Me imagino al operario de la pala de Vialidad Nacional cuando se enfrentó al monumento que le mandaron a derribar.

Porque a todos nos pasa transitar por ese instante en el que preguntamos qué estamos por hacer…

Imagino, digo, dos posibilidades. Una: que el muchacho no conociera quién fue Osvaldo Bayer. Puede pasar, claro. En ese sentido estoy un poco resignado: las nuevas generaciones no conocen mucho de nuestra historia. Ni la reciente ni la remota ni la de sus protagonistas. Víctimas, victimarios, prohombres y malandrines, próceres y charlatanes todos entreverados.

A lo mejor me estoy dejando llevar por mi propia impronta –trabajo de periodista, me gusta leer, escribir, me interesa conocer la historia, respeto mucho a quienes son cuidadosos con las palabras a la hora de redactar y admiro a los que investigan durante años para desentrañar un tema- y pretendo que todos la compartan. No por imposición, sino porque está buena, se disfruta, aunque también trae ciertos dolores de cabeza y del alma.

Capaz que el obrero que manejaba la máquina sabía que Bayer era un escritor, el de La Patagonia Rebelde, que contó el asesinato de 1500 peones de ahí, en el Sur, cien años atrás. Y entonces puede ser que se haya preguntado por qué derribar el monumento. Habrá imaginado –imagino yo- que además de ser el autor de ese libro había escrito, dicho o hecho otras cosas inconvenientes. Algo que fundamentara la decisión que le encomendaron. Tan drástica la decisión. Capaz que era un tipo que no se merecía un monumento, imagino que habrá pensado.

Sea que conociera poco o nada, lo veo llegando a su casa luego de la jornada laboral, con ese tema rondándole en la cabeza.

-¿Sabés, amor? –imagino que le comentó a su esposa-. Hoy me mandaron a tirar abajo el monumento a Bayer, ese que está en la entrada. Qué se yo… viste cómo son estas cosas. Estaba mal ubicado, dicen, pero hace rato que está… No sé por qué ahora.

Me gusta imaginar que no se conformó con esa suerte de desahogo hogareño y quiso saber algo más. Se sentó en el sillón y buscó en el celular: “Osvaldo Bayer…”.

Efectivamente, escribió La Patagonia Rebelde pero el libro se llama “Los vengadores de la Patagonia trágica”, que después se hizo película. Y justamente eso le valió tener que exiliarse porque durante la tercera presidencia de Perón fue amenazado por la Trilpe A de López Rega.

Se enteró que investigó mucho sobre pueblos originarios, que fue periodista en varios diarios y que se definía como un “anarquista libertario y pacifista a ultranza”. Que defendió los derechos humanos. Que era amigo de Osvaldo Soriano, otro que vivió también en el Sur. Que estuvo muchos años en Alemania, que fue declarado doctor Honoris Causa en las universidades de Córdoba, Quilmes, San Luis, Del Sur, del Comahue, de San Juan y en la de Tandil.

Leyó que cuando murió en 2018 mucha gente importante lo despidió con cariño y admiración.

-¿Venís a tomar unos mates…? Dejá ese celular. ¿Con qué te quedaste colgado?

-No, con esto de Osvaldo Bayer.

-Ah. ¿Y qué hizo para que te mandaran a tirar el monumento?

-No sé. Nada, creo…

-Bueno, vos no tenés nada que ver. Te mandaron.

-Sí… no… Capaz que estaba mal ubicado nomás.

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