-Venite, voy a estar todo el día en casa. Tengo que pintar algunas cosas…

La invitación de mi amigo sonó sincera y la celebré porque hace un buen tiempo que no nos juntamos a charlar.

Sin embargo, dentro de la misma frase de invitación había algo que no me terminó de cerrar: “tengo que pintar algunas cosas…”.

Mi amigo es inteligente, sensato, con una capacidad de razonamiento por encima de la media, buen lector, de charla entretenida, afable, gran anfitrión… en definitiva, una serie de cualidades que lo califican como a un tipo culto, interesante.

Pero es inútil.

Es decir, todos estos atributos antes descriptos demuestran no solo que es alguien útil para la sociedad sino necesario. La inutilidad a la que me refiero es más bien doméstica; inútil para el lenguaje popular. En síntesis: el tipo no sabe cambiar un foco. No sabe en serio, nunca le interesó, siempre tuvo a alguien cercano que se lo cambie por él y supongo que la vez que lo habrá intentado se electrocutó.

¿Qué cositas podría estar pintando? Un motivo extra –además de las ganas de pasar un tiempo juntos- para no faltar a la cita.

Llegué en las primeras horas de la tarde del sábado. Toqué timbre y me atendió su compañera, con guantes puestos y cara de estar trabajando desde hacía un buen rato (ella es la que se da mañana para todo).

-Ahí está tu amigo, en el fondo. Pintando… creo. Fijate.

Salí al patio y –paradojalmente- se me despintó: tenía un rodillo en una mano, una bandeja con pintura en la otra y estaba vestido de una manera extraña.

-Ehhhh, qué hacés. No te saludo porque te voy a pintar… Mirá lo que me tuve que poner para no mancharme.

Efectivamente, llevaba puesto unos pantalones que debían ser de su adolescencia, de su infancia o quizás no fueran suyos. Y esto es lógico: el tipo que nunca hace nada, no tiene ropa “de trabajar”.

Estaba, casi, disfrazado.

-Le estoy dando una protección a estas maderas. ¿Entendés? Ya le pasé a las reposeras y ahora sigo por esto. Estoy podrido... pero bueno, hay que hacerlo. Y no lo hago tan mal. ¿No?

-No, dale, dale que venís fenómeno.

Lo observaba a distancia prudencial mientras confirmaba que el tipo no está dotado naturalmente para estas tareas. Hay maneras y maneras de moverse cuando uno pinta o clava un clavo o cambia un neumático. Él era la coreografía de lo inarmónico. Su anatomía está diseñada para leer.

En un momento se le terminó la lata de pintura y tuvo que abrir otra.

-Pará, ya vengo…-, se fue y volvió un minuto más tarde.

-Me dijo que la tengo que abrir con un destornillador.

-¿Quién?

-Mi mujer.

-Pero vos no sabías cómo se abre una lata de pintura.

-Y no… Pará que busco.

Y volvió con un destornillador phillips. Obviamente, no funcionó.

-Ah, debe ser otro.

Volvió con otro más chico. Phillips también.

Creí que ya era momento de intervenir.

-Se necesita un destornillador de paleta.

-Ah. ¿Qué es eso?

-Dejá que yo te lo busco… Che, ¡qué buena caja de herramientas tenés!

-Es de mi mujer. Le encantan esas cosas.

Al cabo de un tiempo, terminó con su tarea, ordenó y limpió los pinceles. Cuando salió al patio su compañera, estaba todo casi listo. Casi.

-Gordi, me parece que acá se te chorreó un poquito.

-No, ¿dónde?

-Acá, ¿ves?

-Ah, no. Eso estaba. Se nota que el que lo pintó antes que yo era medio desprolijo.

Claramente su esposa no quería herir sus sentimientos. Pero que estaba chorreado, estaba chorreado. Y en ese afán de explicárselo lo llevó al campo donde mejor se maneja: el de la dialéctica.

-Pero fijate que si le paso la mano sale. Es decir, está chorreado de ahora.

-Pero si sale, entonces no hay problema. Le paso la mano…

-No, porque se saldría toda la pintura.

-Pero vos fijate que te tenés que agachar para que se vean esas dos o tres chorreaditas…

-No son dos o tres. Y tampoco te tenés que agachar tanto, las estoy viendo de acá arriba.

-Bueno, vas a ver que en la segunda mano salen.

-No, no van a salir.

-¡Pero, mujer…! ¡Qué manera de llevarme la contra! Además, esto lleva arriba una colchoneta. Mirá si alguien se va a poner a buscar una chorreadita debajo de la colchoneta mientras toma sol…

-Está bien. No te hagás problema. La dejamos así.

-Viste, viste. Era lo que yo te decía. ¿Ahora sí puedo ir a ver el partido?

-Sí, andá.

Mientras mirábamos el empate de River, me lo confesó:

-Che, yo no sirvo para hacer esto. No me gusta pintar, no sé. Es un mundo que desconozco. Pero no quedó tan mal, ¿no?

-No, no. Tranquilo. Vos cualquier cosa, discutísela.

-Sí, sí. Pero es medio cabeza dura.

-Claro.

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