El Imperio Británico, a lo largo de toda su historia, ha hecho del colonialismo un estilo. Aún hoy lo mantiene y de eso bien sabemos los argentinos.

Los imperios siempre se han permitido estas cosas, que incluyen –o tienen como objetivo- el robo y el pillaje. En el caso del Reino Unido pareciera formar parte de su naturaleza. No han escatimado esfuerzos y gastos en tal sentido. Gastos, costos y esfuerzos que siempre han corrido por cuenta de terceros.

No solo nosotros lo hemos padecido y seguimos padeciendo. Desde distintos puntos del planeta pueden dar fe de esta forma de ser, por más que algunos la disfracen de "flema británica" o consideren que cuando alguien actúa correctamente se porta como "un señorito inglés".

India es uno de los países más maltratados por la opresión colonialista de Su Majestad. Años de ocupación, miles de muertos, incalculables saqueos son algunos de los ítems que figuran en el balance altamente desfavorable para el pueblo indio, hoy el más populoso del mundo.

En abril de 1919, en una plaza pública de la ciudad de Amritsar, al norte del país, se habían reunido miles de personas a celebrar la festividad de año nuevo. Por aquel entonces, el clima estaba un poco caldeado con el tema de la ocupación británica y el hecho de ver a tanta gente junta no le cayó muy bien al general Reginald Dyer, un cipayo al servicio del ejército británico, que sin demasiados titubeos ordenó abrir fuego contra la multitud.

La cifra oficial de muertos fue de 379; la verdadera, superó los dos mil. Tras una pantomima de investigación, el militar fue relevado y en Inglaterra fue recibido como un héroe y hasta algún diario lo calificó como "el hombre que salvó a la India". Afortunadamente, la historia le deparó un calificativo más acorde: "el carnicero de Amritsar".

Décadas más tarde, el primer ministro británico David Cameron llegó en viaje de negocios a esa ciudad y visitó el monumento levantado en memoria de las víctimas. Con gesto de ocasión calificó el acontecimiento como "profundamente vergonzoso en la historia británica", con esa incapacidad imperial de no poder dejar de mirarse el ombligo. Ni perdón ni disculpas ni "sorry". Mucho menos una reivindicación monetaria para el pueblo o los descendientes de las víctimas.

Y como sucede cada vez que un alto funcionario del Reino Unido pisa suelo indio, desde distintos sectores le cayeron encima para que devolviera algo de lo robado. Por ejemplo, un diamante que tiene un altísimo valor no sólo económico sino también histórico y cultural para ese pueblo asiático: el Kohinoor, que en persa significa "montaña de luz". También es reclamado por Pakistán y Afganistán.

El diamante, de más de 21 gramos y 105 kilates, luce hoy espléndido en la Torre de Londres, engarzado en la corona de la difunta Isabel.

Lo cierto es que alguien se encargó de remarcarle a Cameron que ya iba siendo hora de que lo devolviera.

Pero ya lo había dicho alguna vez y lo repitió en la ocasión: "Si dices que sí, de repente verás al Museo Británico vacío". Toda una confesión.

La cuestión es que sobre el diamante se ha dicho que está maldito y no puede ser usado por ningún hombre.

Por lo pronto y al momento de la asunción de Carlos III como rey, su esposa y reina consorte Camilla desistió de usarlo. Tal vez por pura superstición o quizás con algo, un mínimo, de vergüenza.

Nobleza obliga.

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