Ni bien se desató la tormenta de ayer, con granizo incluido, se me dio por sacar el celular del bolsillo y filmar.

No sé qué me pasó. No soy de hacer esas cosas. Y cuando las intento, me salen mal. Saco fotos movidas, fuera de foco. Y cuando filmo soy aún peor, a veces ni sé si está grabando o está en pausa o si cuando quiero guardar, borro todo.

Por eso, volví a meter el celular en el bolsillo y frente a la ventana que da a la calle, como estaba, me dispuse a ver la lluvia, su furia, sus escenas amenazantes.

Vivo en una cuadra en pendiente, con lo cual el agua del cordón bajaba a velocidad de río en crecida. Por supuesto, en la calle no había nadie.

Casi nadie.

Ni bien lo vi, con su piloto cubriendo la camisa a cuadros, jean y el pelo empapado supe quién era: Clint Eastwood. O mejor dicho, su doble de riesgo.

-¡Ey! ¡Clint!–, le grité desde atrás del vidrio. No me escuchó. Debí correr una hoja de la ventana y mojarme yo también.

-¡Clint, Clint! ¡Acá!

Las piedritas le rebotaban en la cabeza. Estaba más desolado que nunca. Me hizo una mueca, como un saludo resignado. De resignación que abarcaba más que la lluvia.

-Venga acá, Clint, por favor. ¿Qué está haciendo ahí bajo la lluvia otra vez?

Se fue acercando, con las manos dentro del piloto. Intentó saltar el río del cordón pero supo que iba a ser una tarea imposible. Metió los pies en el agua y llegó hasta la puerta de casa, donde yo ya lo estaba esperando con un toallón.

-Por favor, pase, Clint. Le va a agarrar un enfriamiento, hombre. Ya no es un pibe.

-Excuse me. Do you speak english?

-No, Clint. Estamos en Argentina. ¿Puede hablarme doblado al castellano?

-Claro que sí. ¿Nos conocemos?

-Sí, nos vimos en un par de ocasiones. ¿Quiere un mate? Justo estaba tomando.

-Si no le es molestia, preferiría un café: con un poco de crema, por favor.

-Bue… ¿Qué anda haciendo bajo la lluvia de nuevo? No me va a decir que…

-Efectivamente, hoy soy Robert. Robert Kincaid, el fotógrafo de la Nathional Geographic.

-Esto ya lo vivimos, Clint. No quiero espoliar pero ya sé que anda buscando a Meryl Streep.

-No. Mery vive en Pasadena. Hace unos días hablé con ella. A la que busco es a Francesca. ¿Usted la ha visto? ¿Sigue casada?

-No, Clint. No la vi. Y por lo que tengo entendido, sí: sigue con su marido.

-No me diga eso: me está partiendo el corazón. Yo pensé…

-No se ponga mal, Clint. Pero usted sabe mejor que yo el final.

-Es que me resisto. Le he dicho miles de veces a los productores que hagamos una remake, pero en esta ocasión ella se escapa conmigo. Pero no quieren saber nada. Sólo le importan los dólares. Por eso quiero hablar directamente con ella. Cada vez que llueve salgo a buscarla.

-Pero no vive acá.

-No sé dónde vive. Yo sé que nos separamos un día lluvioso. Por eso salgo a buscarla en días de tormenta. ¿A usted nunca lo dejaron estando enamorado?

-Pila de veces.

-No se lo tome a la ligera. Le estoy hablando de un amor profundo.

-Tiene razón: sí. Creo que una vez.

-¿Y lo tiene presente?

-No, la verdad que no. De tanto en tanto, me viene el recuerdo.

-¿Cuándo?

-Cuando escucho alguna canción o paso por determinado lugar o veo una chica que tiene algún parecido con ella.

-A mí me pasa lo mismo: cuando llueve.

-Pero ya lo tendría que tener superado, Clint.

-¿Usted lo superó?

-Creo que sí. No salgo a buscarla cuando escucho esa canción o veo a alguien que me la recuerda…

-Entonces no fue amor.

-¡Vamos, Clint! Yo le diría que acuda a algún profesional, a un grupo de autoayuda. Hay terapias alternativas también…

-Usted no entiende: no está en mi naturaleza. Mi razón de ser en la película, o sea en mi vida, es estar enamorado de Francesca.

-¿Por qué no habla con Meryl? Ella seguramente le va a poder explicar.

-He hablado: me ha dicho que la razón de ser de Francesca en la película es quedarse con el marido.

-Bueno, ahí tiene… Ya está: el final no puede ser otro que el que fue.

-Voy en busca de una segunda parte. Seguramente va a ser un éxito de taquilla. Pero eso a mí es lo que menos me importa. Sí sé que hay que apurarse: el verdadero Clint está muy grande. Yo no sé si Francesca volvería a enamorarse al verlo…

-Pero a usted sí. Usted se mantiene.

-Yo pienso lo mismo: si Francesca me ve, así mojado, como me vio la última vez va a cambiar de opinión, se va a subir a mi camioneta y nos iremos juntos a vivir nuestra propia película. Vida, quise decir.

-No sé qué decirle, Clint. Lo entiendo, pero verlo sufrir así, por un imposible…

-No se preocupe. Ya está parando. En un rato se irán secando el asfalto, los techos de las casas, los zaguanes y su recuerdo volverá a evaporarse hasta una nueva lluvia.

-¿Y usted qué va a hacer?

-Sacar foto, mi amigo. Sacar fotos. De eso vivo… ¿Usted saca fotos?

-Sí, pero malísimas.

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