POR NÉSTOR DIPAOLA

Tandil es una ciudad que tiene para contar y mostrar, una historia rica y apasionante. No por ser mejor, o más buena, o más coqueta, sino por una cuestión de antigüedad, si la medimos con cualquier otra de la región. Sin embargo, esa historia es bastante desconocida por gran parte de los pobladores.

Hemos escuchado en los últimos tiempos, escuchar respuestas a turistas, o diálogos entre tandilenses, en los que resulta sencillamente penoso advertir esta realidad.

Obviamente que no nos referimos a historias recientes, sino a aquel pasado de muchas décadas o incluso siglos atrás. Sin ir más lejos, el lunes pasado, 4 de abril, hemos escuchado a muchísima gente afirmar que en esa fecha de 1823 se fundó el Fuerte Independencia, lo cual es absolutamente cierto. Pero algunos agregaban:

-“Nacimos como Fuerte Independencia y el nombre Tandil llegó más adelante”.

Eso es terrible. Este valle ya había sido citado como “Tandil” alrededor de cuatro siglos atrás.

Otro tema importantísimo y desconocido es el relacionado con la cuestión indígena. Y que otorga incluso relatividad respecto de los años que realmente tiene Tandil. Veamos.

EL NACIMIENTO DEL FUERTE Y EL NACIMIENTO DE TANDIL

Ya nos habían nombrado en actas del Cabildo de Buenos Aires del 31 de julio de 1617. Allí se dice que Hernando Arias de Saavedra salió a "aquietar a los indios". En verdad, el famoso Hernandarias ya había recorrido esta región en 1596, en su carácter de Gobernador de la Provincia del Río de La Plata y había informado al rey, al pasar por las sierras del Tandil, que este lugar es: “de lo más interesante y de mayor importancia que por ahora se ofrece en estos reinos". El 6 de abril de 1672, se había hecho mención a “hurtos de ganado por parte de indios que habitaban la zona de Tandil y Sierra de la Ventana”, que recibían la denominación de indios "serranos".

Otro dato similar es del año 1774, cuando el sacerdote jesuita Tomas Falkner, de regreso en Londres, publicó su libro "Descripción de la Patagonia", y en un párrafo dice:

"Los valles son fertilísimos, la tierra es negra y profunda, sin arcilla y siempre está cubierta de tan buen pasto y en tal abundancia que las haciendas que por allí pastan engordan en muy poco tiempo; por lo general, estos valles están encerrados por las montañas en el extremo, o por algún morro que se levante en el medio (…) En toda la región de Buenos Aires no he visto otra tierra que más se preste al aprovechamiento". "La parte del medio llámase Tandil y deriva su nombre de un cerro que se levanta a mayor altura que los demás".

En 1796, el sabio Félix de Azara, marino, naturalista y geógrafo del rey, describió a ésta como "la tierra más fértil del universo".

AQUÍ NO HUBO NINGÚN “DESIERTO”

Una aberración bastante frecuente que debemos atribuir a la denominada “historia oficial” es la relacionada con el presunto desierto de estas zonas. Falacia total. Aquí había gente. Y mucha. Por eso que las fechas fundacionales suelen ser relativas. O meras convenciones. No obstante, las actas fundacionales del 4 de abril de 1823, escritas por el propio Martín Rodríguez, son inapelables y por eso celebramos ese día como fundacional. Pero si aquí viene alguien y dice: “Esta ciudad nació en el año 1801” -por ejemplo- no podríamos negarle razón. En primer lugar, porque el topónimo Tandil ya existía, como hemos visto con claridad. Pero sobre todo, porque había una población humana importante, con su vida, quehaceres y pertenencias. Aquí los mapuches, entre otras cosas, fueron los pioneros del comercio al organizar la “Feria Indígena del Chapaleofú”.

Hay unas cuantas ciudades con fechas fundacionales imprecisas. Un caso emblemático es Rosario, que ni siquiera tiene fundador. Incluso hay quienes aseguran que fue fundada “por la Virgen”. Parece extraño, pero no lo es tanto. Hacia 1730, devotos fervientes construyeron una pequeña capilla con una imagen de la Virgen María. Y alrededor de la misma, se fue gestando la villa. Existen muchos casos en los que hay más dudas que certezas respecto de los orígenes de los lugares, incluso cuando de países se trata.

En la mayoría de los escritos a partir de 1880 se trató de imponer en su bibliografía la dicotomía entre “civilización” y “barbarie”. Recién un siglo después -mediados de la década de 1980- se empezó a estudiar un poco más exhaustivamente “la cuestión indígena”. Las historias de ciudades y pueblos surgidos a partir de fortines instalados para expulsar al indio, se contaban a partir de esas fechas. Y lo poco que se escribía para hacer referencia a los anteriores pobladores, era para calificarlos de “salvajes”, “bárbaros” y “haraganes”, con la intención de justificar lo injustificable. Del mismo modo, los gauchos de entonces fueron considerados “vagos” y “malentretenidos”. Y de los negros, ya ni siquiera se habla.

REFERENCIAS A LA INDIADA DE LA REGIÓN, EN TIEMPOS DE LOS ENFRENTAMIENTOS

Muchas personas que vivieron en la época de los enfrentamientos entre gobernantes y aborígenes de esta región, incluso militares, dejaron escritos que testimonian que al indio se lo pudo haber integrado, pero no se quiso, sobre todo por intereses económicos.

El coronel Pedro Andrés García, en 1810 escribió: "(los terrenos son) feraces en toda clase de granos, legumbres y cuanto es necesario a la vida humana, cuyas producciones me ha mostrado un indio araucano establecido allí, y las cultiva para sustentarse". Dos años más tarde, en 1812, el cacique Quinteláu anunciaba que había logrado introducir en su tribu "el gusto a la labranza".

El testimonio de un cautivo, Lorenzo Deus, es contundente en la descripción de las tareas de labranza, principalmente en trabajos realizados por las mujeres, con arados que hacían de vigas de madera: “Labraban la tierra las chinas en la estación oportuna. Los granos que cosechaban los guardaban en bolsas de cueros de caballos; una vez que estaban llenos de grano y estibados, parecían caballos embalsamados". “De los zapallos hacían orejones y una vez que estaban secos los guardaban en bolsas de cueros para comerlos en invierno en el puchero o en guisos. Al maíz lo trituraban entre dos piedras y hacían una especie de locro o mazamorra”. (Revista "Todo es Historia", 215 y 216, 1985).

Entre los sectores del poder hubo disidencias sobre la cuestión indígena. El escritor y militar Álvaro Barros, sostuvo: “Si los gobiernos hubiesen comprendido cuánto importa no despreciar a los indios, habrían adoptado un plan político que trazara la línea que debiesen seguir los jefes de frontera; pero desgraciadamente desde las épocas remotas de la conquista, los indios han sido víctimas de la injusticia”. ("Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur").

Otro militar, Juan Cornell, informó que los indios hacía años que se mantenían en paz en la zona de Lobería, Tandil, Chapaleofú, Los Huesos, Tapalqué y Kakel Huincul (Dolores). Y añadía: "Desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez y se retiraron de Kakel donde residían las tribus de Ancafilú (cacique de Tandil y alrededores), Pichimán, Antonio Grande y Laudau, que vivían pacíficamente agasajados por don Francisco Ramos Mejía, que permanecía en su estancia con toda su familia y rodeado de estas indiadas".

Por su parte el general Lorenzo Wintter publicó en 1885 el informe "Memoria del Departamento de Guerra y Marina”. Las siguientes palabras son elocuentes: “Si se hubiera procedido con benignidad, esas indiadas hubieran sido nuestro gran auxiliar para el aprovechamiento de la Patagonia".

Y el estanciero de la época Emilio Daireaux, dejó escrito: “El indio no combatía a los vecinos, ni los invadía. Para él, la propiedad del territorio que ocupa está ligada a la idea de patria: ambas forman una sola cosa y son igualmente sagradas. Los europeos no la respetan ni le permiten defenderla, y se apoderan sin reparo alguno de las tierras que le pertenecen, puesto que son el suelo de su patria”.

LOS PACTOS QUE FUERON VIOLADOS

La fundación del Fuerte fue producto de la violación de acuerdos previos por parte de los gobernantes. Por ejemplo el “Pacto de Miraflores”, de 1820. Se firmó en la estancia del mismo nombre, de Francisco Ramos Mejía, un hacendado de la región que convivió con los indios, les compró tierras y se las pagó. Además, los contrató para trabajar en sus campos. Los integró. Pero por ello fue invadido y encarcelado por parte de las fuerzas “del orden”, presuntamente “civilizadas”. En esa misma acción asesinaron a un centenar de indios, inclusive niños. Francisco ya había sido denunciado como “hereje” por un sacerdote y su afinidad con los indios era considerada sospechosa. Ramos Mejía había sostenido que se estaba cometiendo el peor de los crímenes al tratar al indio como infrahumano, al violar los pactos, al obligarlo a asumir la voluntad del blanco por la fuerza y al presentarle una forma de “cristianismo hipócrita”.

Así, el “Pacto de Miraflores” se hizo añicos en poco tiempo. En 1821, Martín Rodríguez envió una fuerza militar con el pretexto de ejercer represalia contra un malón capitaneado por el caudillo chileno José Miguel Carrera -que respondía a intereses personales- que había destruido la población de Salto. Los aborígenes de estas sierras no habían intervenido para nada en Salto, que además quedaba muy lejos. De este modo, se preparó el camino para la fundación de la fortaleza.

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