En alguna época de mi vida me entretuve buscando parecidos entre las gentes. Creo que más que una época fue una circunstancia: en ese entonces frecuentaba un grupo de amigos que por alguna razón habíamos coincidido en ese entretenimiento.

Por aquellos años o quizás tiempo más tarde creí llegar a la conclusión de que el asunto significaba algo más que un pasatiempo o una manera más o menos divertida de alargar nuestras reuniones. Lo creí una práctica parecida al arte. Porque como en toda práctica, nos fuimos perfeccionando. Es decir, pasamos de los parecidos evidentes (Néstor Kirchner y Tristán o Christian Sancho y Edinson Cavani o el profesor Neurus con el Vasco José Ignacio De Mendiguren) a los difíciles; a las semejanzas escondidas o disimuladas en un pliegue del tiempo o la memoria. Así, de los rasgos notables y comunes en los rostros de los protagonistas incursionamos en aspectos más profundos: una mirada, un gesto, un corte de pelo o hasta cierta actitud en una fotografía. Sin embargo, no se admitía el atajo de “tienen un aire”: el requisito fundamental seguía siendo que todos le encontrásemos el innegable parecido que solo uno de nosotros había notado. En eso éramos muy estrictos y ninguno quería exponerse a ser rechazado con un veredicto del estilo “nada que ver”. Habíamos dejado atrás el amateurismo.

Todo esto, a través de imágenes que circulaban por la red, en años en que internet aún no estaba tan evolucionada y no existían aplicaciones ni Google Lens, por ejemplo. En alguna oportunidad, alguno de nosotros caía a los encuentros con recortes de viejas revistas para fundamentar su descubrimiento.

Ahí, entiendo, radicaba el arte: en pasarse horas en la búsqueda de imágenes que podían demostrar lo que el pensamiento, el recuerdo o hasta cierta intuición (el alma) nos marcaban. Dar al fin con la confirmación de nuestra sospecha era como terminar una composición, un cuento, un cuadro o una escultura. Faltaba aún la sentencia del jurado (nosotros mismos) y la aceptación del público: eventuales presentes a esas reuniones, ajenos a nuestra métier.

Hemos llegado a proponer situaciones tales como la siguiente: “Vayan al kiosco de tal lugar y fíjense bien el tipo que atiende. Es igualito a Gene Hackman en ´Mississippi en llamas´”. Y era una obligación de honor pasar por ese kiosco.

Con el tiempo, y como todo, la búsqueda de parecidos pasó a estar de moda. Hasta un programa de televisión semanal tenía un segmento dedicado al tema. Y, lo dicho: el mundo virtual le fue quitando gracia al asunto; cualquier improvisado podía encontrarle dos o tres parecidos a Claudio Paul Caniggia.

Por esta razón –o tal vez por una cuestión de madurez-, nosotros también fuimos abandonando la costumbre y finalmente el grupo se disolvió, como parejas que van perdiendo la pasión y, paradójicamente, las semejanzas.

De tanto en tanto me topo en alguna publicación con algún rostro que me sugiere otro y como si volviera a tomar una guitarra, luego de tantos años, trato de recordar acordes y tonos. Por lo general, sólo me salen sonidos absurdos, discordancias nacidas en profundos olvidos.

Ayer encontré una imagen de Ernest Hemingway junto a un amigo y a una botella de whisky, seguramente en La Habana.

Ahí estaba, en la mirada del autor de “El viejo y el mar”, en su boca hermética y su bigote cuidado el rostro de alguien, de un alguien más cercano a mi mundo. Dejé la fotografía en la pantalla de mi computadora, mientras hacía otras cosas. A veces, volvía a mirarla y seguía en lo mío.

Por fin, y como una melodía inspiradora, llegó a mi mente el nombre que me venía esquivando: el de mi amigo Luis.

Buscando cierta valoración, le envié la foto a su hija para que me diera su veredicto. Y sin esperar resultado y por pura ocurrencia busqué información de Hemingway. La coincidencia –como una nota que se escapa y sin embargo no desafina- resultó ser que mi amigo nació el año en el que murió el escritor.

No tengo dudas de que mis amigos hubieran celebrado mi hallazgo, aunque hubieran rechazado esta última acotación, por tirada de los pelos.

Eran, como ya dije, bastante estrictos.

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