Con el sigilo con el que un felino observa a su presa esperando el momento de atacar, me levanto lentamente del escritorio, busco el insecticida, lo encuentro, apoyo el dedo índice en el disparador y apunto con el orificio a ese ser odioso, diminuto (aunque bastante robusto para los de su clase) y temido, que está distraído sobre una de las paredes.

Me acerco un poco para no fallar. Preferiría darle con un diario enrollado, pero ensuciaría la pared. “Seamos civilizados”, me digo y me dispongo a ajusticiarlo. Un instante ante de oprimir, siento la vocecita, lejana, algo temblorosa, implorante.

-Pará, pará, pará… Vos no me podés matar. Nos conocemos.

-¿Quién habla?, pregunto sorprendido.

-A ver… ¿con cuántas personas vivís?

-A veces con mi hijo, pero hoy está en la casa de la mamá.

-¿Qué otro ser habita en esta casa?

-La perra.

-¿Habla?

-No.

-Entonces no tenés cómo errarle, vieji. El que te habla soy yo: el mosquito que estás a punto de asesinar.

-Pero los mosquitos no hablan.

-Sí hablan. Y vos lo sabés bien.

-¿Por qué lo decís?

-Porque nos conocemos.

-¿Vos y yo?

-No, yo y tu hermana.

-Pará, insolente, que te doy con el tarro.

-Sí, nos conocemos, de cuando vivías en la zona de La Rural.

-Pero de eso hace como tres años.

-Sí. Más, creo.

-¿Pero cuánto vive un mosquito?

-Diez días.

-Entonces tenés que estar recotramuerto hace rato.

-Eso es cierto: me morí infinidad de veces. Pero nosotros reencarnamos, al toque.

-¡Cómo que reencarnan!

-¿Te tengo que explicarla reencarnación?

-No.

-Qué suerte. Morimos y vamos derechito a un huevo. Luego, volvemos a nacer.

-Pero cómo decís que me conocés. El que se reencarna no recuerda sus vidas anteriores.

-En nuestro caso sí. Cuestión de urgencias. En diez días no tenemos tiempo para aprender todas las cosas de la vida. Por eso tenemos memoria de las vidas anteriores. Y yo te conozco de hace unas cuantas vidas. Ya te digo, en la zona de La Rural. Esa vez tuvimos una conversación bastante parecida: vos me quisiste matar y yo te pedí clemencia.

-Decime que te reventé contra la pared.

-No. Me dejaste ir. Me abriste la ventana y me echaste con un repasador. Estuviste bien.

-Ok. Dame una razón por la cual ahora no debería apretar el aerosol y bañarte en veneno.

-Ecología.

-No me convence.

-Empatía.

-¿Con un mosquito?

-Misericordia.

-No tengo.

-Acuerdo entre caballeros.

-A ver, explayate…

-Vos me perdonás la vida, me abrís la ventana y me las tomo como aquella vez.

-De ese entonces a hoy las cosas cambiaron…

-Sos una peor persona.

-No. Existe el dengue. Te tengo que matar para hacer un bien a la comunidad.

-Dejá de joder con esas cosas. Yo no tengo dengue. ¿No me ves las patas? ¿Son rayadas?

-No.

-Listo. No asesines a un inocente.

-Inocente. Mirá cómo estoy: todo picoteado. Seguramente fuiste vos.

-No, los machos no picamos ya te lo expliqué la otra vez. Seguramente fue mi novia.

-Ah, ¡encima estás con tu novia acá en casa!

-Bueno, ella no lo sabe todavía. Me vine persiguiéndola y justo esta noche me pensaba declarar. Dale, dejame, tengo cinco días.

-La mitad de la vida.

-Dale, hacete el gracioso. Cinco días no son nada, incluso para un mosquito. ¿Cuánto tardaste en conquistar una mujer la última vez?

-No sé. Unos meses, ponele.

-Ok. Sos un poco lenteja, querido. Necesitaría veinte vidas a tu ritmo. Pero con cinco días me alcanzan. En tanto y en cuanto no aprietes ese botón. Dejame vivir, dejame… no seas perro viejo.

-No seas ordinario, haceme el favor. Resulta que no sólo no te tengo que matar sino que te vas a poner de novio con una mosquita, van a reproducirse y para eso va a tener que chupar sangre –la mía- para poner los huevos y en un par de días tengo a toda tu descendencia picoteándome. No hay negocio. Encomendate a tu dios y cerrá los ojos.

-No, en serio, pará, pará… Abrime la ventana. Me voy. Mujeres hay muchas, la vida se vive una vez.

-¿No era que reencarnabas?

-No te pongas detallista. Dale, abrime. La muerte por insecticida es horrible: te descomponés, parece que se te salen los ojos, te duele la cabeza, la garganta. Encima con esos insecticidas ordinarios que comprás vos es peor. El de primera marca te deja seco en segundos. Con estos sufrís como un chancho.

-Te doy con un repasador si preferís.

-Ah, claro. Porque morir reventado contra la pared es hermoso. Abrime la ventana, qué te cuesta. Te juro que no vuelvo más y le digo a los muchachos que no te jodan.

-¿A qué muchachos?

-Los que están afuera. Son legión y por lo que vi, algunos de patas rayadas. Dale, dejame envejecer en paz, criando a los chicos, esperando los nietos…

-Pero si todavía no te pusiste de novio.

-Y si sigo hablando con vos, menos tiempo voy a tener. Me estás haciendo perder los mejores años de mi vida. Dejame ir…

-Está bien. Dale, tomátelas. Y no te quiero volver a ver por acá.

-Un último favor.

-No.

-Decile a ella que la espero afuera. Abrile la ventana también.

-Pero qué se yo quién es ella…

-Está arriba, en la habitación, esperándote. Esta noche se iba a hacer una panzada. No la asesines, pensá en mí, en mi amor, en la hermosa familia que íbamos a formar… En la mesa de luz, está. Atrás, escondida. Tratala con cariño.

-Tomátelas…

-Gracias, amigo. Te juro que al pibe más grande le voy a poner tu nombre. ¿Cómo te llamás?

-Mar… Andate ya, antes de que me arrepienta.

Últimas Noticias

Últimas Noticias

Nuestros medios

Mosquitos