-A veces, y escuchame bien que digo a veces aunque me veo tentado de decirte casi siempre, tenés que tratar de encontrar una tercera, cuarta o quinta alternativa a lo que la pereza de pensamiento o interés de algún tipo te presentan como una disyuntiva, es decir entre dos opciones que se excluyen mutuamente.

Me miró con esos ojos celestes y vivos con los que no siempre me mira e hizo un silencio. Eso sí hace a menudo: me invita a un pensamiento y ni bien termina de plantearlo trata de darme un tiempo para que lo pueda seguir. Como si saliéramos a caminar juntos y yo no pudiera seguirle el ritmo; él no se va a adaptar al mío ni yo al de él (ojalá pudiera), pero tiene la deferencia de hacer un alto en su marcha cada tanto, hasta que volvemos a emparejarnos.

-Esquivarle a las posturas maniqueas-, le dije ya entrando en clima. Maniquea no es una palabra que utilice a menudo.

-Algo así. Pero escaparle al maniqueísmo es tratar de encontrar los grises entre un blanco puro y un negro pleno. Un intermedio. Yo te hablo de salirte de ahí, de buscar terceras o cuartas alternativas fuera de la trampa de la dualidad. Rojos o azules, no grises.

Y algo vio en mi rostro como para continuar con la explicación.

-Te voy a dar un ejemplo y espero que tengas buena memoria. ¿Te acordás de la hamaca de Firmat?

-Sí, claro. La que se movía sola y nadie le encontraba una explicación.

-Exacto. Pero sí le encontraron explicación. No una, sino dos: para unos, el que provocaba el vaivén de la hamaca era el fantasma de un niño que había muerto años atrás en un accidente. Un alma que se negaba a subir hasta tanto los culpables de su muerte recibieran su condena. Para otros, se trataba de una cuestión física. El asiento de la hamaca que se movía era ligeramente más ancho que el de las dos restantes. De manera que esa superficie más grande oponía mayor resistencia al viento, lo que la hacía columpiar mientras sus vecinas, que colgaban del mismo travesaño, permanecían quietas. Seguramente vos habrás optado por una de las dos explicaciones.

-Por supuesto: la versión “científica” es la que más me convenció. O al menos, me dejó más tranquilo. Aunque en el fondo hubiera preferido que la ciencia no le encontrara una explicación. Me gustan ciertos misterios.

-En el mundo de hoy ya no son posibles los misterios. Cualquier charlatán con wifi le va a encontrar explicación a todo. Y te puedo asegurar que hay charlatanes muy convincentes. Acá va uno: el que nos quiere hacer creer que vivir mal está bien. Y no te estoy hablando (o no solamente) de este gobierno.

-Te entiendo. Pero en el ejemplo que me diste ¿puede haber una tercera opción?

-Como te dije al principio, casi siempre la hay. Y hasta una cuarta, quinta…

-¿Vos la sabés?

-No. Pero trato de imaginarla. Porque si alguien dijo que el que se hamacaba era un fantasma es porque lo imaginó. No fue muy original porque hay cientos de películas al respecto, pero algo es algo.

-¿Y el de la teoría científica del viento?

-También la imaginó. Y luego trató de encontrar las reglas físicas de la estática y la dinámica y los cálculos que le dieron la razón. Pero lo primero es imaginar. Por eso la tercera postura de la que te hablo también parte de la imaginación. La mía. Y se quedó ahí nomás, porque no tengo ganas de andar fundamentando mis ocurrencias. Con que se me ocurra algo me doy por satisfecho a esta altura del campeonato.

-¿Me la vas a decir?

-Tratá de imaginarla vos. Te doy una ayuda: es como el maniqueísmo, que trata de encontrar matices entre lo blanco y lo negro. Sólo que en vez de salir una variante del gris, quedó un verde claro.

-Otra ayuda más, por favor.

-Bueno. Aquel niño muerto, cuya alma quedó entre nosotros para exigir justicia a su triste final mal podría hamacarse. Porque hamacarse es jugar, disfrutar, no protestar. Lo más lógico sería que provocara tempestades de la nada o golpeara puertas. Eso en caso de estar muy embroncando. Pero si había quedado muy deprimido –algo que también es probable-, apenas le daría para sentarse en la plaza, resoplando cada tanto por su suerte. Por otra parte, los científicos concluyeron que había una única velocidad posible del viento para hacer mover a esa hamaca más ancha y no a las otras dos. Si muy fuerte, movía a las tres; si muy débil, no movía a ninguna. Es decir un viento leve, casi imperceptible. Como un suspiro. Entonces...

-Lo que provocaba que la hamaca se moviera era el suspiro, el resoplo, de ese fantasma niño.

-¡Muy bien! He ahí una tercera opción. Porque la vida, a veces y sigo tentado de decirte por lo general, es mucho más compleja que una creencia publicitada en Hollywood y que una fórmula matemática que figura en un libro de quinto grado. La vida es más bella. Y si querés, más misteriosa que eso.

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