Por Daniel Xodo

Marco Fabio Quintiliano. Educador y retórico romano. (35- c.95).

Trasmitir los conocimientos necesarios para la vida a su progenie fue siempre una preocupación central en el hombre. Pero también lo fue obtener de cada persona las mejores potencialidades en las tareas que deba desempeñarse.

Educare y Educere. Darle los conocimientos que necesita y no posee y también lograr que obtenga y externalice lo mejor de si mismo.

Quintiliano, considerado por muchos como el primer pedagogo de la historia de Occidente fue un experto en retórica. Alumno de Cicerón y maestro del futuro emperador Adriano, de los hijos del emperador Vespasiano, de Juvenal y de Tácito. Su especialidad era la “ciencia del discurso”. Lo cual debía ser útil para convencer en asuntos públicos. Al igual que en Grecia. Enfatizando el valor de la elocuencia que era útil a la sabiduría del hombre de bien “. . . de auténtico sentir ciudadano, no en discusiones esotéricas, sino en experiencias de la vida real y en sus obras”.

“Non multa, sed multum”. No muchas cosas sino mucha profundidad. La elocuencia empleada para esclarecer problemas y encontrar soluciones.

Su objetivo era formar ciudadanos probos que tuvieran, exaltaran y trasmitieran las virtudes romanas, tanto las personales como las cívicas.

Para lo cual enfatizaba en la importancia de la escuela y su vinculación con los padres.

Defensor de la escuela pública, del esfuerzo y la competitividad para que cada cual logre lo mejor de sus posibilidades y la conveniencia de eliminar el sentimiento de fracaso en quienes no alcanzaran lo óptimo. Señalaba la formación del estudiante como objetivo principal, no para procurarle -ni procurarse el educador- mayores ganancias, (algo frecuente en los maestros privados de todas las épocas) sino para lograr que siendo mejores hicieran mejor las cosas.

Fue un critico severo de la decadencia de la escuela, que comienza por la de sus formas y concluye, ineludiblemente por sus resultados.

Quintiliano no pretendía lograr espíritu crítico – tan en boga en educadores modernos – en personas que no tenían edad, conocimientos ni madurez para usarlo apropiadamente, sino imaginación y creatividad, que en edades tempranas abunda y genera soluciones innovadoras a los problemas prácticos.

En tiempos en los que la “deconstrucción” de todo orden natural (eufemismo para reemplazar la palabra destrucción) parece alcanzar a casi todas las actividades y ordenes sociales, sería conveniente volver a conceptos perennes en la educación de todos los niveles para la realización del hombre.

“Ojalá no corrompiéramos en nuestra propia persona las costumbres de nuestros hijos”, ponderaba en sus escritos.

La retórica que enseñaba Quintiliano no ocupa lugar entre las habilidades que hoy son parte de la currícula educativa, pero sus principios son siempre útiles en la búsqueda del conocimiento.

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“Non multa, sed multum”