos los lectores. Cómo muchos saben, por qué se hacía querer y conocer por todo el mundo, era portero en el edificio de Sarmiento y Alem, siempre respetuoso y traspasando ese respeto a quien anduviese por esos pasillos. Laburante cómo ninguno, se levantaba todos los días a las 4 de la mañana a barrer y baldear esa vereda que tantos años y momentos nos regaló.
Él decía que era la mejor hora, cuando terminaba, subía a cebarle mates a mi abuela y ya a las 8 bajaba a comprar el diario y terminar sus quehaceres, saludar a sus conocidos o simplemente abrirle al sodero del edificio, su amigo Planes.
Siempre con sus chistes alegraba al barrio a la hora que sea, tenía uno para cada persona conocida que lo cruzara, con sus anécdotas e historias que a mí siempre me hicieron tenerlo como un súper abuelo. Como la vez que auxilió a una chica embarazada en la ruta o como cuando ayudó a una señora mayor que se había quedado encerrada en el ascensor del edificio. Sin más hasta a mí me rescató con mi hermana mayor, Julieta, en una oportunidad que me quedé encerrada en el baño de su casa.
A la hora de los mandados era tan entretenido salir con él que incluso hasta Emilia, mi hermana menor, se divertía por el simple hecho de haberse pasado un par de cuadras de la distracción que llevaban charlando.
Hoy la pandemia se lo llevó, a los 87 años, el Covid lo alcanzó pero no lo dejó salir. Nos quedamos sin noticias frescas, sin caminatas eternas por el centro saludando a todo el mundo, y sin esos chistes que le robaban una sonrisa a cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar. Se fue al tranquito manso, como él decía cuando iba a salir y siempre llegaba con las facturas para el mate con los nombres tan peculiares que le ponía, al vigilante por ejemplo le decía ‘la autoridad’, la torta negra era la ‘cara sucia’, y así con innumerables cosas.
Pero sin dudas nos dejó muy buenos recuerdos, muchas sonrisas, la enseñanza de que sin trabajo y esfuerzo no se sale adelante, y que siempre hay que disfrutar de lo que uno hace y sonreír porque nunca se sabe qué situaciones está pasando la persona que tenemos al lado, así que siempre lo mejor es regalar una sonrisa y una palabra de aliento.
Abuelito, esperamos poder seguir tus gratos consejos y transmitírselos a las personas que tanto te querían; gracias por todos tus aprendizajes y por cada helado que nos regalabas cuando nos ibas a buscar a dibujo, a la escuela y compartíamos un ratito con vos.
Nunca vamos a olvidar las incontables veces que te veíamos parado en esa esquina, ya sea charlando o esperándonos. Esperamos ser tu fiel reflejo y que la gente sonría cuando nos vea entrar como lo hacíamos con vos, cuando cruzabas la puerta de “1823”, “Los Pinos” o “La Sureña”. Ojalá logremos ser un poquito de lo que vos fuiste. Hasta siempre Cachito de nuestro corazón. Te amamos para siempre, tus nietas”.
PEDRO ALBERTO CAPONIO
Pedro Alberto Caponio falleció el pasado 27 de abril, a los 91 años. Se fue detrás de su compañera, con quien sólo ocho meses lo separaron de su partida. La familia sabe que Dios los volvió a unir en su reino.
“Te extrañamos, pero nos consuela saber que estás en paz. Te queremos, tus hijos, nietos y bisnietos. Donde quieras que estés, que seas feliz. Nuestros corazones están contigo”.
GUILLERMO VÍCTOR EMILIO CANZIANI
Guillermo Víctor Emilio Canziani, o simplemente Víctor como todos lo llamaban, nació en Tandil, en el Hospital Ramón Santamarina, el 21 de abril de 1980, taurino como ninguno. Vivió en su amada La Movediza casi toda su vida.
A los 13 meses de vida, afrontó una meningitis que le dejó como secuela una hipoacusia. Eso no le impidió seguir adelante, siendo el más loco y vago.
Comenzó a concurrir a la Escuela 501, a sus dos años, y a su vez haciendo integración en el Jardín 910. En la misma terminó la educación primaria, donde hizo muchos amigos. Gracias a su escuela tuvo la posibilidad de hacer una pasantía laboral en la Universidad del Centro, ubicada en Pinto y Chacabuco.
A los 17 años, empezó a trabajar en la imprenta de la Universidad, donde permaneció hasta la actualidad.
Hizo amigos y buenos compañeros que lo apreciaban mucho. Era un apasionado de los autos. Fanático del Fiat 600, el cual arreglaba una y mil veces; como también del Torino, pero un pedacito de su corazón estaba en Ford por su abuelo Sebastián.
El mate amargo y/o de leche, su mejor compañero. Las picadas y los asados, sus favoritos. Amaba pasar el tiempo con sus sobrinos, jugando a la play y contarles sus anécdotas. Fanático de Independiente de Avellaneda (“los diablos rojos”, como a él le gustaba decir), compartía esa pasión con su hermana Laura y su sobrino Iván. Le gustaba la playa pero mucho más le gustaba el arroyo, el cual elegía para vacacionar.
A los 27 años conoció a su compañera de vida, la cual estuvo con él siempre. Por cosas de la vida no tuvieron hijos, pero amaban a sus sobrinos como si fueran suyos. Proveniente de una gran familia, tenía ocho hermanos: Jorge, Luis, Juan Carlos, Abel, Laura, Marcio, Noelia y Camila. Su mamá, Cristina Graciela Ricardo. Ellos eran todo para él.
En el último tiempo padecía distintos problemas de salud por una afección pulmonar de larga data, la cual no pudo superar. La familia de Víctor agradece a todo el conjunto de compañeros de la Universidad del Centro, a su obra social Ospuncba y secretarios que allí trabajan, por su amabilidad para con él y la familia, siempre. También agradecen al doctor Damián Silva, su neumólogo, que lo acompañó tantos años con sus pesares de salud. Al Sanatorio Tandil y su inmenso equipo por atender cada dolencia y circunstancia con tanta amabilidad y respeto y sobre todo, agradecer al doctor Diego Marino de la terapia intensiva.