De esta conversación ya hace varios días (hasta pudo haber ocurrido el mes pasado).

Mi amiga La Rubia:

-¿Sabés bailar tango vos?
No tengo muchas cualidades; bailar el tango está entre ellas. O sea, en las que no tengo. Pero los de mi tipo –es decir, aquellos que carecemos de todo tipo de pericia en algo- no dejamos pasar la oportunidad de mentir cuando suponemos que no vamos a quedar expuestos en la mentira. Es decir, La Rubia me estaba haciendo una pregunta así, de la nada;no iba a decirme ponete a bailar ahora. De manera que mi respuesta no se hizo esperar:

-Obvio. ¿Nunca te lo dije? Gran bailarín de tango soy. No podría decirte que me especializo en algún estilo puntual, pero ciertamente lo llevo con orgullo. Ya casi no queda gente que sepa bailar bien el tango. ¿Por?

-Ah… qué lástima. Yo siempre quise aprender y en La Confraternidad van a dar unas prácticas de iniciación, como un taller y quería proponerte de ir.

Uno podrá ser un mentiroso compulsivo, pero no una mala persona. No podía privar a mi amiga de hacer algo que le gusta. Una materia pendiente, digamos.

-Pero puedo acompañarte igual. Ya te digo, no tengo un estilo muy depurado. Me va a venir bien. ¿Cuándo es?

-El 9 de enero. Falta todavía…

Perfecto. Un lapso de tiempo suficiente como para ir confesando de a poco mi mentira. Algo así como ´uf…, hace tanto que no bailo´, ´tango, lo que se dice tango, no bailo, pero sí pasodoble y chamamé…´, ´increíble cómo se va olvidando uno con la falta de práctica´.

Conclusión: llegó el día 9 y mi amiga La Rubia tenía más que claro –algo que debió sospechar desde el minuto cero- que sé tanto de bailar tango como de tripular naves espaciales.

Cuando llegamos ya había mucha gente: una convocatoria fenomenal. Y algo que me agradó muchísimo es que había de todas las edades. No era, como me suele ocurrir a menudo, el más viejo del universo; había algunos mayores que yo.

Excepcionales los profes: Gabriela Gallese, Alejandro Lazzaro, Delfina Pissani y Diego Valero, que en cuestión de minutos nos pusieron a tono y promediando la media hora, ya estábamos haciendo nuestros primeros pasos en la pista.

Si bien nos resultó relativamente sencillo, mi amiga y yo debimos superar algunas cuestiones de carácter intrínseco de cada personalidad. Ella, por caso, debió “dejarse llevar” por quien “conducía”: yo.

-¿Podés aceptar, por favor, que en estas circunstancias el que manda soy yo?

-No, mandar no. Tengo que seguir tus movimientos, que es muy distinto.

-Dejá de discutirme y hacé lo que yo te digo o llamo al profe…

En cuanto a mí, lo de siempre: tratar de tomar dominio sobre mi cuerpo y dotarlo de una mínima dosis de coordinación.

Creo que aprobamos.

Por lo pronto, el próximo jueves estaremos allí, firmes. Y me atrevo a invitar a quienes tienen pendiente saber bailar tango que se acerquen a La Confraternidad, el 16 a las 20.

-Che, Rubia. Vas a ver que en la última clase vamos a ser Elvira y Virulazo.

-¿Quiénes?

-Elvira y Virulazo. Una famosa pareja de tango. Los mejores… ¿cómo no los vas a conocer?

-¿De qué año estamos hablando?

-Eso no importa. Para el tango no hay edad.

-Qué antiguo que sos.

-Puede ser. Pero como dijo el profe: vos seguime a mí…

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