No es la primera vez que me pasa, pero no por eso lo voy a naturalizar. Al igual que la vez anterior, me sucede cuando llego a casa cansado del laburo. Lo mismo: intento abrir la puerta de entrada y no puedo. Un fastidio, una preocupación, una cerradura rota quizás; pero la llave abre, el picaporte acciona. Hay algo del otro lado, como un sillón, un ropero apoyado contra la puerta.

Empujo fuerte del lado de afuera y es como si algo (¿alguien?) hiciera lo mismo de adentro, en sentido contrario. Al fin, cede la presión del otro lado. Si paso la panza, paso todo -me digo-, y efectivamente. Paso. Entro.

Cuando prendo la luz no doy crédito a lo que veo: un elefante. No un elefantito de porcelana (esos a los que se le anudaba un billete en la trompa para atraer la fortuna) ni de peluche: un elefante de verdad. Gris, arrugado, trompudo, orejón… con todas las características de un elefante.

Ocupa buena parte del living de casa. Intenta darse vuelta para verme, tira la lámpara de pie y una banqueta. Logra ponerse de frente y me mira, como pidiéndome perdón. Por la lámpara, la banqueta o por estar ahí.

La Negra, como siempre, duerme debajo de la escalera. Para qué tengo un perro que ni siquiera va a ladrar a un elefante.

Todavía estoy parado, petrificado, junto a la puerta. No sé si irme, llamar a bomberos, a Granja Los Pibes, a un amigo. Justo en ese momento, mi vecino pasa por la vereda, viene de guardar el auto.

-Víctor, buenas noches. ¿Qué hago con esto? Mire. Asómese.

-Hola, Marcos. ¿Con qué?

-Con este animalejo que está acá.

-Pobre Negra, déjela dormir nomás.

Víctor anda medio distraído últimamente. Lo saludo y le deseo que descanse. Decido avanzar con fingida naturalidad.

-Permiso, le digo al elefante que me da paso y tira otra banqueta.

Me siento en el sillón, sin dejar de mirarlo. Enciendo un cigarrillo. A él le da un poco de curiosidad el fuego del encendedor; hace un movimiento con las orejas. Lo vuelvo a prender y vuelta con lo de las orejas. Jugamos un rato a eso. Quiere soplar la llama y me escupe.

Resopla de la risa y vuelan tres o cuatro libros de la biblioteca. Levanta uno con la trompa y se lo lleva a la boca. Lo freno en seco.

-¡No! Los libros, no. Y lo suelta.

Tiene hambre. Creo que en la heladera quedan algunas manzanas. Estos bichos deben comer sano. Cuando entro a la cocina, me encuentro con otro elefante. Elefanta. Lo intuyo porque es un poco más chica que el que está en el living y claramente tiene cara de hembra. Al verme intenta salir corriendo para el patio. Pero como la puerta estaba cerrada, rebota y la abolla un poco.

Se nota que está nerviosa. Trato de calmarla:

-¿Vos sos la novia del otro? Mirá, lo que tengo... Esta manzana es para vos.

Se la tiro, como si fuera un perro y la atrapa en el aire con la trompa. "Estos elefantes se escaparon de un circo", pienso.

Para esto, el que está en el living se echó, de largo a largo. Trato de no pisarlo y me acomodo nuevamente en el sillón. A pensar.

Supongo que a esta hora de la noche, nadie me va a atender, no solo Víctor. Capaz que no soy el único que de vez en cuando se encuentra elefantes en la casa. O peor aún: van a creer que estoy loco. Tampoco los voy a abandonar en la calle. Si bien no son mis mascotas, ni siquiera son mascotas, adhiero a la tenencia responsable.

Prendo la tele para ver qué dan y me engancho con uno de esos programas políticos de la noche. Con panelistas que discuten. O no discuten, hablan fuerte para ver quién está más de acuerdo con el otro, pero con ceño fruncido. Uno de ellos va a ser presidente en cualquier momento. Antes me causaba gracia escucharme decir esas cosas.

Se nota que estaba cansado -el estrés de encontrarse dos elefantes dentro de la propia casa no es para cualquiera-. Me despierto a eso de las siete de la mañana, sobresaltado. Con la tele prendida. Están dando el noticiero de la primera hora. Me vuelvo a enganchar con las noticias; más o menos lo mismo, pero en tono de novedad: los mercados pujantes, los índices pum para arriba, las acciones nunca estuvieron mejor, “la put… que vale la pena estar vivo”, grita Héctor Alterio y un caballo salvaje le pega una patada en el trasero. En eso, el timbre me hace dar un sobresalto.

-¿Quién es?

-Del Circo de los Hermanos Disparate, jefe.

-No, no me gusta el circo, le agradezco.

-No, no. Andamos buscando dos animales que se nos escaparon anoche.

-¿Señas particulares?

-Yo soy alto, bien parecido, peinado achatado. El otro es talla baja…

-No, señas particulares de los animales.

-Son peligrosos felinos, despiadados, están hambrientos y no sería la primera vez que se almuerzan un cristiano.

-Sí, están acá.

Le abro la puerta y los elefantes mueven la cola, contentos, y dan saltitos de alegría.

-Pero si serán desorejados. La próxima vez que se escapen les voy a dar de comer a este…

En eso veo que viene a las corridas un enano disfrazado de Pepe Grillo.

-¡Los encontró, patrón!

-Sí, dale, ayudame. Vos llévate a Pindonga y yo me encargo de Cuchuflito.

El tipo se está por ir, pega media vuelta y me extiende la mano.

-Gracias, amigo. La última vez que se nos escapó un animalito llegamos tarde. Una tragedia.

-¿Lastimó a alguien?

-No, lo hicieron al espadón… al asador, creo que se dice acá. Un oso pardo era, hermoso. Y sabroso, alcanzamos a comer una costilla.

-Uh, qué macana. Y estos, ¿qué especie de elefante son?

-No, no son elefantes. Son panteras grises. Los elefantes son más grandes. ¿Nunca vio un elefante?

-No, la verdad que no.

-¿Qué noticias están dando en la tele?

-Que el riesgo país está en baja y se vienen los buenos tiempos. ¿Usted compró acciones?

-Obvio, de Entel tengo. Parece que esta vez sí, jefe, esta vez sí. Estamos saliendo. Tome, le dejo entradas para la función de esta noche. Hay magos, payasos, saltimbanquis, la rueda de la muerte, el perro invisible y la mujer barbuda.

-Gracias, amigo. Una última consulta: ¿si me encuentro con un elefante, qué hago, los llamo a ustedes?

-No, jefe. Acá elefantes no hay. Esto es Argentina.

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The Grey Panther Show