“Pero yo no creo que estés loco. No, no lo creo. Lo que hay en vos es un exceso de vida, de caridad y de amor al prójimo. Ahora, eso de que Jesús te haya revelado el secreto de la ruleta me parece medio absurdo...”. (Los siete locos)

Si uno fuera un fundamentalista del oficio podría asegurar que nadie debería comenzar a ejercer el periodismo gráfico sin haber leído (y más de una vez) a Roberto Arlt.

Por una cuestión de salubridad –propia, pero principalmente de segundos y terceros- últimamente estoy tratando de alejarme de los fundamentalismos. O si se quiere, los disfrazo.

De manera que aquella primera sentencia imperativa la he convertida en esta otra supuestamente más acorde a esta vida líquida de la que habla Bauman: quien ejerce el periodismo gráfico tarde o temprano desemboca en Arlt.

Y si no desemboca ahí, es porque agarró para el lado de los tomates.

A propósito, hoy se cumplen 125 años del nacimiento de Roberto Emilio Godofredo Arlt. Aunque algunas fuentes señalan que fue otro día y otro año. Parece ser que todo lo que rodea al autor de las “Aguafuertes…” es un tanto controversial y discutible.

Por caso, cuando publicó sus primeras novelas, la intelectualidad porteña de entonces lo trató poco menos que de bruto, entre otras cosas porque había abandonado sus estudios en quinto grado.

Con los años llegó la reivindicación de la mano de escritores como Ricardo Piglia o Abelardo Castillo, para quienes Arlt fue un verdadero precursor de la novela argentina moderna de entonces. Ineludible. También en el periodismo. Hay quienes sostienen que a pesar de ser autodidacta, la cultura de Arlt sobre todo en materia literaria era grandiosa. Pero prefirió escribir con lenguaje llano, popular.

En lo que al oficio se refiere, me gusta uno de sus grandes consejos: el de salir a la calle a vagar. Pero hacía una aclaración: “ante todo, para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un poquitín escéptico, como esos perros que tienen la mirada de hambre y que cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse, se alejan, poniendo entre su cuerpo y la humanidad, una respetable distancia”.

No casarse con nadie, como se decía hace algún tiempo.

Salir a la calle, vagar, atorrantear, no para recibirse de nada ni toparse con una primicia. Ni siquiera para aprender. En todo caso, para recordar dos o tres cositas fundamentales, que ya conocíamos pero que el miedo, el mercado, las noticias, las redes u otras ferocidades nos hicieron olvidar.

En un tiempo donde la premisa parece ser que hay que estar conectados y que no es necesario estar para ser y saber, hay que volver al vagabundeo de Arlt. Porque a pesar de la tecnología, la inteligencia artificial y los algoritmos, los dispositivos jamás podrán crear, reproducir ni captar lo que está ahí, latente, sigiloso o agazapado en los pliegos y dobleces de la realidad y sus callejones.

El grito ahogado tras una tragedia, el aroma del cansancio, el suspiro de la resignación, la sombra de una acechanza, la mirada detrás de una cortina entreabierta son situaciones que las cámaras no captan ni los micrófonos registran. A veces ni los propios ojos del cronista ven lo que está ocurriendo, pero hay otros cuatro sentidos que sí toman nota.

Luego, con eso, se hará lo que se pueda. Obras maestras como las de Arlt o crónicas más o menos prolijas, como podemos hacer la mayoría de los hijos de vecino.

Honestas todas, eso sí.

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